Descifrar colectivamente el rumbo que debe tomar la lucha por la liberación palestina es una tarea vital en el momento actual tanto para las masas árabes en Gaza y toda la región, como para el movimiento contra el genocidio en varios países imperialistas, en particular Estados Unidos.
En este camino, es menester entender las enormes fuerzas sociales que actúan sobre la lucha por la liberación palestina y que han convertido a esta región del mundo árabe en uno de los epicentros de la crisis global en la que nos encontramos que no es otra cosa que la renovada crisis del imperialismo mundial. La tragedia palestina concentra históricamente, las consecuencias más cruentas de la decadencia imperialista en su manifestación sionista por un lado y por otro, por abajo, la voz rebelde de los explotados y oprimidos del mundo que se sienten representados por las heroicas masas palestinas que resisten al imperialismo, al racismo y al colonialismo. Israel representa a nivel internacional a la monstruosa ultraderecha internacional que es enemiga de la clase obrera y todos los oprimidos del mundo, desde Argentina hasta Estados Unidos. La liberación palestina es del interés de toda la clase obrera y los oprimidos a nivel global.
Encontrar un camino victorioso para la emancipación de los palestinos requiere entender cómo estas colosales fuerzas sociales –internacionales, regionales y locales– están colisionando y que dinámica de clase se está expresando en el marco del genocidio en Gaza. Esto con el objetivo de construir una estrategia para la liberación palestina que sepa identificar amigos de enemigos estableciendo un puente entre la urgente autodeterminación del pueblo Palestino con la revolución socialista en la región. Una estrategia que permita y promueva la unidad de las masas árabes desde el Magreb hasta Siria para sacarse de encima el yugo imperialista, el yugo de sus propias burguesías y gobiernos autoritarios y que empuje a que sectores del proletariado israelí rompan con el sionismo y la agenda colonial de su propio Estado.
Desde nuestro punto de vista esta conexión, la de la lucha por la autodeterminación palestina y la lucha por el socialismo en la región está inequívocamente inscrita teóricamente en los fundamentos de la revolución permanente de León Trotsky [1]. Fue quizá el trotskista palestino Jabra Nicola quien más sistemáticamente intento darle fundamentos teóricos a la revolución permanente en Palestina, analizando el carácter del Estado sionista de Israel desde una perspectiva de clase y antiimperialista y la dinámica regional de clases para visibilizar el potencial revolucionario del proletariado árabe de los países de la región.
Como dice Josefina Martinez:
Trotsky señaló en su momento que la Teoría de la revolución permanente aglutina tres series de ideas. En primer lugar, el tránsito de la revolución democrática a la socialista. En segundo lugar, todo lo que hace a la revolución como tal, es decir, al período de transición entre el capitalismo y el socialismo, donde las “revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio”. Finalmente, el tercer aspecto lo constituye el carácter internacional de la revolución socialista. Y es justamente en la interacción de estas tres dimensiones que esta teoría adquiere hoy enorme actualidad.
En el presente artículo queremos demostrar la vigencia y actualidad de esta serie de ideas para pensar la liberación de Palestina, apoyándonos en las elaboraciones de León Trotsky, Jabra Nicola e historiadores como Illan Pappé, Ussama Makdisi, Ran Greenstein, Zachary Lockman, Gabriel Godorezky y Pierre Broué. Nuestro objetivo no es repetir los fundamentos de la Teoría de la Revolución Permanente como dogma y aplicarlos a la compleja realidad regional sino ponerlos en movimiento a la luz de la historia reciente y la situación actual en Palestina en el contexto de la crisis del imperialismo mundial. Lo haremos navegando por las tres series de ideas que Martínez identifica como el “núcleo duro” de la Teoría de la Revolución Permanente, recuperando aspectos fundamentales de la historia palestina en el concierto global y la historia de las ideas y programas de la izquierda revolucionaria, en contraste con las ideas de las direcciones que han estado a la cabeza de la causa palestina cuya vasta mayoría, se han negado a vislumbrar un futuro socialista para Palestina en particular, y el proletariado árabe en general.
Palestina no era una tierra desierta
Como explica el historiador israelí Illan Pappé, Palestina era todo lo contrario de una tierra desierta antes de la Nakba de 1948:
Era una parte floreciente de Bilad al-Sham (la tierra del norte), o el Levante de su tiempo. Al mismo tiempo, una rica industria agrícola, pequeños pueblos y ciudades históricas daban servicio a una población de medio millón de personas en vísperas de la llegada de los sionistas.
Hacia finales del siglo XIX, esta nada despreciable población contaba con un pequeño porcentaje judío. La gran mayoría de palestinos, como en muchos otros países del llamado “sur global” era campesina, organizada en aldeas de hasta 1.000 habitantes. Las nacientes urbes atraían a las elites educadas que tendían a ubicarse en la costa y la sierra y crecientemente la penetración imperialista, iba forjando lentamente en las urbes un nuevo, muy joven y poco desarrollado proletariado Palestino, sobre todo a principios del siglo XX.
Según un archivo histórico del Imperio otomano citado por Pappé, "se desconoce el porcentaje exacto de judíos antes del surgimiento del sionismo. Sin embargo, probablemente oscilaba entre el 2 y el 5 por ciento. Según los registros otomanos, en 1878 residía una población total de 462.465 personas en lo que hoy es Israel/Palestina. De esta cifra, 403.795 (87 %) eran musulmanes, 43.659 (10 %) eran cristianos y 15.011 (3 %) judíos".
Antes del mandato británico, el Imperio otomano avanzaba hacia una concepción más explícitamente racista de su propia dominación y del propio Imperio, a mediados y finales del siglo XIX adoptando e impulsando la idea de que otomanismo y turquismo eran equiparables, las élites acomodadas y educadas en Palestina comenzaron a hacerse preguntas sobre su propia identidad nacional.
Como el historiador Ussama Makdisi demuestra en su ensayo titulado Orientalismo otomano, la intelectualidad al servicio del Imperio otomano desarrolló un sistema de jerarquía racial para diferenciar “a los miembros turcos del imperio de otros grupos étnicos”, incluyendo los árabes en general y los palestinos en particular.
En este contexto los sentimientos nacionalistas se extendían por Palestina, atizados también por un poderoso concepto que estaba remodelando la geopolítica bajo el empuje de las revoluciones burguesas y la reorganización de las antiguas colonias: la nación.
Durante la Primera Guerra Mundial, los británicos alentaron las luchas de los pueblos de Medio Oriente contra la opresión del Imperio otomano para debilitar la influencia otomana en la región y asegurar mejores posiciones para el imperialismo británico. Parte de esta política consistió en hacer promesas a los pueblos árabes de que obtendrían la autodeterminación después de deshacerse del control del Imperio otomano. Esto avivó los sentimientos nacionalistas en toda la región. Mientras tanto, Gran Bretaña estaba negociando un acuerdo secreto con Francia y otras potencias mundiales sobre cómo dividir el Imperio otomano después de la guerra, poniendo a los pueblos de la región bajo el control de nuevos opresores imperialistas.
Estas incipientes ideas de autodeterminación nacional no se desarrollaron ni materializaron porque, tras la caída del Imperio otomano, los británicos se hicieron con el control de Palestina, en un momento en que Inglaterra tenía una influencia crucial en la política de la región y era la potencia imperial más prominente después de Francia. Tanto Inglaterra como Francia, además de tener intereses estratégicos sobre Palestina, tenían fuertes vínculos con el sionismo de sus propios países.
La intervención imperialista en las tres primeras décadas del siglo XX fue fundamental en moldear una compleja estructura social en Palestina, que Jabra Nicola comprendió filosamente, como señala el historiador Enzo Dal Fitto:
Entre 1917 y 1939, las condiciones de desarrollo económico se vieron profundamente impactadas por el desarrollo de la economía del sector sionista en el Mandato Palestino, destruyendo así el feudalismo árabe e impidiendo el desarrollo de una burguesía capitalista, a costa del estancamiento del desarrollo histórico y un agotamiento de la vitalidad histórica de las fuerzas antiimperialistas.
