En este artículo nos proponemos establecer una polémica con el libro del sociólogo francés François Dubet, “La época de las pasiones tristes”, publicado recientemente por Siglo XXI.
Domingo 30 de mayo de 2021 21:57
Dubet en su libro libro [1] se propone responder un interrogante: ¿Cuáles son las causas del descontento social que llevan a un sector de la población a apoyar los “populismos” de derecha, nacionalistas, racistas y xenófobos, particularmente en Europa? Su hipótesis es que las “iras” de la población, sus descontentos y sus malestares, no encuentran tanto su explicación en la amplitud de las desigualdades (por más que reconoce su existencia), sino en lo que él llama un nuevo “régimen de desigualdades”. ¿A qué se refiere? En su visión, por más que los sectores populares sean conscientes de la existencia de un 1% de la población que cada vez acrecienta más sus riquezas, la percepción de las desigualdades en la etapa neoliberal ha cambiado: ya no tienen tanto peso los problemas “estructurales”, vinculados a una sociedad pensada en términos de clases sociales, sino que están planteados de una forma cada vez más fragmentaria. La estructura de clases sociales como ordenador del imaginario social, daría lugar a un régimen de múltiples desigualdades.
Para Dubet la multiplicación de las desigualdades y más aún el hecho de que cada cual se ve enfrentado a desigualdades múltiples, transforman profundamente la experiencia y la subjetividad de los individuos. Las desigualdades se viven como experiencias singulares, apoyadas en criterios de justicia subjetivos y por lo tanto múltiples, con una evidente consecuencia política: al diluirse la dominación social en mecanismos impersonales “¿contra qué y contra quien combatir en nombre de la igualdad?”. La multiplicidad de movimientos sociales inconexos entre sí dan cuenta de esta realidad. De esta manera, se exacerba el desempeño o el mérito como principios ordenadores de “lo justo”: aquel que a igualdad de oportunidades avanza, lo hace por mérito propio, mientras que el que saca “ventaja” (por ejemplo por la ayuda estatal) debe ser juzgado. Los resentimientos, las iras y la competencia, conllevan por lo tanto un descontento que derivaría en los nacionalismos basados en el odio, en la meritocracia y en la acentuación del “éxito individual”.
Las soluciones propuestas por el autor a esta realidad son menos claras. Al escribir durante la revuelta de los Chalecos Amarillos, su temor es que el “populismo”, expresado en el partido derechista el Frente Nacional de Marine Le Pen, capitalice aquel movimiento. Para lo cual esgrime la posibilidad de que una “izquierda democrática” tome en sus manos algunas de las reivindicaciones que le dan sustento: “La lucha contra el 1% es la prioridad. (…) Hay que aprender a luchar contra esas desigualdades incluyéndolas en políticas sociales universales que promuevan lo que tenemos en común. Las izquierdas democráticas deberían apropiarse de las preguntas planteadas por los populismos y esforzarse por responderlas mediante la propuesta de otro horizonte de justicia social y vida democrática”.
Si bien podemos coincidir con aspectos del diagnóstico planteado por el autor, hay varios elementos en su análisis que explican la debilidad de la “solución” propuesta. La ausencia de una explicación sobre las causas de ese diagnóstico, la idealización de un siglo XX estructurado abstractamente en torno a las clases sociales y la tendencia a explicar los cambios en la subjetividad como movimientos “estructurales” y no producto de la lucha de clases, son algunos de los elementos que pondremos en debate en esta nota.
¿Régimen de clases o de desigualdades “múltiples”?
La idea de que el imaginario sobre las desigualdades en el siglo XX estuvo atravesada por el régimen de clases, merece al menos ponerse en cuestión. Si las clases sociales se definen, en términos marxistas, por su lugar en relación a los medios de producción, no menos importante para el debate político, es su acción subjetiva, es decir, la conciencia que tiene esa clase sobre sus propósitos, necesidades, lugar en la sociedad, etc. Ambos factores son imprescindibles para comprender los comportamientos políticos de la clase obrera, cuestión que se propone Dubet. Pero ¿Cómo analizarlos?
