¿Por qué los intelectuales y los medios masivos comparten la ausencia de un análisis profundo de la emergencia de esta tercera fuerza nacional?¿Por qué el fenómeno de la izquierda no es tan estudiado como el de la derecha?
Viernes 24 de septiembre de 2021
@rama.rabbit
Durante los días posteriores a las PASO se publicaron decenas de editoriales en los medios de comunicación analizando los resultados. Casi todos coincidían en el gran golpe que tuvo el gobierno en las primarias. El peronismo perdió en 17 provincias y además disminuyó su voto en varios lugares considerados sus bastiones: En la provincia de Buenos Aires perdió dos millones de votos con respecto a las últimas primarias. Algunos medios oficialistas argumentaron que esto se debió, por un lado, a una derechización expresada en los votos de Juntos por el Cambio y en el surgimiento de Javier Milei en la Ciudad de Buenos Aires. Y por el otro, debido a una baja participación de los votantes del gobierno. Algunos otros medios relativizaron el crecimiento de la derecha, planteando que más bien hubo un voto de “descontento” con el Frente de Todos.
Sin embargo, pocos (o ninguno) señalaron que una parte de ese “descontento”, producto de un gobierno que incumplió gran parte de sus promesas de campaña, también se canalizó por izquierda. El Frente de Izquierda Unidad, que intervino en muchos de los procesos de lucha que se vienen dando entre los sectores de vanguardia de la clase trabajadora, se consolidó como tercera fuerza a nivel nacional. En algunas provincias como la de Buenos Aires obtuvo un 5,2%, en Chubut rondó el 10% de los votos. En Jujuy hizo una elección histórica con más de 23%. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se llegó a un 6,7% con la posibilidad de volver a meter una diputada de izquierda después de 20 años.
Este dato político que surge de la elección parece estar bloqueado para algunos análisis políticos. La pregunta es ¿Por qué? Aquí sostendremos que, más allá del interés de los grandes medios en ocultar una voz independiente a los grandes partidos del régimen, y por lo tanto a muchas luchas obreras y populares que se han dado en el último tiempo, existe una especie de “trauma epistemológico” para concebir el desarrollo de una izquierda clasista, revolucionaria y anclada en las ideas del marxismo.
La izquierda y la lucha de clases.
Dos semanas antes de la elección, Andres Malamud y Maria Esperanza Casullo hablaron en su Podcast Agora sobre por qué la izquierda argentina no puede crecer más, particularmente en momentos de crisis. Uno de los argumentos era que solo representa a “sectores progresistas, urbano-burgueses, a los “progre” de la Universidad”, que los laburantes no se sienten representados por ella. En el Podcast Sobremesa, Pablo Gerchunoff y Roy Hora continúan este debate planteando que el Cristinismo es la única izquierda posible, sosteniendo que las demandas de los trabajadores se canalizan dentro de los partidos burgueses. Fernando Rosso publicó en el Diario Ar una nota para seguir la polémica. Nosotros nos queremos detener en aquellas ideas para desentrañar esos mitos, que creemos están extendidos en muchos de los análisis mediáticos sobre la coyuntura y que hacen a entender aquel “trauma” del que hablamos antes.
En primer lugar, detengámonos en el problema de la composición social de la izquierda. La idea de que la izquierda no expresa a sectores de trabajadores, relacionada al mito de que la clase obrera es inherentemente peronista, tiene dos problemas. El primero está basado en una concepción de la izquierda de tinte socialdemócrata o reformista, según la cual la identificación social está medida únicamente en términos electorales o “masivos”. De esta forma, se asocia mecánicamente los porcentajes obtenidos con la composición y éxito de la izquierda en la implantación de sus ideas en “las masas”. Sin embargo el Frente de Izquierda, y particularmente desde el PTS, nos hemos opuesto a esta concepción de izquierda, anclada únicamente en el régimen electoral parlamentario. Ya los fracasos de Syriza o Podemos en España como partidos “amplios” de izquierda, pero sin conexión con las luchas existentes, sin la construcción de una corriente militante y sin una perspectiva anticapitalista, han demostrado toda su impotencia frente al avance de la derecha, dejando expuesto lo coyuntural de su crecimiento y su mimetización con los grandes partidos tradicionales. Por el contrario, desde el PTS hemos sostenido la necesidad de una izquierda clasista, revolucionaria y socialista, es decir, una izquierda con una fuerza militante anclada en los sindicatos, estructuras universitarias y sectores populares, para la cual los avances en el terreno parlamentario electoral sean un aspecto de la lucha más general de los trabajadores y trabajadoras por derrocar este sistema.