En 1917, cuando Inglaterra todavía no tomaba control siquiera del territorio palestino, el secretario de relaciones exteriores inglés, Arthur Balfour le escribió una carta oficial en nombre del gobierno británico al líder sionista en Inglaterra Walter Rotshchild concediéndole territorio Palestino para ser ocupado por la diáspora judía.
En 1918, mientras el gobierno británico renegociaba las fronteras del territorio con las potencias internacionales y la Sociedad de Naciones, creando un espacio geográfico mejor definido, el imperialismo inglés empezó a cuestionarse quién debía gobernar Palestina: ¿los palestinos nativos o los nuevos colonos judíos? A decir de Pappé, fueron los británicos quienes, remodelando las fronteras de Palestina ayudaron a los sionistas a conceptualizar geográficamente "Eretz Israel", la Tierra de Israel donde sólo los judíos tenían derecho a la tierra y sus recursos.
A finales del siglo XIX y principios del XX, Palestina no era una tierra vacía como dice Illan Pappé contra la historia oficial israelí pero más aún, Palestina era una tierra en disputa. Una disputa histórica cuyos agentes centrales eran los viejos poderes coloniales con aspiraciones imperialistas renovadas tratando de reorganizar el mundo a su imagen y semejanza y la espada de Damocles sobre sus espaldas con nuevos poderes emergiendo. La Primera Guerra Mundial fue un sangriento ensayo general de lo que sería la segunda en este proceso de reorganización.
La idea de colonizar Palestina propuesta por los sionistas, fue intencionadamente instrumentalizada y apoyada materialmente por el imperialismo británico. Aun así, Inglaterra estaba en decadencia, pero la importancia estratégica de la región era clave para cualquier desarrollo imperialista “occidental” en Oriente Medio.
La administración británica de Palestina fue formalizada por la Sociedad de Naciones en 1923 como parte de la partición del Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial. Los palestinos desarrollaron una fuerte resistencia contra la opresión británica durante los años de dominio inglés, especialmente de 1929 a 1939 con la clase obrera árabe a la cabeza de la Huelga General de 1936, exigiendo mejoras en las condiciones laborales y la independencia nacional.
Durante este periodo de intensa lucha de clases que se conoce como “gran la revuelta árabe”, las masas campesinas también jugaron un rol en el campo organizándose contra la creciente usurpación de tierras a manos de los colonos judíos y los británicos. Como narró el historiador Zachary Lockman en Camaradas y Enemigos:
El 15 de abril de 1936, miembros de la banda guerrillera fundada por Shaykh ’Izz al-Din al-Qassam asaltaron coches y autobuses cerca de Nablus, matando a dos pasajeros judíos. Dos días después, un grupo paramilitar judío de derechas tomó represalias matando a dos árabes. Las protestas árabes no tardaron en estallar en todo el país, adquiriendo gradualmente el carácter de un levantamiento popular antisionista y anticolonial de amplia base. Para contener la violencia y canalizar el levantamiento desde abajo, los activistas nacionalistas árabes convocaron rápidamente una huelga general en todo el país. La huelga se extendió rápidamente, al igual que los nuevos "comités nacionales" que surgieron para dirigir la lucha en las principales ciudades. La huelga general se prolongó durante seis meses, hasta octubre de 1936, convirtiéndose en una de las huelgas generales más largas de la historia. Constituyó la primera etapa de una revuelta nacionalista árabe en todo el país, tanto contra el dominio británico como contra el sionismo, que no terminaría hasta el verano de 1939.
La participación del proletariado palestino en la revuelta árabe es quizás uno de los capítulos más combativos de la historia del movimiento obrero en la región. Como dice el mismo Zachary Lockman:
La mayoría de los segmentos de la población árabe urbana de Palestina participaron en la huelga general, y los trabajadores urbanos desempeñaron un papel clave. El sindicato de conductores de Hasan Sidqi al-Dajani paralizó el transporte árabe por carretera y los trabajadores del puerto de Jaffa cerraron el puerto de Jaffa. Para mantener la huelga, los comités nacionales recogieron donativos de palestinos ricos y de simpatizantes de países vecinos, y distribuyeron la paga de huelga a los parados por la huelga, incluidos los trabajadores portuarios de Jaffa.
La revuelta árabe fue derrotada por la represión y por la acción consciente de la dirección de los sindicatos judíos encabezada por la federación Histadrut, que trabajaba para el sionismo, defendiendo la ocupación.
Por otra parte, la dirección de la revuelta recayó en las familias palestinas acomodadas antes terratenientes que, si bien perdieron sus tierras a manos de los británicos y los sionistas, recibieron pagas considerables y enormes beneficios por parte del sionismo para conformar las clases acomodadas palestinas del sistema de dominio colonial. Son estas familias las que gestionaron durante las décadas anteriores la dominación otomana y luego británica, completamente alejadas de los sufrimientos de las masas, cuyo principal partido político era el Partido árabe-palestino encabezado por Abd al-Zadir al-Husayni. Como plantea Enzo Dal Fitto, en el artículo ya citado, respecto a las direcciones palestinas de la “gran revuelta árabe”:
Debido a que su riqueza procedía de la presencia sionista, su oposición fue sólo superficial y retrasaron el surgimiento de una conciencia antisionista árabe y tardaron en denunciar la Declaración Balfour. Abrumados por la resistencia de Al-Qassam y por los ecos de la gran huelga general siria que estimuló la resistencia árabe, se involucraron en la "Gran Revuelta Árabe" de 1936: se desarrolló un movimiento huelguista masivo, acompañado de actos de desobediencia civil (huelga fiscal) y la formación de milicias populares insurreccionales. Sin embargo, el movimiento fue decapitado por las fuerzas coloniales británicas, apoyadas por las milicias sionistas, mientras la inmigración judía aumentaba, debido a la creciente virulencia del fascismo europeo, el ascenso de Hitler al poder, y los numerosos pogromos en Europa del Este y la afirmación de un antisemitismo europeo orgánico. En consecuencia, el cierre de la economía árabe permitió que la economía del sector sionista se fortaleciera y extendiera su influencia mientras estaba respaldada por la afluencia cada vez más masiva de capital judío de Europa.
Como respuesta al levantamiento, los británicos crearon la Comisión Peel con un programa muy concreto: recomendar la partición en un Estado árabe y un Estado judío con el objetivo preventivo también de evitar a toda costa que la lucha de clases unificara a los dos proletariados contra el imperialismo británico y el sionismo.
Ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, las políticas británicas se vieron influidas por el deseo de obtener un mayor control de la región a través de los nuevos colonos judíos y un posible Estado judío, y para evitar un levantamiento árabe en vísperas de la conflagración mundial, cuando Gran Bretaña necesitaba el apoyo de los gobiernos regionales.
El destino de Palestina estaba ya sellado al devenir de la Segunda Guerra Mundial, que definiría en última instancia y ante la derrota de la revolución socialista internacional, la forma y el carácter de su nuevo opresor.
El movimiento comunista palestino
La Revolución rusa de 1917 hizo crecer exponencialmente al movimiento comunista internacional, atrayendo a miles de trabajadores y jóvenes radicalizados hacia las ideas de la revolución a nivel internacional y nutriendo por centenas y hasta millares los nuevos partidos comunistas. En 1919, a instancias de la dirección del Partido Bolchevique, se fundó la Tercera Internacional Comunista.
Desde 1920, la Tercera Internacional bajo la dirección de Lenin y Trotsky tomó con toda seriedad y diligencia las luchas anticoloniales y por la liberación nacional. En sus Tesis sobre la cuestión nacional y colonial de 1920, Lenin declaró la necesidad de que los partidos comunistas en todo el mundo apoyaran “con hechos, los movimientos revolucionarios de liberación en estos países (coloniales)”. Este apoyo activo a los movimientos de liberación nacional, a decir de Lenin, debía combinar “una lucha incondicional… contra la influencia reaccionaria y medieval del clero, las misiones cristianas y elementos similares”, contra el panislamismo y “corrientes similares que intentan vincular la lucha de liberación contra el imperialismo europeo y americano a fuerzas reaccionarias locales”. En dichas tesis, la Tercera Internacional denunció al sionismo como un instrumento del imperialismo británico para explotar y oprimir a las masas árabes y palestinas.