Creemos que en este punto el autor flaquea en la explicación: la atribución del cambio de percepción de las desigualdades como un elemento “estructural de la modernidad” se contrapone a un idealizado siglo XX en el cual “en todas partes se establecieron izquierdas y derechas que representaban a las clases”. La simplificación de este problema impide detectar las causas profundas del avance de la ideología neoliberal en las últimas décadas. Intentaremos analizar tanto el problema “subjetivo” planteado por el autor (el cambio en la percepción de los sujetos), como el “objetivo” (los problemas estructurales que lo explican).
En primer lugar, el siglo XX estuvo atravesado tanto por procesos revolucionarios en los que la clase actuó “para sí”, persiguiendo sus objetivos de clase contra la burguesía, como por procesos en los que la burguesía buscó engañar, desviar y atenuar la acción de la clase obrera mediante toda una multiplicidad de mecanismos. Entre ellos el aliento de partidos socialdemócratas que, en representación de “la clase obrera” asentaron las más duras traiciones al proletariado, desde el voto de los créditos de guerra en la primera guerra mundial, hasta el hecho de haber habilitado el ascenso del nazismo. Por otro parte, las burocracias sindicales, apoyadas sobre estructuras constituidas por arduas luchas de los trabajadores a la largo de su historia, actuaron como agentes de la burguesía dentro del movimiento obrero, constituyéndose en parte de lo que Antonio Gramsci llamó el “estado ampliado”, en un engranaje más de la dominación de la clase dominante, lo que llevó a Trotsky a caracterizar sus vínculos con el Estado como uno de sus rasgos característicos en la etapa imperialista. Finalmente, vale destacar el rol contrarrevolucionario del estalinismo, que apoyándose en el enorme prestigio generado por la revolución rusa, desvió, derrotó y liquidó procesos revolucionarios centrales del siglo XX, en muchos casos apoyándose en la idea de construir frentes de colaboración de clases (El Frente Popular) con sectores de la burguesía bajo la supuesta idea de enfrentar al fascismo. Es decir, la existencia de una “izquierda”, identificada con representaciones “de clase”, no necesariamente expresa una política revolucionaria centrada en una acción consciente de la clase obrera en función de sus intereses. Como señaló Lenin en su clásico ¿Qué hacer?, la propia existencia de la clase obrera no determina su conciencia política.
En este mismo sentido, los cambios en la conciencia de la clase obrera durante la etapa neoliberal no pueden escindirse de las grandes derrotas que sufrieron los trabajadores a manos de sus propias organizaciones. La crisis de subjetividad que Dubet identifica con la desaparición del “régimen de clases”, no responde únicamente a transformaciones en la manera de producir y a la creciente fragmentación del proletariado. O mejor dicho: ella también se explica por un factor inexistente en el análisis sociológico de Dubet: la lucha de clases. La caída del Muro de Berlín y la URSS, junto a la traición por parte de los partidos comunistas y socialdemócratas de todo el mundo durante el ascenso revolucionario del período 1969-1979, junto a la acción criminal de la burocracia sindical habilitando la implementación de los planes neoliberales, implicó que muchas de las organizaciones, partidos políticos y sindicatos, creados por la clase obrera se vuelvan en su propia contra, generando una crisis en su subjetividad, más permeable a toda la propaganda “exitista” e individualista del neoliberalismo: si las herramientas creadas por los trabajadores para una salida “colectiva” fueron inútiles, se reforzaba la idea de que todo tipo de salida colectiva era ineficaz. De ahí por ejemplo, la operación ideológica neoliberal de asimilar al marxismo con el estalinismo.