En este sentido, los resultados electorales, expresan una conexión entre los procesos más avanzados de lucha de los trabajadores, las mujeres y los jóvenes que se han dado en el último tiempo y el resultado de la izquierda en las elecciones. Uno de los casos más notorios puede ser el de Neuquén, donde hace pocos meses se dio el proceso más avanzado de la lucha de clases en nuestro país de los últimos meses: más de 60 días de lucha y 22 piquetes que paralizaron Vaca Muerta. Allí los trabajadores de salud autoconvocados superaron a la burocracia sindical de ATE y de UPCN que habían pactado con el gobierno, y consiguieron un aumento salarial para los estatales. En esta provincia la izquierda creció, sacando 7,9%, llegando al 15% en el barrio industrial y conquistando que Julieta Katcoff, secretaría de las mujeres del Hospital Castro Rendón y referenta de la lucha, fuera elegida Concejala en las últimas elecciones municipales. A su vez, ayer se conoció la noticia de que en las elecciones en ATEN (Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén), en las seccionales de Capital, Plottier, Chañar y Picún ganó la lista de la oposición, de la que forma parte la izquierda.
Guernica es otro ejemplo de ello: fuimoscientos los estudiantes y laburantes que nos acercamos el año pasado a apoyar la pelea por una vivienda digna y que hoy seguimos peleando codo a codo junto a la asamblea permanente. En las elecciones esto se expresó con un 7,10% de votos a la izquierda en Presidente Perón, mientras que el voto al Frente de Todos disminuyó un 30,6% en relación a las últimas primarias. El crecimiento en Chubut, la provincia que viene peleando contra las quemas y el extractivismo de las megamineras y de su aliado el gobernador del Frente de Todos, Arcioni, la izquierda obtuvo un 9,41% del total de los votos. En Jujuy Vilca, trabajador de la recolección y obrero coya, junto a otras figuras obreras como Chopper Egüez, Natalia Morales, Julio Mamaní y Gastón Remy sacaron un 23%, siendo la expresión de un fenómeno obrero contra el régimen feudal y antidemocrático de Gerardo Morales. En San Salvador de Jujuy, Palpalá y Caimancito la izquierda se posicionó como segunda fuerza, con porcentajes que superan cifras ya históricas en las barriadas obreras. Este análisis no sólo desenmascara el mito de que solo “sectores progresistas urbanos” apoyan a la izquierda, sino que muestra la persistente relación entre la lucha de clases y la izquierda en un momento donde el Peronismo y el Cristinismo tienen poco para ofrecer hoy a las masas trabajadoras.
Y aquí vamos al segundo de los argumentos planteados más arriba: la imposibilidad del desarrollo de una izquierda “a la izquierda del Peronismo”. Como hemos visto en los ejemplos anteriores, si bien se trata de procesos de lucha aún aislados, tienen como lugar común el hecho de que muchos de sus protagonistas se han enfrentado con lo que consideraban “su gobierno”. Es decir, trabajadores y trabajadoras que habían votado al Peronismo para terminar con el ajuste macrista y que fueron decepcionados en estos dos años. En este sentido, lo que algunos analistas no ven y algunos grandes medios ocultan abiertamente es que puede haber una experiencia política de sectores significativos de la clase obrera con el peronismo por izquierda.