En 1920, los bolcheviques organizaron en Azerbaiyán, el llamado Congreso de los Pueblos de Bakú en el marco del segundo congreso de la Internacional Comunista con 2850 delegados de Irán, Egipto, Palestina, Turquía, India y otros países. Aunque no se tienen las actas de dicho congreso, se sabe a través de la investigación del historiador Pierre Broué que la reunión “llama a los pueblos de Oriente a luchar por su liberación mientras el Ejército Rojo se pondrá en una lucha anticolonial contra el imperialismo francés, inglés, americano”.
Según el historiador Ran Greenstain, el congreso declaró que el imperialismo británico estaba actuando en beneficio de los capitalistas sionistas y abriendo una brecha entre árabes y judíos ya que estaba expulsando “a los árabes de la tierra para dársela a los colonos judíos; luego, tratando de apaciguar el descontento de los árabes, los incitó contra esos mismos colonos judíos, sembrando discordia, enemistad y odio entre todas las comunidades, debilitando a ambas para que no puedan gobernar y mandar por sí mismas”.
De conjunto, como verifica también Ran Grreenstain, la posición general del Congreso fue oponerse incondicionalmente al dominio británico sobre Palestina, condenar al sionismo y denunciar a las fuerzas árabes y judías que colaboraban con el imperialismo. El Congreso de los Pueblos de Bakú sirvió como palanca para la fundación de nuevos partidos comunistas en Turquía, Irán, Egipto, India y Palestina.
El Partido Comunista Palestino fue fundado en 1924, en su mayoría por activistas e intelectuales judíos antisionistas cuya orientación estratégica –basada en los tres primeros congresos de la Internacional Comunista– era trabajar contra el imperialismo británico, el sionismo y por la unidad de trabajadores árabes y judíos en un contexto en el cual las tensiones de la ocupación sionista comenzaban a hacer efecto en el ánimo de las masas árabes y las direcciones nacionalistas palestinas comenzaban a tener una actitud crecientemente hostil ante los trabajadores e intelectuales judíos.
A pesar de que el partido contaba con el arsenal político de la Tercera Internacional respecto a la cuestión colonial y la cuestión palestina en general, la realidad es que este arsenal era aun limitado para los enormes problemas de la liberación palestina bajo el yugo británico y la creciente colonización sionista [2].
La orientación del nuevo partido era inmadura por un lado y por otro resintió indirectamente los efectos de la lucha política interna durante la década de los ‘20 entre la oposición de izquierda y la crecientemente fuerte burocracia soviética encabezada por Stalin.
El Partido Comunista de Palestina surgió sobre todo a instancias de judíos antisionistas que abrazaron las ideas revolucionarias inspiradas por la Revolución rusa. En sus orígenes, el partido tenía importante presencia entre la juventud radicalizada judía pero poca inserción entre las masas árabes palestinas. El partido comenzó un tortuoso proceso de “arabización” hacia finales de los ‘20, sugerido sobre todo por la Internacional Comunista en proceso de estalinización.
En aquel momento, los militantes judíos antisionistas del partido, tendieron a adaptarse a los prejuicios pro sionistas de la periferia judía de la organización que si bien rechazaba el sionismo de palabra, defendía crecientemente los asentamientos judíos conocidos como Yishuv como comunidades legítimas que “podrían seguir creciendo debido a la inmigración” y que debían oponerse al mandato británico. Esto en el marco de una de las más importantes oleadas migratorias de judíos a Palestina antes de la Nakba, conformada por miles de judíos huyendo del creciente antisemitismo en Europa y bajo el auspicio de Inglaterra y la burguesía sionista que tenían su propia agenda colonial.
Al mismo tiempo, en toda la región, había una gran agitación entre las masas árabes campesinas y en Palestina en particular, revueltas espontáneas comenzaron a sucederse en diversas localidades rurales contra la colonización judía.
La arabización del partido, que podía haber tenido un contenido revolucionario basado en la necesidad de que los revolucionarios ganaran influencia sobre la vanguardia árabe y los procesos de revuelta en el campo, acabó convirtiéndose en una política al servicio de la política de “frente único antiimperialista” que el estalinismo aplicó en la revolución China de 1927 de hacer alianzas políticas con las direcciones burguesas o pequeñoburguesas que estaban enfrentando al imperialismo con consecuencias catastróficas.
Durante la década de los ‘20, surgieron en el mundo colonial y semicolonial direcciones nacionalistas y populistas de todo tipo que en muchos casos estuvieron en la cresta de la ola de las luchas antiimperialistas. Como explica Juan Dal Maso a propósito del nacionalismo en América Latina:
Ha sido un lugar común de todas las corrientes nacionalistas y populistas latinoamericanas, la reivindicación de una alianza entre la clase obrera y las burguesías “nacionales” en función de las tareas de emancipación del imperialismo y la resolución de la cuestión agraria, es decir, la de darle la tierra a los campesinos. En los años ‘20 esta posición se planteaba, como en el caso del aprismo, como una alianza derivada de la imposibilidad de que la clase obrera, dado el escaso desarrollo industrial autóctono, pudiera elevarse a clase dirigente y dominante (...) Crecientemente estas direcciones contrapusieron la lucha contra el imperialismo, que sólo estaban dispuestas a dar de forma parcial y restringida, a la lucha por la revolución obrera.
El trasfondo teórico de esta política yace en la concepción que tenía Joseph Stalin sobre las luchas de liberación nacional que fue haciéndose hegemónica entre la Internacional Comunista conforme avanzó el proceso de burocratización de la Unión Soviética y que contradecía los principios sobre los cuales se fundó la Tercera Internacional respecto a la cuestión colonial.
A vuelo de pájaro, para Stalin, las luchas de liberación nacional de las colonias tenían un carácter burgués completamente separado de la revolución socialista y solo podían hacerse realidad en el marco del Estado capitalista y la democracia burguesa tal cual las conocemos hoy, que es como piensa cualquier socialdemócrata cuando piensa en la lucha por la liberación nacional.
Bajo esta lógica, dichas luchas de liberación nacional sólo pueden culminar con la creación de un nuevo Estado nación capitalista y por ende, es un sector de la burguesía nacional quien las encabeza o, a falta de un sector burgués, una dirección pequeñoburguesa con un programa que no trastoque las relaciones capitalistas. Con la arabización del partido, el objetivo del estalinismo no era ganar mayor organicidad entre las masas árabes para dirigirlas hacia la revolución sino hacer acuerdos oportunistas con las direcciones nacionalistas árabes y los Estados árabes “antiimperialistas”.
De conjunto, en el periodo de 1924 a 1930, el joven Partido Comunista Palestino cedió a las presiones nacionalistas provenientes de las direcciones árabes contra la dominación británica y crecientemente sionista por un lado y los sentimientos incipientemente nacionalistas de la juventud y la intelectualidad judía radicalizada que no iba hasta el final en su ruptura contra el sionismo.
En 1929 las tensiones creadas por la dominación colonial y la creciente migración sionista estallo en enfrentamientos en todo el país como prólogo a las grandes acciones obreras que describimos arriba y la “Gran revuelta árabe”.
Ran Greenfield describe el resultado de las diferencias bajo presión de la lucha de clases y la creciente agitación árabe:
Con esto, el Partido se vio obligado a cambiar su orientación hacia la población árabe. El creciente conflicto nacional en el país, en particular la revuelta árabe de 1936-39, dio lugar a tensiones entre sus miembros, lo que llevó a la formación de una “sección judía” autónoma en 1937. Con el fin de la revuelta, el estallido de la Guerra Mundial y la invasión de la Unión Soviética por parte de Alemania en 1941, los soviéticos avanzaron en la dirección opuesta, hacia el reconocimiento de los derechos judíos en el país. Esto enajenó a los intelectuales y activistas árabes que se habían acercado al Partido durante la década de 1930, cuando éste se puso del lado de la lucha nacional árabe. Las tensiones nacionalistas se reflejaron dentro del Partido, en condiciones en las que el Partido hablaba con cada comunidad en su propio lenguaje político y apelaba a ella en términos de sus sentimientos nacionales”.