Al mismo tiempo, la idea de una falta de identificación entre las clases sociales y las corrientes políticas, tiene un problema a la hora de pensar a los nacionalismos de derecha. Estos serían producto de una suerte de movimiento “estructural” de la sociedad, equivalente al “fatalismo populista” de Chantal Muffe, en la que el electorado obrero de estos partidos es equiparable al fuerte respaldo que reciben de sectores importantes de la burguesía. Si la sociedad no está estructurada en torno a los imaginarios de clase ¿Esto solo vale para el proletariado o la burguesía tampoco actúa en función de sus intereses? Claramente se trata de un eje que vuelve endeble la argumentación de Dubet.
Por otra parte, como señalamos, el autor da una explicación “objetiva” o estructural a estos cambios en la conciencia. En cuanto a los cambios objetivos, el autor los ubica alrededor de la globalización, afirma:
“El agotamiento del régimen de clases es una de las consecuencias de las mutaciones del capitalismo mundial. Las sociedades industriales capitalistas se habían formado dentro de sociedades nacionales , pero la globalización cambió las cosas. [...] Con la «uberización» de las actividades aparecen trabajadores autónomos, [...] Los cuentapropistas son más pobres y frágiles que los obreros. ¿Cómo situar a esos «independientes dependientes» en una estructura de clases? [...] Una parte creciente de la población se enfrenta al desempleo, la precariedad del trabajo ocasional y el trabajo informal, cuando no está por completo excluida. Hoy en día, los más pobres son «sin clase» o underclass.”
Lo que no queda es cómo estos cambios determinarían que la sociedad ya no se estructura sobre un régimen de clases: en principio solo asegura que se ha transformado en el último tiempo, lo cual es innegable. El anunciado fin de los Estados nacionales en pos de una globalización arrasadora se vio relativizado en el último período como producto de los fenómenos políticos que abrió la crisis capitalista iniciada en 2008. Sobre este escenario es que la pandemia vino a acelerar las tendencias, generando una crisis comparable a la del crack del ‘29. Venimos asistiendo a la profundización de la guerra comercial entre EEUU y China y al recrudecimiento de las disputas interestatales. Es justamente producto de esta crisis y de la incapacidad del proyecto neoliberal de seguir funcionando como hasta ahora, que han surgido distintos tipos de nacionalismos xenófobos, bajo argumentos “proteccionistas”, “anti inmigrantes”, que se apoyan en el temor de sectores de la sociedad ante el avance de la crisis y la pérdida de ciertos derechos y conquistas.
Respecto a los cambios específicos dentro de la clase obrera, podemos precisar que no fue la globalización en general la que introdujo estos cambios, sino que fueron productos del avance neoliberal en las relaciones capital/trabajo, que se dio durante los ´80 y ´90 en todo el mundo. Esto llevó a que se generalicen las formas precarias de contratación y trabajo eventual. Sobre este puntoPaula Varela, retomando a Kim Moody en su análisis de la clase trabajadora estadounidense, plantea que existe:
“...una fuerte fragmentación (social y espacial) de la clase trabajadora, que incluye modificaciones en las migraciones y en la diversidad étnica, y una desarticulación de “viejos” nichos de concentración obrera como Detroit. Pero, y acá viene uno de los análisis más novedosos del libro, Moody alerta contra la idea de considerar que la fragmentación y diversificación implica la inexistencia de fuertes concentraciones obreras. Por el contrario, va a plantear una lectura de la estructura de clases en EE.UU. en términos de un “corazón” y de “círculos concéntricos”. Dentro del corazón va a situar a les trabajadores de la industria pero también de la logística. Esto último es relevante para entender su lectura de la clase obrera, no sólo en términos de su estructura sino también de su potencial fuerza política. Una de las tesis del libro es que la logística y las propias necesidades del almacenamiento y distribución de mercancías en EE.UU., ha creado nuevos nichos de concentración obrera comparables con Detroit, tanto en cantidad como en potencial capacidad de daño al capital.”