A partir de lo dicho, volvemos a preguntarnos: ¿De dónde viene esta negación? Y aquí queremos detenernos en dos aspectos. Por un lado en una explicación más de época sobre las concepciones que se han arraigado sobre la izquierda. Por otro lado, la ausencia de un análisis que tome la lucha de clases como elemento central de la realidad política.
Concepciones ancladas en otra etapa.
A finales de los ‘70 comenzó una etapa histórica, que si bien hoy está en crisis, llega hasta nuestros días: el Neoliberalismo. Un modelo que, producto de una gran derrota en la lucha de clases, logró instalar exitosamente su ideología, sus sentidos comunes como que “si uno se esfuerza individualmente, la posibilidad del progreso y crecimiento personal está al alcance de sus manos”, en contraposición a una salida colectiva. Esto afectó profundamente la militancia partidaria, transformando los partidos en cáscaras vacías dedicadas al desarrollo superestructural de figuras sin anclaje en corrientes orgánicas de carne y hueso. Como contrapartida, se le dio un peso sobrevalorado al rol de los medios en informar y hacer política, como si fueran factores de poder determinantes en el desarrollo de la conciencia política de las masas.
A partir de la caída del muro de Berlín y la posterior disolución de los Estados obreros burocratizados y deformados, particularmente de la Unión Soviética (de la cual se cumplirán treinta años el próximo 26 de diciembre) las ideas de que la clase obrera no existe, que no existe la lucha de clases y que el socialismo no es una alternativa frente al Capitalismo, marcan los debates ideológicos que se dieron en los últimos 40 años. Este proceso, sumado a la tergiversación de las ideas revolucionarias y marxistas por parte del Estalinismo, hicieron que estas sufrieran el peor retroceso de su historia.
La confusión de muchos analistas e intelectuales fue creer que la derrota de las ideas marxistas y socialistas era definitiva y no momentánea, suponiendo que “lo nuevo que podía aparecer” era únicamente por dentro de la democracia burguesa. No conciben que pueda haber fenómenos y procesos que pongan en cuestión el sistema capitalista. Desde el 2008 en adelante, el Neoliberalismo entró en crisis, lo que viene dando lugar a cambios en la forma de pensar y nuevos fenómenos que pueden ser tanto por izquierda como por derecha. Con estos últimos, la intelectualidad se sorprende y se asusta porque (de manera reaccionaria y sin plantear una revolución social) cuestionan la legitimidad de algunas de las instituciones, como se vio con el ataque al Capitolio en EEUU luego de las elecciones. Lo que ve inviable de la izquierda clasista es una salida revolucionaria.
Pero de la vereda de enfrente, durante los últimos años se dio una recomposición objetiva de la clase obrera que a su vez aumentó su actividad en la lucha de clases. Con la restauración capitalista durante los noventa se incorporaron 1470 millones de trabajadores nuevos al mercado mundial, provenientes de China, Rusia y los Estados del Este Europeo. Desde hace poco más de dos décadas, cada vez de forma más recurrente y a lo largo de todo el globo, la salida a las calles de millones de trabajadoras y trabajadores es ya una marca de época, con los elementos de recomposición subjetiva que eso genera. En el ámbito regional se hizo presente hace no tanto en Chile, Colombia y Ecuador. Ni hablar del Black Lives Matter en Estados Unidos y de las movilizaciones en Europa: los Chalecos Amarrillos en Francia, etc. En los “modelos” de referencia del Neoliberalismo en la región como Chile y Colombia, se vieron expuestas las enormes desigualdades. Lo que está en debate ahora es cuál va a ser la salida.
¿Y la lucha de clases?