El estalinismo fue todavía más allá de apoyar la colonización judía. En 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó la creación del Estado de Israel con el entusiasta apoyo de la Unión Soviética y los imperialismos británico y estadounidense.
¿Cómo paso el estalinismo de recomendar la arabización del Partido Comunista Palestino y apoyar acríticamente a las direcciones nacionalistas árabes a pactar con los grandes poderes imperialistas la colonización a gran escala de Palestina? Como plantea el historiador Gabriel Gorodetsky:
La postura soviética resulta especialmente sorprendente si se tiene en cuenta la constante actitud negativa del régimen hacia el sionismo y la abierta línea proárabe adoptada por el Kremlin durante las revueltas árabes de 1929 y 1936, en las que denunciaba al Yishuv como aliado e instrumento del imperialismo británico. El cambio de actitud soviética, que pasó de un flagrante antagonismo hacia el sionismo a un efusivo apoyo, se asocia a menudo con el ataque alemán a la Unión Soviética el 21 de junio de 1941. Se argumenta que los lazos, establecidos por Moscú tanto con el judaísmo mundial como con el Yishuv en Palestina, reflejaban en primer lugar la necesidad de conseguir el apoyo de la comunidad judía mundial al esfuerzo bélico ruso. La guerra, se sugiere, proporcionó a los rusos nuevas oportunidades para “encontrar un camino hacia amplios círculos del mundo occidental con el fin de obtener el máximo apoyo para su lucha contra la Alemania nazi”.
En pocas palabras. El estalinismo aplicó a nivel local en Palestina la lógica de que la lucha por la liberación nacional era una en sí misma y disociada históricamente de la revolución socialista que no era otra cosa que una política de conciliación de clases. En el terreno internacional y ante la dinámica de la Segunda Guerra –ante la ruptura de Hitler del pacto que firmara con Stalin–, la burocracia soviética dio un giro de 180 grados justificado por la “defensa de la Unión Soviética” para pactar con el imperialismo la seguridad de su zona de influencia a cambio de evitar la extensión de la revolución mundial bajo la justificación de la teoría del socialismo en un solo país desarrollada por Stalin. La teoría del socialismo en un solo país es, en esencia, la negación del internacionalismo proletario.
La opresión palestina está tatuada en la piel del imperialismo mundial
El imperialismo es una nueva época del capitalismo que organiza y gobierna el orden mundial contemporáneo donde el poder (económico, político, militar, ideológico) recae y se concentra en una mano de corporaciones representadas y defendidas por sus Estados nacionales imperialistas para explotar a la gente, la tierra y expoliar a la naturaleza en casa y el resto del mundo al servicio de la ganancia y la reproducción del capital. Como dice Esteban Mercatante en El imperialismo en tiempos de desorden mundial respecto al imperialismo contemporáneo:
La competencia y el conflicto –potencial o efectivo– entre los países imperialistas, y la expoliación del conjunto del planeta llevada a cabo por las empresas trasnacionales y las finanzas globales son dos dimensiones que, lejos de oponerse o separarse, deben ser abordadas de manera integral como parte de una comprensión del imperialismo contemporáneo. Creemos que ambas dimensiones deben ser pensadas de forma conjunta para elaborar una teoría del imperialismo que dé cuenta de cómo la economía mundial hoy está moldeada como una totalidad jerarquizada, como resultado de la acción articulada del capital global y los Estados más poderosos.
El imperialismo no es un sistema sino una época, y esto es importante porque quiere decir que está determinada históricamente y emergió como consecuencia de procesos en desarrollo, en su devenir. Podemos decir que este periodo histórico comenzó a principios del siglo XX. Tomamos esta definición de Lenin, el líder del partido bolchevique ruso y de la Revolución rusa. Se trata de una época completamente reaccionaria del capitalismo en el sentido de que el mismo no tiene otra cosa que ofrecer que crisis, guerras y revoluciones.
La Primera Guerra Mundial de 1914-1918 fue la primera gran expresión de las tensiones marcadas por las características básicas del imperialismo como la fusión de capitales industriales y bancarios en el capital financiero, la necesidad compulsiva de la exportación constante de capital, la división de países con desigual fuerza política y económica en países imperialistas como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania o Francia y colonias y semicolonias que son saqueadas por las corporaciones imperialistas y oprimidas por los gobiernos imperialistas de múltiples formas.
La Segunda Guerra Mundial fue en muchos aspectos la continuación de la Primera. Inglaterra había perdido su influencia hegemónica en todo el mundo y algunos países imperialistas intentaban emerger como un nuevo hegemón, entre ellos Estados Unidos y la Alemania nazi.
La historia oficial siempre ha querido presentar la Segunda Guerra como una confrontación entre democracia y fascismo y una lucha contra el nazismo antisemita pero en realidad se trató de una carnicería entre los principales poderes del mundo para facilitar la emergencia de una nueva hegemonía, reorganizar los mercados y disciplinar a la clase obrera internacional con el poder de las armas de destrucción masiva. Trotsky, homenajeando a Lenin en “Lenin y la guerra imperialista” puso la definición de Imperialismo de la siguiente manera:
El imperialismo camufla sus propios objetivos peculiares –apoderarse de colonias, mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia– con ideas como "salvaguardar la paz frente a los agresores", "defensa de la patria", "defensa de la democracia", etc. Estas ideas son falsas hasta la médula. El deber de todo socialista es no apoyarlas, sino, por el contrario, desenmascararlas ante el pueblo. Las frases sobre la defensa de la patria en los países imperialistas, repeler la invasión del enemigo, llevar a cabo una guerra defensiva, etc., son por ambas partes un completo engaño al pueblo". "Durante décadas", explicó Lenin, "tres bandidos (la burguesía y los gobiernos de Inglaterra, Rusia y Francia) se armaron para expoliar a Alemania. ¿Es sorprendente que los dos bandidos (Alemania y Austria-Hungría) lanzaran un ataque antes de que los tres bandidos lograran obtener los nuevos cuchillos que habían pedido?".
Como es sabido, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945 –el mismo mes y año en que los Estados Unidos destruyeron Hiroshima y Nagazaki y asesinaron a 226.000 inocentes de un plumazo con la bomba atómica– el presidente Truman pidió la admisión de 100.000 supervivientes del holocausto en Palestina, demostrando que –gracias a los resultados de la Segunda Guerra Mundial–, el imperialismo estadounidense iba a retomar la tarea dejada por los británicos en decadencia y redoblar el proyecto de creación de un Estado judío.
En 1947, las Naciones Unidas concedieron el 56 % de la tierra al Estado judío propuesto, a pesar de que los judíos sólo poseían alrededor del 7 % de las tierras privadas de Palestina. La Nakba se justificó con la idea de que los objetivos del imperialismo estadounidense eran reparar al pueblo judío de un holocausto que en realidad fue permitido por los propios Estados Unidos mientras hacían jugosos negocios con los nazis hasta el ataque a Pearl Harbor. Es decir, Estados Unidos justificó su inacción e indiferencia contra el exterminio judío financiando y dirigiendo la expulsión violenta de aproximadamente tres cuartas partes de la población palestina de sus hogares y su tierra por las milicias sionistas y el nuevo ejército israelí durante la creación del Estado de Israel entre 1947 y 1949.
El Estado sionista es una creación artificial del imperialismo desde sus orígenes que, en maridaje sostienen, reproducen y ejecutan una forma específica –históricamente hablando– de colonialismo de colonos con métodos genocidas y de limpieza étnica que es el aberrante producto del siglo de dominación bajo la pax americana. El Estado sionista es un monstruo imperialista solo posible en el orden mundial que facilitó su expansión colonial.
