La Gran Revolución Francesa tuvo una importancia fundamental en el pensamiento político de León Trotsky. Aquí señalamos algunos de sus aspectos centrales.
Daniel Lencina @dani.lenci
Viernes 14 de julio de 2023 19:00
Ilustración: Sabrina Rodríguez
León Trotsky fue un estudioso de las revoluciones burguesas del siglo XVII y XVIII. Pero ¿A qué se debió? ¿Fue simple erudición o se preparaba para afilar las armas de la crítica para pasar a la crítica por las armas? Las analogías históricas ¿tienen validez para cualquier situación, tiempo y espacio? ¿Cuál es el sentido de comparar dos revoluciones? Estas son las preguntas que intentaremos responder.
Escribiendo en la cárcel
Fue en la cárcel, luego de la derrota de la revolución rusa de 1905, donde Trotsky escribe pensando en la segunda revolución. Para asegurar el triunfo, debía aprehender de las revoluciones burguesas. Los demás compañeros que estaban presos junto a él, coinciden en remarcar que su celda no tardó en convertirse en una biblioteca donde leía, escribía y hasta bromeaba, irónico, acerca de que ya no tenían que ocultarse de la policía. En ese contexto escribe “Resultados y perspectivas”.
En uno de sus apartados, reflexiona sobre tres revoluciones: 1789 y 1848 (Francia) y 1905 (Rusia). Allí da cuenta de las potencialidades revolucionarias de la burguesía en 1789, no solo por alzarse contra el Antiguo Régimen de Francia, sino contra la reacción monárquica de toda Europa. Por lo que la Revolución Francesa se convierte en una de carácter nacional en el sentido que participa todo el pueblo: la pequeño burguesía, los campesinos y obreros. Ese conglomerado de clases elegía a burgueses como diputados, quienes otorgaban a las masas una ideología y orientación política.
Dicho esto Trotsky plantea una crítica y a su vez una reivindicación del “jacobinismo” y dice que: “la burguesía ha traicionado vilmente todas las tradiciones de su juventud histórica, sus mercenarios actuales profanan las tumbas de sus antepasados y calumnian los vestigios de sus ideales. El proletariado defiende el honor del pasado revolucionario de la burguesía. El proletariado que, en la práctica, ha roto tan radicalmente con las tradiciones revolucionarias de la burguesía, las protege como herencia de grandes pasiones, de heroísmo e iniciativa y su corazón late lleno de simpatía hacia los hechos y las palabras de la Convención jacobina”.
Plantea que en los primeros años del siglo XX, la burguesía volvía a confirmar su cobardía política. Por tal razón, reflexiona sobre la revolución de 1848, donde la burguesía se camuflaba con fraseología revolucionaria pero ya no era ni la décima parte de lo que fue el jacobinismo. A este tipo de revoluciones “intermedias”, como las de 1848, Alain Brossat las denominó como el “ya no mas” de las revoluciones burguesas y el “todavía no” de las revoluciones proletarias.
Karl Marx dijo que la “historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa” y fue para dar cuenta del cambio de época, donde la burguesía ya había mutado y empezaba a mostrar sus golpes reaccionarios. Si esto es así para 1848, en la época imperialista donde Trotsky se desenvuelve, ese camino que tomó la burguesía de garantizar la explotación de la clase obrera a toda costa, no tuvo vuelta atrás.
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El doble poder
En su “Historia de la Revolución Rusa”, analiza la revolución de Febrero de 1917 y nota el resurgir de los soviets (consejos) de diputados obreros, soldados y campesinos. Las masas tomaron el camino de la auto-organización. Trotsky vuelve sobre las experiencias de doble poder en las revoluciones burguesas, tanto la de Inglaterra del siglo XVII como la de Francia del siglo XVIII. Señala que la existencia de una situación de doble poder se da en el marco de la lucha entre una clase que va “muriendo” y otra que va “naciendo”. Plantea que la situación de doble poder no dura para siempre, sino que se resuelve a través de la guerra civil o, dicho en otros términos, por la lucha entre revolución y contrarrevolución.