Volviendo a la situación actual, creemos que en gran parte la imposibilidad de pensar estos problemas tiene que ver con concebir los fenómenos políticos únicamente en términos electorales o el marco del régimen de partidos establecido (y sus “fenómenos excepcionales”), pero nunca en términos de la lucha de clases ni de la relación entre las clases. En los intelectuales y medios de comunicación tradicionales, llueven las reflexiones sobre los populismos de “izquierda” y también los de derecha (Bolsonaro, el Trumpismo, etc), pero es casi nulo el análisis respecto a los movimientos profundos en el seno de la sociedad. Así, se le da muchísimo aire a personajes como Javier Milei, que en 2018 fue uno de los economistas que más apareció en la televisión y le siguen una larga lista de otros derechistas.
Pero no se habla prácticamente nada del conflicto social que ha crecido en los últimos años. ¿Por qué? Nuevamente, creemos que se trata de análisis superficiales.
Por ejemplo, el hecho de que la burocracia sindical peronista no convoque a medidas de lucha significativas no habla tanto de la ausencia de conflicto sino del enorme rol pasivizador que están cumpliendo los aparatos sindicales. Una expresión gráfica de esto son los datos del informe del observatorio de conflictividad laboral de la Izquierda Diario del mes de marzo: los 138 conflictos en todo el país son ilustrativos para pensar este camino. “El 36.3% de las acciones fueron convocadas por trabajadores autoconvocados y un 11.1% por organizaciones de base, lo cual da cuenta de que el 47.4% de las acciones fueron convocadas por fuera de las cúpulas sindicales”. Es decir, estos fenómenos “subterráneos”, los que no aparecen en los grandes medios, sin embargo, dan cuenta de un hervidero social que obliga a otro tipo de análisis.
Una de las explicaciones de por qué la bronca todavía no se expresa en luchas muchísimo más duras es la política de pasivización de estas burocracias sindicales y las direcciones de los distintos movimientos sociales que adhieren al Frente de Todos. Luego de la votación de la reforma previsional en 2017 hasta el momento, no tomaron ni una sola medida para enfrentar el ajuste, sino todo lo contrario, intentaron pasivizar a la gente. Ahora que todos los partidos tradicionales coinciden en la necesidad de una reforma laboral (aunque sea por convenio) ¿Qué van a hacer estas organizaciones?
Otros medios, otra salida.
Los trabajadores más temprano que tarde van a empezar a responder, como empezamos a ver en los últimos meses. Eso no está en duda, pero no es suficiente. Desde nuestra perspectiva la forma de enfrentar estos planes de ajuste es en oposición completa a los proyectos de la burguesía, apostando a que los propios trabajadores se autoorganicen, que retomen los métodos tradicionales de su clase confiando en sus propias fuerzas, uniendo a los ocupados con los desocupados. Para eso es necesaria una izquierda clasista y revolucionaria que sea una referencia cuando millones de trabajadores salgan a luchar, que tenga fuerza militante entre los jóvenes precarizados, en las fábricas, los servicios, los colegios, las universidades, para empalmar con los sectores de vanguardia de la clase trabajadora, que sean parte de organizar asambleas, comisiones en cada lugar de trabajo y también de estudio, para pelear una salida donde la crisis no recaiga sobre nuestras espaldas, para imponerle a las direcciones de los sindicatos, centros de estudiantes y movimientos sociales que tengan que salir del inmovilismo y también para desenmascararlos frente a todos los que hoy pueden seguir confiando.
Por eso es que también peleamos en la Universidad por poner en pie una corriente estudiantil que batalle contra estas ideologías que atan de manos a los laburantes, que todo el tiempo intentan bajar la vara de las expectativas y asegurarse de que nos “acostumbremos” a la miseria de lo posible, contra el mantra de que el Capitalismo es el único horizonte existente. Lo hacemos desde el Dossier de Ideas y Universidad publicado en La Izquierda Diario y también desde decenas de publicaciones y elaboraciones realizadas en Ediciones IPS, con el CEIP León Trotsky, con la revista Ideas de Izquierda, con el Campus Virtual. Somos una juventud que no solo analiza los fenómenos de la lucha de clases actual, sino que es parte de cada una de esas luchas para transformar la realidad.