León Trotsky tenía dos pronósticos diferentes respecto a la Segunda Guerra Mundial. O la revolución del proletariado tenía la oportunidad de transformar la carnicería imperialista en una revolución socialista internacional o "el régimen burgués sale impune de la guerra". Si la revolución proletaria salía adelante, esto evitaría la descomposición de sus direcciones como el estalinismo. Como explican Emilio Albamonte y Matías Maiello en el artículo “En los límites de la revolución burguesa”:
El resultado de la Segunda Guerra fue tal que no se dio ninguna de estas dos variantes en forma pura: ni el imperialismo salió impune, ya que luego de la posguerra se había expropiado a la burguesía en un tercio del planeta, ni la conquista del poder por el proletariado hizo que desaparecieran las condiciones de degeneración. La derrota del nazismo en manos del Ejército Rojo represtigió al estalinismo, que a su vez se basó en este elemento para frenar la revolución en la posguerra (acuerdos de Yalta y Potsdam). Tuvo éxito en los países centrales traicionando la revolución en Francia, Italia y Grecia, pero no logró contenerla en las colonias y semicolonias.
Trotsky, líder de la oposición de izquierda y que por entonces dirigía el surgimiento de la IV Internacional, siguió de cerca los acontecimientos que precedieron a la guerra imperialista.
El surgimiento del fascismo y el nazismo en los años ‘30 estuvo íntimamente ligado al desarrollo y crecimiento de las burguesías italiana y alemana que ulteriormente impactó sobre la monarquía española y las clases propietarias nativas. A finales de la década del ‘30, Francisco Franco, avanzaba sobre la república española con el objetivo primordial de desbaratar sangrientamente la revuelta obrera y campesina que había comenzado a realizar un reparto agrario radical en el campo y experiencias de control obrero en las urbes con milicias obreras y campesinas defendiendo a los insurrectos. La Revolución española fue tan intensa y abrió tantas oportunidades a la clase obrera española y mundial que Trotsky la calificó como la última vía para detener la Segunda Guerra Mundial.
La creación del Estado de Israel tiene lugar en el contexto inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial en el que Estados Unidos emerge como principal potencia para encabezar el nuevo orden global. Pero el dominio estadounidense se establece sobre importantes contradicciones porque la Unión Soviética también sale fortalecida, no por el mérito de la burocracia stalinista, sino por el poder del ejército rojo, el ejército proletario que barrió a los nazis en el cruento invierno ruso.
Es bajo este nuevo orden mundial que Estados Unidos, con la complicidad de las Naciones Unidas y el aval del estalinismo impone artificialmente al Estado de Israel como enclave de sus intereses políticos y militares. La Nakba, no es solo el evento histórico que encapsula el carácter colonial del sionismo sino la expresión profunda de la expansión y consolidación de los intereses estadounidenses en Oriente Medio.
En este contexto, sectores del movimiento en solidaridad por Palestina que defienden la política de los dos Estados, omiten este aspecto en la génesis del Estado sionista cuya existencia es contradictoria con la emancipación de los palestinos y los judíos. No hay Estado de Israel sin desposesión de tierras, expulsión de comunidades enteras y limpieza étnica basado en un mortífero ejército y grupos de colonos paramilitares. No hay Estado de Israel sin imperialismo.
Jabra Nicola y la revolución permanente en Palestina
Jabra Nicola nació en Haifa en 1912. Se unió al Partido Comunista Palestino a principios de la década del ‘30 con poco más de 20 años. Desde muy temprano, criticó las políticas del estalinismo y se acercó políticamente a los pequeños círculos trotskistas disidentes que seguían trabajando dentro del partido bajo las banderas de la oposición de izquierda para después unirse a la Liga Comunista Revolucionaria y la Cuarta Internacional a instancias del trotskista judío Tony Cliff en 1940.
A partir de su integración a la Cuarta Internacional, Nicola emprendió la tarea teórica de entender el drama Palestino bajo los lentes de la ley del desarrollo desigual y la teoría de la revolución permanente, como respuesta estratégica a los desafíos de la revolución árabe.
En la introducción a su obra mas importante –lamentablemente inconclusa– Nación árabe y modo de producción asiático, Nicola describió la estructura social de Medio Oriente como el resultado del choque del desarrollo de tendencias históricas intrínsecas con descomunales fuerzas exógenas como consecuencia de la brutal penetración imperialista y la colonización sionista en el caso particular de Palestina:
La sociedad árabe actual, en todo el Oriente, atraviesa una crisis política y social. A veces se la atribuye a la derrota de 1967. Pero es obvio que existió y se desarrolló mucho antes de esta guerra, que en realidad fue sólo un síntoma de ella. La derrota no ha hecho más que profundizarlo, agudizarlo y ponerlo más de relieve. No es sólo una crisis económica, una crisis de países subdesarrollados que luchan por encontrar un camino hacia el desarrollo económico, ni simplemente la crisis política de un país más o menos dominado por el imperialismo, enfrentado a la amenaza permanente de un vecino colonialista y expansionista, creado gracias al imperialismo que todavía lo mantiene y lo apoya financiera y militarmente para que pueda ser un látigo contra los países que intentarían levantarse contra él; además, se trata principalmente de una crisis social que tiene sus raíces en el proceso de desarrollo de estos países. No es una simple crisis económica del subdesarrollo o una crisis política, es una crisis social global, un producto histórico no sólo resultante de las particularidades económicas, políticas, sociales y culturales heredadas de la sociedad árabe tradicional, sino también, y hasta cierto punto, en gran medida, producto de sus antiguas y aún existentes relaciones con los países capitalistas avanzados. Esta crisis es la expresión de la contradicción entre las bases económicas y sociales y las superestructuras extranjeras que se le imponen.
Es a partir de entender la relación existente entre la aguda dominación imperialista sobre el mundo árabe –que en el caso palestino se combina con la dominación colonial de Israel como enclave imperialista– y la debilidad y dependencia de las burguesías regionales que Nicola llega a la conclusión de que la liberación palestina y árabe del yugo del imperialismo y el sionismo no puede realizarse en el marco de una revolución democrático-burguesa o una “revolución nacional” a secas porque las clases dominantes locales son extremadamente dependientes o extremadamente débiles frente al imperialismo. Para Nicola, el sujeto de la liberación nacional palestina es la clase obrera árabe, en alianza con los campesinos. En sus “Tesis sobre la revolución en Medio Oriente” plantea:
La revolución en Medio Oriente no puede ser una revolución “democrática” burguesa o nacional, sino sólo proletaria y socialista. Solo es posible como revolución permanente. Sin la conquista del poder por la clase trabajadora apoyada por el campesinado pobre y la institución de medidas socialistas, ni las tareas democráticas nacionales ni la rápida industrialización pueden lograrse para satisfacer las urgentes necesidades económicas de las masas.
Aunque en todo momento en la obra de Nicola se puede ver un clarísimo intento de articular la liberación palestina con la revolución socialista en el mundo árabe, demostrando un entendimiento profundo de la potencialmente poderosísima unidad del proletariado árabe –más allá de las fronteras nacionales impuestas por el imperialismo–, podemos ver también un intento muy serio de entender la excepcionalidad de la situación palestina.
Así como la penetración imperialista en Medio Oriente creó estructuras sociales abigarradas producto del desarrollo desigual y combinado, la sociedad palestina –su estructura socioeconómica–, fue moldeada por el colonialismo de colonos del Estado de Israel. Escribió Nicola en “Revolución árabe y problemas nacionales en el Este árabe”:
La sociedad sionista emergente chocó con las diversas clases de la sociedad árabe palestina. Trajo capital, soluciones tecnológicas y conocimientos modernos de Europa. El capital judío (a menudo apoyado por fondos sionistas) desplazó gradualmente a los elementos feudales simplemente comprando sus tierras, y las regulaciones sionistas prohibieron la reventa de tierras a los árabes. Al poseer ventajas financieras y económicas, la economía capitalista sionista bloqueó el surgimiento de una clase capitalista árabe. Tras chocar con los campesinos árabes al expulsarlos de sus tierras, el sionismo también impidió el surgimiento de un proletariado en el sector judío de la economía. Debido a que el desarrollo capitalista del sector árabe fue retrasado e impedido, los campesinos (así como la intelectualidad árabe) encontraron enormes dificultades para encontrar empleo, excepto en la administración del Mandato Británico y en los servicios públicos. La estructura social y económica de la Palestina árabe (que había comenzado a desarrollarse en condiciones muy similares a las que prevalecían en Siria) quedó completamente distorsionada por la colonización sionista. Esta distorsión aún persiste hoy.