Esto es muy importante, porque no solo habla del lugar que ocupa, sino de la potencial capacidad que tiene este sector de actuar “como clase” y no solo de forma fragmentaria. En la actualidad, podemos hablar también de un sector emergente de la clase trabajadora que empezó a levantar la cabeza, organizándose a lo largo y ancho del mundo por mejores condiciones laborales. Nos referimos a las y los trabajadores precarizados que engrosan cada vez más las filas de los sectores populares por las propias condiciones de precariedad a las que arrojan a millones de trabajadores las últimas crisis capitalistas. Sobre este sector en gran medida juvenil, Antunes plantea:
“Estos nuevos contingentes de la clase trabajadora vienen desempeñando un papel destacado (no solo en la agilización de la circulación de informaciones, vital para la reproducción del capital), sino también en el desencadenamiento de nuevas luchas sindicales, sociales y políticas. Menos que parte integrante de la nueva clase media, lejos de constituirse como una nueva clase, este nuevo y creciente contingente asume la expresión del nuevo proletariado de servicios, parte constituyente de la clase trabajadora en su nueva morfología, cada vez más precarizada, informalizada, informatizada e intermitente.” [2]
Otra fragmentación importante que existe hoy en la clase trabajadora es la división entre ocupados y desocupados. Estos últimos no encuentran a quien venderle su fuerza de trabajo, conformando lo que Marx denominaba como un ejército industrial de reserva. Es sobre este sector de la clase trabajadora que el sistema capitalista se apoya para abaratar el precio de la mano de obra en general, fomentando la competencia entre ocupados y desocupados con el objetivo de presionar a estos sectores a acceder a condiciones laborales y salariales de miseria con tal de entrar en el mercado de trabajo.
Es innegable que la clase obrera hoy enfrenta una fragmentación en sus filas como nunca antes se vio. Sin embargo la mayor fragilidad de un sector de la clase trabajadora, así como su situación contractual (cuentapropistas) no hacen por sí sola el borrado de las fronteras de clase, sino que da cuenta de una fuerte ofensiva del capital para aumentar sus ganancias a partir de una mayor explotación de la fuerza de trabajo. En este sentido, consideramos que la división de las filas obreras, no se limita a un problema sociológico, sino que este trae un importante problema político y de estrategia revolucionaria.
La unidad de las filas obreras como problema estratégico.
Dubet plantea que las experiencias personales aparecen desconectadas de una visión global de sociedad y que la crítica de las desigualdades no es la crítica de la desigualdad en general, sino de sus manifestaciones individuales. De esta manera, expresa la complejidad que tiene transformar las “iras”, los resentimientos y las injusticias percibidas subjetivamente, en luchas colectivas, y mucho menos sistémicas. Sin embargo, en este punto también el autor realiza un análisis unilateral del problema: en tanto identifica los cambios “estructurales” de la vida moderna con estas modalidades de expresión política, omite referir a las experiencias concretas de la clase obrera en sus luchas, tanto en el terreno sindical como en el político. Si los cambios estructurales son inevitables, no queda otra opción que adaptarse a ellos. Sin embargo, aquí sostendremos otra visión: que el agotamiento del modelo neoliberal que reinó durante las últimas décadas, también ha dado incipientes experiencias de lucha de los trabajadores, que obligan a repensar la situación.
En primer lugar, muchos de los movimientos a los que se refiere Dubet (movimiento anti racista, de mujeres, de inmigrantes) que hemos visto emerger con fuerza en los últimos años, están atravesados por problemas de clase. Si bien la clase trabajadora en estos casos actúa de forma disgregada, y aún no hay fracciones significativas de estos movimientos que actúen “como clase”, que se reconozcan como parte de la clase obrera, es innegable que tanto el movimiento antirracista revitalizado recientemente en Estados Unidos, como las luchas de los inmigrantes o los pobladores de los barrios populares por vivienda, están fuertemente vinculados a las consecuencias de la crisis capitalista sobre los trabajadores, sean precarios, desempleados o sindicalizados. La unidad de los jóvenes afrodescendientes con los blancos precarizados en las manifestaciones más grandes de la historia de Estados Unidos, dan cuenta de esta situación. Las peleas dentro del movimiento de mujeres o dentro del movimiento ecologista por identificar los problemas de género y ambientales con la lucha anti capitalista, son apuestas en esta perspectiva.