Sobre la Revolución Francesa, sostiene que la burguesía hizo de su Convención un organismo de doble poder que luchó contra la aristocracia absolutista y que esta dualidad se resuelve formalmente con la declaración de la república. Pero advierte que dentro de esta dualidad existe otra dentro del campo revolucionario y es expresado por la presión que ejerce el pueblo sobre la burguesía para ir más allá de sus intenciones. Al respecto dice sobre los sectores plebeyos que: “parecía que los mismos cimientos, pisoteados por la burguesía ilustrada, se arrimaban y se movían, que surgían cabezas humanas de aquella masa informe, que se tendían hacia arriba manos encallecidas y se percibían voces roncas, pero valientes. Los barrios de Paris, bastardos de la revolución, conquistaban su propia vida y eran reconocidos -¡qué remedio!- y transformados en secciones”. Y lo mismo sucedía con el campesinado pobre, que se rebelaba contra los derechos de propiedad privada y la legalidad burguesa. “Y así, bajo los pies de la segunda nación, se levanta la tercera”. Sin embargo, ese doble poder que nacía de los arrabales de Paris y de los campesinos pobres de toda Francia, va ser pisoteado y así como la revolución asciende en su radicalidad y objetivos políticos, empieza a decaer el movimiento porque la burguesía toma conciencia de que sus nuevos privilegios, sobre todo “el privilegio” sagrado de la “propiedad privada” eran intocables.
En el caso de la Revolución Rusa, la dualidad de poderes se resolvió con la toma del poder por los soviets, de la que Trotsky fue el gran organizador de la insurrección.
Finalmente no podemos sino acordar con el “disgusto” del que habla Pierre Broué cuando señala que: “la lectura o la relectura de los pasajes de la obra de Trotsky que tocan al pasar a la Revolución Francesa aviva el disgusto por la ausencia de un trabajo específico que podría haber consagrado y permite [… ] medir la cortedad de vista de los editores de los años de 1930 que no le encomendaron, luego de haber leído Historia de la Revolución rusa, una obra sobre ella. Página tras página, una brillante observación o una rutilante dosis de humor, un resumen, muestran lo que se ha perdido con esta laguna”.
Conclusión
Al encontrar en su obra las analogías históricas damos cuenta de que no busca “forzarlas” para que “coincidan” con lo que pasa en la Revolución Rusa, sino que lo hace porque se piensa a sí mismo como un protagonista de la revolución proletaria, buscando puntos de apoyo de la misma manera que hizo Galileo cuando “mató” a Dios. En “Lecciones de Octubre”, Trotsky concluye que: “sin el estudio de la Gran Revolución Francesa, de la Revolución de 1848 y de la Comuna de París, jamás hubiéramos llevado a cabo la Revolución de Octubre […] hicimos esta experiencia apoyándonos en las enseñanzas de las revoluciones anteriores y continuando su línea histórica”.
En “El año I de la Revolución Rusa”, Víctor Serge cuenta que los bolcheviques planeaban hacer un juicio político público contra el Zar, donde Trotsky sería el acusador –al igual que Robespierre hizo contra el rey de Francia- de los crímenes que cometió contra el pueblo, pero aunque otras circunstancias cambiaron la suerte de la familia real, vale decir que la única estatua de Robespierre que hay en toda Europa la hizo levantar Lenin en la tierra de los soviets.
La Gran Revolución Francesa marcó una profunda huella en el pensamiento del fundador del Ejército Rojo. Trotsky explica que si los sans-culottes vencieron a la monarquía no fue solo por el odio de clase, sino por la convicción política y moral de sus objetivos. Así lo explica también en sus escritos militares, porque la burguesía imperialista no podía entender cómo en un país devastado por la I Guerra Mundial, los trabajadores y campesinos no solo habían tomado el poder sino que además construyeron un ejército de 5 millones de almas y derrotaron el asedio de 14 ejércitos imperialistas, saliendo victorioso. Cuando Trotsky funda el Ejército Rojo explica a los soldados que ahora ellos eran la vanguardia de la revolución socialista mundial. En las trincheras los soldados luchaban entre el barro, la sangre y la nieve, pero seguían adelante porque sabían que luchaban por cambiar la historia del mundo, la convicción política y moral eran tan importantes como el fusil.
Ambas revoluciones, la Francesa y la Rusa cambiaron la historia del mundo y merecen ser estudiadas para preparar el triunfo de las revoluciones del siglo XXI. Y aquí no hay nada de utopismo, mas bien lo utópico es pensar que en el mundo no habrá nunca más revoluciones. Eso mismo pensaba el rey Luis XVI, hasta que su cabeza conoció el filo de la guillotina.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.