Como plantea Enzo Dal Fitto en su interpretación del pensamiento de Nicola:
La necesidad de adquirir tierras, comprándolas a veces por encima de su valor, y de dar trabajo a los judíos procedentes de sucesivas oleadas de inmigración justifica una política racista basada en la exclusividad del empleo judío en el sector industrial y la prohibición de la venta de tierras a los árabes. Esta política debilitó así las estructuras feudales de la economía agraria al tiempo que impidió la proletarización de los árabes debido a la prohibición de que varias empresas judías contrataran trabajadores árabes. En estas condiciones, el feudalismo comenzó a desaparecer sin que pudiera desarrollarse una estructura económica capitalista. Semejante estructura económica impidió el surgimiento de un liderazgo político árabe poderoso.
Este bloqueo del desarrollo de una sociedad de clases claramente diferenciada producto de la “distorsión” ejercida por la colonización sionista tuvo, para Nicola profundas consecuencias en la configuración de la superestructura política palestina:
La distorsión socioeconómica se refleja en la esfera política. Debido a que a la burguesía, el proletariado y el campesinado se les negó un camino normal de desarrollo, no lograron producir partidos políticos ni líderes de suficiente calibre. El liderazgo político de la Palestina árabe permaneció en manos de los terratenientes que, a pesar de liquidarse como clase al vender sus tierras a los sionistas, obtuvieron enormes ganancias financieras a través de estas transacciones.
Para Nicola, con un profundo instinto “permanentista”, esta debilidad de la estructura social palestina sometida al yugo de un colonialismo de colonos hace que la clase obrera y el campesinado palestino requieran imperiosamente del escalamiento de la lucha por su liberación nacional a nivel regional, uniendo a la clase obrera árabe tras la revolución antiimperialista y socialista. La solidaridad sin fronteras de la clase obrera árabe es lo que puede brindar apoyo material, militar y político a la causa palestina si los trabajadores y los oprimidos se sacan el yugo de sus propios gobiernos capitalistas y dictatoriales en muchos casos.
Esta visión estratégica y profundamente internacionalista de la alianza antiimperialista del proletariado árabe forjada al calor de una demanda democrático radical como la causa palestina con un horizonte socialista está anclada en una concepción que trasciende los marcos nacionales para pensar creativamente la cuestión de la liberación nacional y darle una salida no burguesa –atrapada en los confines del Estado nación burgués– sino anclada en el internacionalismo proletario.
Internacionalismo proletario que se verifica también en el entendimiento que Nicola tenía de la importancia de la alianza del proletariado árabe e israelí y que fue parte de las diferencias que dividieron al Partido Comunista desde sus orígenes por las enormes presiones nacionalistas que ejercían y ejercen sobre la izquierda israelí y palestina tanto el sionismo como fuerza contrarrevolucionaria en la región como en distinta medida y desde el lado de la resistencia contra el sionismo, las direcciones nacionalistas o fundamentalistas árabes que no le oponen un proyecto emancipador para la clase obrera y los oprimidos ni a las masas palestinas y árabes.
Para Nicola, fue fundamental entender la estructura socio económica del Estado sionista que se distingue de otros Estados coloniales por su alta jerarquización interna de clase, con un proletariado, una clase media y una burguesía bien delineados. Esto en el marco de un Estado que además, mantiene un sistema de apartheid contra la población árabe en Israel, que conforma una masa de mano de obra barata sin derechos por un lado y que utiliza a sectores de la población civil armada en milicias para aterrorizar a la población palestina y efectuar la usurpación de tierras por otro.
Nicola entiende el carácter “fascistizado” de la sociedad israelí y la hegemonía ideológica del sionismo. Sin embargo, como dice Enzo Dal Fitto, el proletariado israelí:
Es una fuerza potencialmente revolucionaria que tiene mucho que ganar si reemplaza la tutela del imperialismo con cooperación e integración en el mundo árabe circundante. En consecuencia, el análisis de clases también debe permitir pensar en la solidaridad de intereses entre los diferentes componentes del proletariado en Medio Oriente y no en la única diferenciación interna de la estructura de clases de la Palestina árabe. Para Nicola, debe sacar a la luz las tensiones internas dentro del Estado de Israel que potencialmente podrían destruirlo desde dentro. N. Israelí, que firmó este texto, subraya a este respecto que el trato degradante reservado a los judíos orientales repatriados a Israel para reforzar el dominio demográfico sionista en los territorios anexionados y constituir una mano de obra barata, discriminada en nombre de su "arabidad", juzgada amenazadora por las élites askenazíes, acerca a esta población proletarizada a los intereses de la clase obrera árabe: "muchos judíos orientales (que hoy representan casi el 50 % de la población israelí) tienen más en común con los árabes (cultura, tradición, lengua) que con los judíos europeos; nada consolida a esta población heterogénea que la amenaza exterior a su existencia política (y física)”.
Sin embargo, Nicola no condicionaba la lucha contra el imperialismo y el sionismo a la potencial alianza del proletariado israelí y palestino, consciente de que el proletariado israelí era la base social del Estado colonial y que cualquier política revolucionaria que se desarrollara en su seno implicaba abrazar la lucha por la autodeterminación palestina y la ruptura total de la clase obrera israelí con el sionismo. Más aún, para Nicola, la potencial alianza entre el proletariado judío y palestino estaba subordinada a la tarea más importante de la liberación palestina que era forjar la unidad de objetivos del proletariado árabe en el camino del desmantelamiento del Estado de Israel en una perspectiva socialista:
Los judíos israelíes son actualmente una nación de opresores porque forman el Estado sionista de Israel, que es un puesto de avanzada del imperialismo en la región y que desempeña un papel opresivo y contrarrevolucionario contra la revolución árabe. Pero la revolución socialista árabe victoriosa significa la derrota del sionismo y la destrucción de la estructura completa del Estado sionista, la liquidación de la dominación imperialista y su influencia en el Medio Oriente, así como la restauración de los derechos palestinos.
En 1963, Nicola se unió a Matzpen, una organización surgida como una ruptura del Partido Comunista de Palestina. Nicola fue fundamental para moldear la ideología política de la organización y darle un carácter permanentista a sus planteos programáticos sobre la liberación palestina. Bajo la influencia de Nicola, la joven organización hizo un balance profundo de la responsabilidad de la Unión Soviética en el proceso de colonización sionista y la creación de Israel y desde ahí realizó “un análisis sistemático de la política sionista que caracterizó como una política colonial e imperialista”.
Fue en los años de fundación de Matzpen que la organización fue capaz de elaborar teóricamente sobre la fisonomía específica de la revolución permanente en Palestina destacando en su programa la desionización de las estructuras del Estado colonial en el camino de su desmantelamiento, la alianza del proletariado árabe y judío en base a la lucha contra el adoctrinamiento sionista y sobre todo, la necesaria alianza regional del proletariado árabe que es el sujeto de la liberación palestina y regional contra el yugo del imperialismo en una perspectiva socialista [3].
Más de medio siglo pasó desde que la ONU decretó la fundación de Israel y grandes ejemplos de lucha de clases se desarrollaron en el mundo árabe en diferentes oleadas con la causa palestina en el trasfondo. Las ideas de Nicola y la teoría de la revolución permanente, se comprobaron por la negativa en el auge del nacionalismo árabe que traicionó la causa palestina y en la emergencia de las nuevas direcciones fundamentalistas.