En segundo lugar, hay sectores de la clase obrera que han vuelto a actuar como tal, incluso superando a sus direcciones sindicales y políticas tradicionales. El mejor ejemplo para el caso que plantea Dubet, es la propia situación en Francia: solo un año después del proceso iniciado por los Chalecos Amarillos a los que refiere el autor, se vivió en aquel país una de las huelgas generales más importantes en el país desde 1995, involucrando a sectores estratégicos de la clase trabajadora como los tranviarios y los colectiveros. Al mismo tiempo, esteaño los trabajadores de la empresa Total realizaron una enorme huelga contra el plan de cierre de la planta, presentado por la multinacional como parte de una “transición ecológica” en un ejemplo de “greenwashing”. Al contrario de lo planteado por Dubet, la izquierda trotskista francesa apostó a desarrollar estos procesos franceses, mientras que Le Pen y el Frente Nacional se mantuvieron ajenos a estos procesos.
En este mismo sentido se destacó recientemente la huelga de unos 200 millones de trabajadores en la India, a fines del año pasado contra las políticas del gobierno de Narendra Modi, Primer Ministro del país y su paquete de reformas que incluye nuevas leyes laborales, mayor flexibilización en las regulacionesón de relacionadas con la seguridad y la salud en los lugares de trabajo y el sector agrícola, junto con privatizaciones del sector público.
Por otra parte, vale destacar que muchas de las peleas que hemos visto en los últimos tiempos contra el legado del neoliberalismo en las décadas pasadas, han expresado la acción de la clase obrera. Este es el caso de Chile, en donde en 2019 la población salió a las calles de forma masiva explícitamente contra el legado pinochetista y los 30 años de neoliberalismo. Entre las acciones decisivas para imponer al gobierno la realización de una elección constituyente (que fue utilizada como un arma de desvío por parte del régimen para atenuar la lucha), estuvo la realización de un paro general que frenó los principales circuitos de producción del país, como fue el caso de los puertos. El reciente golpe asestado en las urnas contra la derecha de Piñera y los partidos tradicionales, es expresión de aquella relación de fuerzas conquistada.
El carácter de “revuelta ciudadana” de algunos de estos procesos, en los que se busca diluir el poder de la clase obrera a acciones"ciudadanas", y por lo tanto restringir su actividad política a las urnas maniatadas por los partidos tradicionales, son parte de las maniobras de los gobiernos para desarticular procesos mas profundos. Pero no se puede identificar esta política activa por parte de los partidos del régimen, con una “naturaleza” nueva de la acción popular.
La clase obrera actuando desde sus “posiciones estratégicas”, desde donde puede hacer daño a los capitalistas, ha demostrado su capacidad de reemerger en la situación actual vinculándose a las luchas populares. La posibilidad de la clase obrera de desempeñar un papel central en esta batalla tiene que ver con lo que lo que Womack define como posición estratégica: “...dentro del proceso productivo, sus posiciones estratégicas eran cualesquiera que les permitieran a algunos obreros detener la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda una economía” [3]. Sin embargo, como señala Terry Eagleton “La clase, bien está recordarlo, no es tanto una cuestión de propiedad legal abstracta como de capacidad para emplear en provecho propio el poder del que se dispone sobre los demás.” [4]
Esta capacidad de “usar en provecho propio el poder del que se dispone”, requiere de la lucha por trazar determinados objetivos políticos, no es algo dado. Esas posiciones estratégicas pueden ser solo entendidas en términos de “fuerza” propia, para uso “corporativo” de determinado sector de la clase (por ejemplo para obtener mejores salarios), o en tanto “lugar privilegiado como articuladora de un poder independiente capaz de aglutinar al pueblo explotado y oprimido con su propia auto organización y autodefensa para derrotar al Estado burgués. A su vez, el control de esas posiciones claves para la producción y reproducción social es determinante para crear un nuevo orden (socialista) capaz de avanzar en liberar a la sociedad de la explotación y la opresión.”, talcomo señala Matias Maiello.
