La ola de sanciones económicas arrastró consigo una ola de censura y cancelación de obras de arte y artistas rusos en Europa y Estados Unidos.
Domingo 6 de marzo de 2022 19:30
Foto: (Solaris) Mosfilm
En Europa, un festival de cine de Andalucía cancela la programación del director ruso Andrei Tarkovski, y reemplaza la proyección de Solaris por la versión estadounidense. Una universidad italiana suspende un curso sobre Dostoievski, aunque luego frente a las críticas da marcha atrás. La filarmónica de Munich despide al director de orquesta Valery Gergiev por no condenar, como ellos quisieran, la invasión rusa. La Royal House Opera de Londres suspende la función de verano del Ballet de Moscú. En Estados Unidos, la Opera de Nueva York suspende a la soprano rusa Anna Netrebko y la reemplaza por una ucraniana. Una censura que roza lo ridículo y de la que ni los muertos están a salvo.
Orquestas desprograman a Tchaikovsky. La Fundación Vuitton baja cuadros de Mikhaïl e Ivan Morozov, festivales de teatro sacan a Chéjov, el de Cannes boicotea films. El arte vaciado de su poder de disidencia, el arte como verdugo, al servicio de la peste de la emoción.
— Ariana Harwicz (@ArianaHar) March 6, 2022
La Filmoteca de Andalucía cancela la proyección de 'Solaris', de Tarkovski, "debido a la delicada situación mundial". 🤷🏻♂️🤦🏻♂️ En fin…
Aquí lo denuncia Manuel J. Lombardo, profesor de la Universidad de Sevilla y crítico de cine👇🏻 pic.twitter.com/vqaCSjcZfP
— Josema Jiménez (@josemajimenez84) March 4, 2022
Las insólitas decisiones de parte de las instituciones culturales confirman que la decadencia no viene solo de los gobiernos, y que el temor a salir de la corrección política llega a niveles insospechados. Aunque la censura no es algo novedoso, no por eso deja de ser trágico, especialmente cuando avala el ir más allá, la violencia física hacia inmigrantes rusos, los escraches a sus locales, el tratarlos como parias. Algo de eso ya está sucediendo.
🇩🇪⚡️🇷🇺 Looks like a Russian supermarket was attacked in the German town of Oberhausen. pic.twitter.com/BvLVEU5BiR
— Ali Özkök (@Ozkok_A) March 3, 2022
Si la censura clásica perseguía artistas por su adhesión a una ideología contraria, como el comunismo, o por “ir contra la moral” en obras que cuestionaban las relaciones de pareja y el rol de la mujer, por mencionar algunos ejemplos, esta censura parece que solo depende de lo que diga el pasaporte. Poco importa si Tarkovski, repetimos, ya muerto y por lo tanto sin posibilidad de posicionarse a favor de Putin, fue perseguido por la ex URSS y obligado a exiliarse. No deja de tener el pecado original… ser ruso.
Por otro lado, si se trata de prohibir expresiones culturales cuyos gobiernos tienen las manos manchadas de sangre, bueno, entonces tal vez el festival de Andalucía no debería proyectar la Solaris estadounidense tampoco, ¿no? Pero la cancelación es selectiva, la indignación también.
El mencionado festival adjudicó la censura a que “Putin no se beneficie de las ganancias de la proyección de películas rusas”. Fuera de broma. Alemania exige que los rusos que quieran trabajar en su país se sometan a la posición oficial sobre la guerra. Mientras tanto, Europa sigue siendo la principal importadora de gas y petróleo rusos, cuyas ganancias van a financiar… la guerra. Parece que es más fácil borrar expresiones artísticas y continuar con los negocios capitalistas.
Ay Europa, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro…
La serie Chernóbil de HBO, ahora nuevamente en boga, superficialmente parecía una crítica a la ex Unión Soviética y su Estado burocrático, a la tergiversación de los hechos y las mentiras para fortalecer un relato oficial, y por supuesto, a la censura de quienes decían la verdad. Pero tal vez, lo que le estaba diciendo Chernóbil a Occidente es… ojo, que ustedes no son tan diferentes y también pueden caer. Como diría Mark Fisher, del realismo socialista se pasó al realismo capitalista.
Las guerras convulsionan la vida, y a su vez al arte. El temor que yace debajo de las prohibiciones es el de que la sociedad comience a cuestionar a sus propios gobiernos, y el arte que vale la pena es el que va en este sentido. Por eso, así como lo supieron hacer las vanguardias en el siglo XX, tal vez lo que haya que barrer sean las instituciones que en nombre de la libertad censuran y prohíben. Tal vez sea hora de volver a insistir con esa premisa principal: ¡Toda la libertad al arte!