Del nacionalismo árabe al islam político
La creación del Estado de Israel desestabilizó dramáticamente la geopolítica de Medio Oriente y de la mano de la penetración imperialista se exacerbaron las tensiones sociales que se expresaron desde los ‘50 en lucha de clases y crisis políticas. Es en este periodo que nuevos gobiernos post coloniales emergen y diversas variantes de nacionalismos árabes encarnados en líderes políticos como el rey Faisal I de Irak, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, Muammar Gaddafi u organizaciones como el Movimiento Nacionalista Árabe, la Organización para la Liberación Palestina o el Partido Soicalista Árabe Ba’ath. Estas direcciones fueron hegemónicas hasta la guerra de los seis días en 1967. Como dice Claudia Cinatti en “Islam político, antiimperialismo y marxismo”:
El contexto histórico del ascenso del islamismo está dado por la derrota árabe frente a Israel en la guerra de los seis días de 1967 que marcó el comienzo de la decadencia irreversible de los regímenes nacionalistas burgueses poscoloniales que habían asumido a través de golpes de Estado con base popular en la década de los ‘50 en los principales países árabes . El 6 de junio de 1967 el Estado de Israel lanzó un ataque preventivo contra Egipto, Siria y Jordania. En sólo seis días las tropas sionistas derrotaron a los tres países, ocupando la península del Sinaí en Egipto, las alturas del Golán en Siria, Jerusalén y Transjordania. Tan intenso fue el impacto que la misma noche de la derrota Nasser presentó su renuncia. Aunque una movilización de millones lo mantuvo en el poder el nacionalismo nasserista ya estaba agotado. Nasser murió en 1970 y su sucesor, Anwar Sadat, inició un programa de apertura de la economía y de privatizaciones generalizadas que tuvo consecuencias catastróficas para la población, sobre todo en aquellos sectores que habían fluido masivamente de las zonas rurales a las principales ciudades durante el auge del nasserismo y constituían una masa de pobres urbanos que poblaban las periferias.
En 1967 Israel derrotó a Egipto, Siria y Jordania en lo que se conoce como “la guerra de los seis días” con una ofensiva militar para ocupar la península del Sinaí. Esta derrota impuso la relación de fuerzas necesaria para que eventualmente el presidente egipcio Anwar Sadat firmara los acuerdos de Campo David de 1978 siendo el primer país árabe que reconoció al Estado sionista de Israel. De 1967 a 1973, la mayor parte de los países árabes fueron escenario de intensas protestas contra los viejos gobiernos nacionalistas que fugazmente fortalecieron a organizaciones nacionalistas de izquierda, variantes del estalinismo o seculares. Pero este fenómeno fue muy efímero y ante la crisis de los nacionalismos tradicionales, fueron las organizaciones islámicas crecientemente politizadas que comenzaron a ganar terreno entre la juventud árabe. Como dice Claudia Cinatti:
… nuevas o viejas organizaciones islamistas vueltas a la actividad política se fortalecieron entre la juventud desocupada, que constituía una masa de pobres urbanos en países como Egipto y Argelia, entre los estudiantes universitarios y sectores de la intelligentsia formada en los años de masividad de la educación superior pero que no conseguían empleo. Comparadas con las organizaciones tradicionales, éstas habían radicalizado su discurso religioso y sus métodos de acción… El ascenso de la popularidad de Hamas que le permitió ganar las elecciones legislativas de enero de 2006 a expensas de Al Fatah, es la muestra más patente de la debacle del nacionalismo burgués y su política conciliadora con el imperialismo y el Estado de Israel.
Jabra Nicola sacó lecciones del rol de los nacionalismos árabes consistentes con su visión de la dinámica de la revolución permanente en conjunto. En las “Tesis sobre la revolución en el Medio Oriente” escritas por Nicola y aprobadas por Matzpen, escribió:
En 1948 se creó el Estado sionista –colonialista de colonos– de Israel mediante la expulsión de los palestinos de sus hogares. Fueron dispersados por los Estados árabes vecinos, donde sus condiciones sociales quedaron plasmadas en su relegación a campos de refugiados. Aunque los regímenes de los Estados árabes proclamaron su oposición al Estado israelí, en la práctica esos regímenes no hicieron nada para recuperar el derecho de los palestinos a su patria... Cuando Nasser llegó al poder, su intento de sustituir a las masas por aparatos estatales contra Israel mantuvo inmovilizados a los palestinos, así como a los egipcios y a otras masas árabes... La derrota de los ejércitos árabes en junio de 1967 fue un duro golpe y sacudió a las masas árabes. La dirección nasserista, en la que las masas árabes, incluidos los palestinos, tenían puestas sus esperanzas en su lucha contra el imperialismo y el Israel sionista, quedó al descubierto por la debacle y se mostró incapaz de dirigir la lucha ni contra el imperialismo ni por la recuperación de los derechos de los palestinos a su patria. Como resultado, esos regímenes se vieron sacudidos y sintieron el peligro de ser derrocados por las masas que empezaron a despertar a su bancarrota.
La revigorización y politización de las organizaciones islámicas que impactó al conjunto de medio oriente hacia fines de los ‘60 y principios de los ‘70 se expresó en Palestina –y Líbano– tardíamente y adquirió características particulares. Como escribió Enzo Del Fitto a propósito de la emergencia de Hamas como dirección pequeño burguesa que capturó los sentimientos de liberación palestina después de las sucesivas traiciones de las burguesías árabes:
Hamas representa a la pequeña burguesía religiosa cuya lucha se ha dado como guía estratégica el "Islam revolucionario", importada de Egipto bajo la influencia de los Hermanos Musulmanes y fuertemente impregnada de la teología política chiita iraní, victoriosa en 1979, tras el derrocamiento del régimen proimperialista de Reza Pahlavi y la institución de una teocracia chiita bajo la égida de Jomeini, después de la sangrienta represión a los grupos comunistas y obreros que participaron en la revolución.
Tanto Hamas en Palestina como Hezbollah en el Líbano, son organizaciones que dirigen sectores de los movimientos de liberación nacional y tienen una extendida base social y político electoral. Como plantea Claudia Cinatti:
Desde fines de la década de los ‘60 la Organización para la Liberación de Palestina hegemonizada por la fracción nacionalista burguesa de Al Fatah dirigía la lucha nacional palestina. Las alas radicales del movimiento, lejos de canalizarse a través del islamismo, tenían expresión en grupos de filiación marxista como el Frente Popular y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina. Este panorama dominado por las direcciones seculares empezó a cambiar en el curso de la primera intifada de 1987, año en que el sheik Ahmed Yassin junto a otros Hermanos Musulmanes instalados en los territorios palestinos fundó el Movimiento de Resistencia Islámica-Hamas.
Hamas hizo su primera aparición pública en 1987 en el marco de la Intifada que se extendió por todos los territorios palestinos protagonizada por jóvenes plebeyos de los campos de refugiados y los barrios urbanos. Claudia Cinatti plantea que “el sello distintivo de Hamas fue darle al odio de los jóvenes palestinos un sentido religioso, para “galvanizar a los pobres como encarnación del verdadero pueblo, de la Umma pura y sincera frente a las elites laicas “corrompidas”, orientándose así hacia la alianza con la burguesía piadosa”. Durante los años siguientes, la base social de Hamas se extendió por toda la franja de Gaza hasta que en el 2001, Ariel Sharon ganó la presidencia del Estado de Israel e inició una nueva ofensiva contra Palestina recrudeciendo el sitio militar.
Las Fuerzas de Defensa Israelíes con Sharon a la cabeza avanzaron sobre territorio palestino y mantuvieron a Yasser Arafat en arresto domiciliario hasta su muerte. Su sucesor al frente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas profundizó la colaboración con la ocupación sionista y Estados Unidos mientras la situación se volvió insostenible para las masas palestinas. Es en este contexto que Hamas ganó las elecciones del 2006 en la franja de Gaza. Como planto Claudia Cinatti en 2009:
Hamas ha capitalizado la decadencia del nacionalismo burgués árabe, manteniendo un discurso antinorteamericano y antisraelí, sin hacer siquiera mención del establecimiento de un Estado islámico basado en la sharia. Pero más allá de los programas circunstanciales electorales y de sostener la resistencia contra la ocupación israelí, la estrategia de fundar en el territorio histórico palestino un Estado confesional, tiene un carácter reaccionario y es incapaz de darle una salida progresiva a las justas aspiraciones nacionales del pueblo palestino. La moral religiosa como valor absoluto y ley del Estado, no sólo atenta contra libertades democráticas elementales manteniendo un instrumento de opresión social, sino que pretende ocultar que en las sociedades musulmanas existen, como en occidente, explotadores y explotados, y que la religión está al servicio de mantener el dominio de los primeros.
El horizonte de Hamas de sustituir el Estado de Israel con un Estado religioso no puede traer la emancipación de las masas árabes, musulmanas ni ulteriormente judías. Un Estado religioso tipo Irán, es no solo un Estado autoritario sino además capitalista, desgarrado por profundas contradicciones de clase. Una política independiente de la causa Palestina requiere en primer lugar, una política antiimperialista y antisionista consistente pero al mismo tiempo, independiente también de las burguesías árabes que utilizan la causa Palestina como base de maniobra para sus propios intereses mientras explotan al proletariado y a los campesinos de sus países y en muchos casos oprimen a la juventud, a las mujeres, a la comunidad LGTB y la izquierda.
Lo que tienen en común los nacionalismos árabes con las organizaciones islamistas que son parte de los movimientos de resistencia contra el sionismo con base popular como Hamas y Hezbollah es que ambos plantean terminar con la opresión sionista e imperialista sin tocar las relaciones capitalistas de clase y los intereses estructurales del imperialismo en la región.
La Primavera Árabe
El 17 de diciembre de 2010, Mohammed Bouazizi, vendedor ambulante, fue despojado por la policía de sus mercancías y se inmoló como protesta. Decenas de miles de tunecinos se rebelaron en homenaje a Bouazizi y contra las condiciones de hambre y miseria impuestas por décadas de neoliberalismo y exacerbadas por la Gran Recesión de 2008. Mientras, Bouazizi peleaba por su vida en el hospital. Las masas volcaron su rabia contra la autoritaria presidencia de Abidine Ben Ali quien gobernaba el país desde 1987. Bouazizi murió el 4 de enero del 2011 y Ben Ali salió del poder expulsado por las masas el 14 del mismo mes.
La rebelión tunecina se regó como pólvora en toda la región. En Egipto, millones de personas tomaron las calles contra Hosni Mubarak, en Libia contra Muamar Gadafi, en Siria contra Bahar Al Assad y así sucesivamente en Argelia y hasta Yemen. Con sus diferencias, muchos de estos gobiernos tenían en común que habían llegado al poder con un programa nacionalista burgués en el pico del nacionalismo árabe post colonial después de la Segunda Guerra Mundial. Después de las crisis políticas y económicas de los setentas, estos mismos gobiernos se pasaron al bando del neoliberalismo para aplicar a rajatabla los mandatos de Estados Unidos con métodos cada vez más opresivos y autoritarios.
Desde luego que los países que se rebelaron bajo el ciclo de revueltas de la Primavera Árabe son heterogéneos desde el punto de vista social, político, religioso, étnico y las estructuras económicas son desiguales y diversas. Sin embargo, hay muchas tendencias históricas que les son comunes y la Primavera Árabe desnudó esta “unidad de problemas” que unifica a la región. La crisis del 2008 por ejemplo, que se expresó en el aumento de precio de los alimentos provocaron una crisis alimentaria en todo el norte de África. En Túnez y Egipto, los pobres urbanos organizaron las revueltas del pan previas a la Primavera Árabe y antes del estallido de las movilizaciones contra Mubarak, la clase obrera venía de un proceso de recomposición y lucha contra los bajos salarios en centros obreros muy importantes como Mahalla el Kubra en Egipto.
Los procesos de la lucha de clases de la Primavera Árabe tuvieron distinto grado de profundidad, involucramiento de las masas y en definitiva expresiones distintas en cada país. Se trató de procesos de revuelta contra dictaduras terribles pero que fueron aprovechados por el imperialismo para sacarse de encima a socios que ya no le servían interviniendo militarmente en el caso de Libia contra Kadafi y de Siria contra Assad.
En el caso de Libia, por ejemplo, la rebelión contra la dictadura de Kadafi que desató una represión brutal en respuesta –al carecer de una dirección independiente y estar basada en la autoorganización de las masas– rápidamente fue utilizada por el imperialismo para intervenir directamente con la OTAN, desatando una cruenta guerra civil y en consecuencia una mayor subordinación al imperialismo después de la ejecución de Gadafi. Como planteamos en el Manifiesto por un movimiento por la revolución socialista, publicado en 2013 por la Fracción Trotskista:
En los casos de guerra civil abierta como en Libia, es insostenible separar la lucha militar contra las dictaduras de la lucha contra el imperialismo dejando en segundo plano qué clase hegemoniza el proceso y cuál es su contenido social. La subordinación de lo político a lo militar lleva a confundir el éxito de la intervención de la OTAN en la caída de Kadafi con un “triunfo” del movimiento de masas, justamente cuando la política de Estados Unidos y otras potencias es montarse en los movimientos antidictatoriales para limitarlos a lo sumo a un cambio de gobierno para conquistar nuevos aliados-clientes, y evitar de esta manera que los procesos adquieran una dinámica “permanentista”, es decir, que se eleven a la lucha contra el Estado burgués y el imperialismo. En Siria repiten la misma política quienes se ubican acríticamente en el “bando rebelde”, sin ninguna delimitación ni estrategia independiente de las direcciones proimperialistas, sostenidas por los aliados de Estados Unidos.
En Egipto se desarrolló un proceso mucho más profundo y avanzado con protagonismo de la clase obrera y sectores radicalizados de trabajadores que fueron clave para hacer caer a Mubarak y luego enfrentar las políticas neoliberales del gobierno islamista moderado de la Hermandad Musulmana. Sin embargo, la actividad de la clase obrera y las masas y la debilidad del gobierno de la Hermandad Musulmana amenazaba al régimen de conjunto así que el ejército dio un golpe de Estado con el aval de las principales direcciones de la oposición burguesa. El resultado fue un gobierno autoritario completamente plegado a los intereses de Estados Unidos. Como plantea el Manifiesto ya citado:
Las organizaciones islamistas moderadas que accedieron al poder –como el partido Annahda en Túnez y el depuesto Partido Justicia y Libertad en Egipto– son fuerzas burguesas que predican una mezcla de rigorismo religioso, populismo clientelista y neoliberalismo económico. La dinámica del proceso revolucionario egipcio demuestra que no hay revolución democrática sin dar respuesta definitiva a las demandas ligadas a las condiciones de vida de las masas, y estas últimas no pueden lograrse sin terminar con la opresión imperialista. Esta es la primera cuestión democrática estructural que debe resolver la revolución y sólo podrá ser llevada hasta el final por la clase trabajadora.
El ciclo de lucha de clases denominado coloquialmente como “Primavera Árabe” demostró la unidad económica, cultural, histórica y social que une al proletariado árabe del Magreb hasta Siria unido no solo por lazos lingüísticos, religiosos o culturales sino por una historia compartida de explotación, opresión imperialista y lucha de clases.
Por la negativa, puso de manifiesto el gran obstáculo que son las burguesías árabes y las organizaciones que colaboran con ellas en el camino de la lucha antiimperialista y el rol reaccionario que cumplen los Estados árabes que explotan y oprimen a las masas laboriosas de sus propios países mientras las utilizan como base de maniobra para lograr concesiones de la dominación imperialista.
Desde la revuelta árabe y su huelga general de nueve meses contra la dominación británica y la expansión sionista, pasando por las tres heroicas intifadas, los enormes procesos de lucha de clases en los países del Medio Oriente como la Primavera Árabe, la huelga general en Israel y Palestina del 2021, la única fuerza social que puede parar el genocidio y liberar a Palestina se ha hecho presente pero lamentablemente, actuando bajo la egida de direcciones y programas que no representan sus intereses históricos.
Desentrañar esta historia está al servicio de saber identificar que nuestros amigos en esta lucha y aquellos que pueden poner un alto a la dominación imperialista son los trabajadores y la juventud palestina, árabe y de los países imperialistas. En momentos aciagos donde Israel y Estados Unidos están perpetrando un genocidio transmitido en tiempo real y avanzando brutalmente sobre Rafah, la convicción de Jabra Nicola de que la liberación palestina ha sido y puede ser el motor de la revolución árabe hacia el socialismo es más relevante que nunca.
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