En la segunda jornada del juicio por Tehuel De La Torre, declararon nueve personas. Se reconstruyó quién es Ramos, el imputado, y cómo fueron sus manejos luego de la desaparición de Tehuel. La última testigo fue detenida por falso testimonio.
Miércoles 17 de julio 07:01
Son las 10:18 de la mañana del martes 16 y Ramos entra a la sala rodeado de policías. Aún no llegó el Tribunal ni el cuerpo fiscal. Sólo parte de la querella, la prensa, algunos amigos y familiares en el público. Y Norma, que espera en silencio con su pechera de Tehuel sonriente y una bufanda con los colores del orgullo.
Pasan 40 minutos y el personal policial anuncia a los presentes que no se permiten banderas ni pecheras dentro de la sala, pero los integrantes del Tribunal entran y aclaran: todos, todas, todes están habilitados a usar pecheras. Se llenan las sillas y entra a la sala la primera testigo del día, Iara Aranda. En sus palabras revive aquel dato de la chanchería en la casa de Ramos: una amiga de su madre se hace presente en su casa y le cuenta nerviosa y asustada cómo al buscar a su pareja a la casa de Ramos ve un tacho con sangre. El tribunal interpela a Iara, varias veces, diciéndole que “no se entiende de qué habla” y repreguntando varias veces excusando los modos de hablar de la testigo.
Se hacen las 11:16, Iara se retira y entra David Alejandro Rodríguez García, quien comenta que conoce al imputado por cruzárselo en el barrio y haberle ofrecido un colchón que tenía algo de más: “El colchón tenía una mancha superficial. Yo le avisé a la Policía cuando me enteré de todo esto por los medios y al tiempo vinieron a mi casa y se llevaron un pedacito del colchón”. Resalta varias veces que, ante un caso así, quiere ayudar en algo, por Tehuel, a quien nunca conoció.
Al poco tiempo ingresa Ricardo Federico Gonzales, que dice haber visto a Ramos junto a un chico (que luego reconoce como Tehuel) durante la tarde del 11 de marzo del 2021: último día donde se lo ve con vida. El tipo de prendas y los colores coinciden con la vestimenta que tenía Tehuel ese día. Pasadas las 11:30 Ricardo continúa con su relato y los fiscales discuten entre ellos. Se acercan y hablan un rato mientras Gonzales precisa horarios.
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A las 11:46 entra la cuarta testigo del día, Celeste Ramos. El imputado es sobrino de su papá y tanto ella como los sucesivos dos testigos relatarán sus encuentros con Luis Ramos al poco tiempo de la desaparición de Tehuel.
“¿Qué hiciste? ¿Por qué nos robaste?”, le dice su mamá a Ramos luego de dos días de visitarlas y quedarse en su casa, planteando que se había peleado con su pareja. Esa discusión termina con la decisión de echarlo de la casa. Durante esos dos días él no quiso salir: “Quería una gaseosa y lo mandó a mi pareja a comprarla”. Más tarde Susana, la mamá de Celeste, sumará que Ramos le había robado perfumes, el carnet de discapacidad y hasta la medicación psiquiátrica de su esposo que advierten que consumió.
A Ramos fue a buscarlo la DDI y, estando drogado, amenaza a Celeste con un cuchillo para que no diga que estaba ahí. Un día antes del robo, se sentaron juntos Susana y él a leer la Biblia y oraron. “¿Qué leyeron?”, pregunta el juez Claudio Joaquín Bernard, con ímpetu. “El Salmo 18”.
Luego Alejandro Eber Sosa cuenta haber encontrado al imputado en su casa dentro de la bañera, al volver de trabajar. “Por favor, no me denuncies (...) Yo no hice nada. Yo no la maté. No te voy a involucrar en nada”. Alejandro vive a una cuadra y media de Ramos. Sin dudarlo, lo echa.
Son las 13:44 y es el turno de Mario Díaz, que reconoce haber visto a Tehuel y a Ramos juntos. Una vez más, se menciona al imputado con un cuchillo peleando y corriendo gente del barrio. Pasan 10 minutos y una voz firme de mujer interrumpe a lo lejos el relato: “¿En serio esperó tantas horas para esto solo?”. No se escuchan respuestas, pero hace bien gráfica una afirmación: los tiempos de la justicia, lejos están de ser los tiempos de la gente. Audiencias que se atrasan una hora, juicios que llegan tres años después y una pregunta aún sin responder que inquieta a miles, retumba en el aire de una sala con capacidad para apenas 45 personas: ¿Dónde está Tehuel?
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Llegará la última testigo, Priscila Soledad Molero, que trabajaba limpiando la casa de la madre de Ramos dos veces por semana y que es presentada por el tribunal como “novia” del imputado. Al momento de la desaparición de Tehuel, ella tenía 20 años mientras que Ramos 40 y era quien le pagaba por su trabajo. Priscila habla bajito, pero su dicción es clara. A las sucesivas preguntas del Tribunal, de la Fiscalía y de la querella, responde lo mismo: “No lo recuerdo”, “no.” Mira repetidas veces a Ramos y sólo afirma ante las preguntas de la abogada defensora Natalia Argenti.
Bernard, ante la constante negativa, le recuerda que juró decir la verdad y también le suelta, incisivo: “Tiene un problema, no nos puede responder nada de lo que preguntamos, las preguntas son fáciles (...) Entonces ¿de qué tenía miedo Ramos que declare si usted no sabe nada?”. Priscila, en su declaración escrita, reconoció haber sido obligada por Ramos a tener relaciones sexuales y haber recibido amenazas para que no hablara. Ramos está a tan solo unos metros de ella.
Son las 14:55. La Fiscalía y la querella piden su detención por falso testimonio. Y mientras el Tribunal discute, la abogada de Ramos abarrota a preguntas a la joven sobre su situación económica, su salario, su familia y la relación con el papá de su bebé. Ella responde todo, con su mismo tono de voz, bajo y claro. Fragilidad y vulnerabilidad rodean a Priscila.
A las 15:16 Priscila Soledad Molero es detenida por unanimidad, ante un Poder Judicial lento y clasista.
El segundo día termina tatuando a fuego que el Estado es responsable y la necesidad imperiosa de lograr una condena por transhomicidio como apunta la querella y esperan los fiscales.
El Salmo 18 de la Biblia, del que habló el imputado, refiere a los enemigos, odios y la protección de un dios ¿Quién protege las vidas de las disidencias? ¿Y a las mujeres? ¿Y a las pobres?