Es decir, la clase obrera tiene en sus manos la potencialidad de acaudillar a diferentes sectores oprimidos por la dinámica del capital. Sin embargo, esa capacidad depende de los objetivos políticos que se trace. En primer lugar, por lo tanto, implica superar a las burocracias sindicales y políticas que actúan sobre la clase trabajadora enfrentando todo tipo de acción autónoma o que ponga en cuestión la estabilidad capitalista. A su vez, son estas mismas burocracias las que fomentan la fragmentación de la clase obrera, construyendo organizaciones sindicales o movimientos sociales regimentados dentro de los marcos del Estado capitalista que pelean por sus demandas “propias” reforzando esas divisiones. Tal es el caso del movimiento de desocupados en Argentina, que si bien surgió en los 90 asociados a las asambleas populares y a los piquetes que unificaban a distintos sectores de la clase, después del 2001 fueron restringiendo su acción abandonando el planteo de trabajo genuino, las prácticas asamblearias y la acción independiente del Estado. Una tarea imprescindible para unir las filas obreras, por lo tanto, es pelear contra estas tendencias, planteando la unidad de ocupados y desocupados, precarios e informales, en base a organizaciones democráticas e independientes del Estado y los capitalistas.
En segundo lugar, y aquí hay un contrapunto con Dubet, la clase obrera para unificar sus filas debe actuar de forma independiente del Estado capitalista y los partidos burgueses o reformistas que no se proponen enfrentar realmente al neoliberalismo y por lo tanto al sistema de conjunto. Por lo tanto, las soluciones de “izquierda democrática” a la que refiere el autor, identificadas por ejemplo con Podemos en el Estado Español, lejos de ser soluciones para la reconstrucción de la subjetividad del movimiento obrero, son formas de restringir su campo de acción llevándola detrás de opciones que se han mostrado totalmente fallidas para enfrentar a la extrema derecha. El reciente fracaso de Podemos en las elecciones de Madrid, luego de su integración al gobierno imperialista y pro-monarquía del PSOE, abrió paso a la reconstrucción del PP, aliado al ultraderechista Vox. El caso de Syriza en Grecia, que se presentó como gobierno “de izquierdas” y aplicó el ajuste de la troika, para luego perder las elecciones, es otro de los ejemplos más contundentes en este sentido.
Por todo lo dicho, lejos de pensar que estamos en una época de pasiones “tristes”, por más que el sistema capitalista no genera más que tragedias, creemos que la situación actual habilita una posibilidad para un cambio que deje atrás a este sistema de miseria y hambre. Si bien muchos de los procesos actuales se presentan a modo de “revueltas” y no aún de revoluciones en donde intervenga con toda su fuerza la clase obrera, la flecha de la etapa neoliberal comienza a cambiar definitivamente. La necesidad de una herramienta política de la clase obrera que plantee esta perspectiva es cada vez más urgente.
[1] Dubet, François - La época de las pasiones tristes. Siglo XXI editores, 2021 (Argentina)
[2] Antunes, R. La clase que vive del trabajo: la forma de ser actual de la clase trabajadora. Herramienta, 2005
[3] Womack Jr, John - Posición estratégica y fuerza obrera. Fondo de Cultura Económica, 2007 (México)
[4] Terry Eagleton - ¿Por qué Marx tenía razón?. Ediciones península, 2011 (Argentina)
Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica