Trotsky fue, además de dirigente de la Revolución rusa, su historiador. Tuvo el objetivo de restablecer la verdad histórica falsificada por el estalinismo y aportar con las lecciones de la revolución a los trabajadores del mundo.
Alicia Rojo @alicia_rojo25
Viernes 21 de julio de 2023 00:17
Ilustración: Enfoque Rojo.
Trotsky, historiador de la revolución
La Historia de la Revolución rusa “sigue siendo en muchos aspectos el más eminente ejemplo de literatura histórica marxista hasta hoy, y la única en la cual la competencia y la pasión del historiador se unen a la actividad y el recuerdo de un dirigente y organizador político, en una importante reconstrucción del pasado”, escribía el historiador Perry Anderson [1] sobre la gran obra del revolucionario ruso.
Esta obra no fue la primera en la que Trotsky reflexionó sobre el proceso revolucionario ruso. Dejó testimonio también, desde su rol de protagonista, de la revolución de 1905 en la que presidió el soviet de San Petersburgo. Escribió Resultados y perspectivas, donde plasmó un profundo análisis de la dinámica de la historia rusa y delineó los fundamentos de su teoría de la revolución permanente sosteniendo la posibilidad de una revolución socialista en la atrasada Rusia. En el marco de la época imperialista, la penetración de las relaciones capitalistas habilitaban la perspectiva del estallido de la revolución en uno de los eslabones más débiles de la cadena imperialista, actualizando así el marxismo clásico que preveía el desarrollo de este proceso en los países capitalistas más avanzados y poniendo las bases de su teoría del desarrollo desigual y combinado. La aplicación del materialismo dialéctico le permitió prever con más de una década de antelación el proceso del cual nuevamente sería uno de los protagonistas en 1917.
Posteriormente en su libro 1905, desplegará su talento de historiador en el recorrido y análisis de este “ensayo general” en el que se delinearon los actores, los partidos y las instituciones que se desenvolverán 12 años después. Así sintetizaba Trotsky en su prefacio a la edición de 1922 la importancia de aquel ensayo y la vital relevancia de su tarea de extraer conclusiones de las experiencias históricas: “Nuestra gran ventaja en 1905, en la época del prólogo revolucionario, consistió en que los marxistas estábamos armados con un método científico para el estudio de la evolución histórica. Y ello nos permitía establecer una explicación teórica de las relaciones sociales que el movimiento de la historia no nos presentaba más que por indicios y alusiones.” [2]
Tras la toma del poder en octubre de 1917, y en plena tarea de construcción del Estado obrero, ocupando el despacho de Asuntos Extranjeros del primer gobierno soviético y presidiendo la delegación rusa en las negociaciones de paz con Alemania en la ciudad de Brest-Litovsk, Trotsky escribió un trabajo que se conocería, entre otros nombres, con el título Cómo hicimos la Revolución rusa, un folleto popular dirigido a las masas trabajadoras alemanas. El objetivo político de este libro que narra los principales acontecimientos de la reciente revolución son explicados así por el historiador Al Richardson: "Lenin y Trotsky jamás creyeron en “el socialismo en un solo país”. No tenían expectativas en que la revolución sobreviviera si no se extendía a otros países, y el libro termina con la esperanza de que “el cerco imperialista que nos está ahogando se rompa por la acción de una revolución proletaria”. La verdad es siempre la primera víctima en una guerra, y en el momento de Brest-Litovsk la guerra mundial ya llevaba más de tres años. La simpatía por la revolución que sentía la clase obrera en el extranjero sólo podía ser aprovechada corriendo la cortina de la propaganda de los tiempos de guerra que rodeaban a la Unión Soviética, con una clara explicación de sus causas y objetivos. A menos que estos sean entendidos, no sería posible para otros imitar el ejemplo ruso.” [3]
Además de alentar las simpatías de miles de trabajadores por la revolución, este trabajo tenía el objetivo de explicar por qué el gobierno ruso se había visto obligado a retirarse de la guerra y negociar en términos tan perjudiciales con Alemania y lograr la ansiada paz para las masas rusas; sin embargo, como aclara Richardson, “decir esto no significa que el libro tiene sólo un valor puramente histórico y efímero. El mismo incluye síntesis teóricas increíblemente concentradas” en torno a temas claves como la superioridad del poder soviético sobre la democracia burguesa, el desarrollo de la conciencia de la clase obrera en situaciones de crisis, la necesidad de la insurrección armada y la forma en que un partido revolucionario gana a la mayoría para esta insurrección.
No solo las revoluciones serán para Trotsky motivo de reflexión sobre las lecciones estratégicas de las grandes experiencias del movimiento de masas, también sus biografías se propusieron recorrer la trayectoria personal de dirigentes que cumplieron un rol histórico central sin dejar de vincularlas con el devenir de las fuerzas sociales que expresaron, método que se impuso también en las innumerables semblanzas que recorren sus libros.
En 1924, después de la muerte de Lenin, se publicó en la URSS Recuerdos de Lenin; se trataba de bocetos para una futura biografía, su publicación constituyó un homenaje a su compañero en momentos en que ya la dirección de Stalin se imponía en el Estado obrero. El propio Trotsky fue impedido de concurrir, con una burda maniobra, al entierro con el que la dirección avanzaba en la “canonización” del líder que acompañaba la traición de la revolución. En 1936 aparecerá La juventud de Lenin.
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Desde 1929 Trotsky vivirá primero en el destierro, luego en el exilio. En Prinkipo escribirá su autobiografía; aquí vuelve a reflexionar sobre el rol de los individuos en la historia, un tópico recurrente en la historiografía. En el prólogo de Mi vida, intento autobiográfico, Trotsky aclara: "este libro no es una fotografía inanimada de mi vida, sino una parte que la compone. En sus páginas, continúo la lucha a la que he consagrado mi vida. Exponiendo, caracterizo y valoro; relatando me defiendo y, a menudo, ataco. Pienso que es la única forma de darle objetividad a una biografía en un sentido más elevado; es decir, de convertirla en la expresión más adecuada de una personalidad y de las condiciones de una época.” [4]
Desde este punto de vista, Trotsky hace historia también en su autobiografía en la medida que los hechos de su vida están estrechamente unidos con el devenir histórico y con los acontecimientos fundamentales de la experiencia de amplios sectores de masas en el mundo. También, como sus historias de la revolución, el relato de su vida es un arma de combate político, un camino para restablecer la verdad histórica enfrentando a la fuerza política que se adueñaba de la revolución y empujaba al destierro y la persecución a uno de sus principales dirigentes y a miles de militantes de la Oposición de Izquierda, impulsada por Trotsky para enfrentar la burocratización de la Unión Soviética.
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Historia de la Revolución rusa
Entre 1929 y 1932 Trotsky escribió su Historia de la Revolución rusa; a través de cientos de páginas construye, sobre su interpretación de la historia rusa, un monumental relato de la irrupción de las masas en el control de su propio destino. Las palabras de nuestro autor otorgan vida a los actores de un dramático episodio de la lucha de clases del siglo XX: los protagonistas del viejo orden zarista decadente, el agotamiento de los soldados en la mayor tragedia de la humanidad hasta entonces, la guerra mundial, la pobreza sin par de los campesinos rusos, la explotación de los obreros de las fábricas de las grandes ciudades, la abnegación y agudeza política de los revolucionarios que advirtieron el momento en que el antiguo régimen ya no tenía más para dar y las masas debían intervenir para comenzar la edificación del nuevo poder basado en la institución que habían creado en sus experiencias recientes, los Soviets de obreros, soldados y campesinos.
Como plantea Isaac Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky, frente a acontecimientos de tal magnitud, el historiador debe “entrar en los nervios” y las mentes de millones de seres humanos y sentir y transmitir la poderosa conmoción; esta tarea no es sencilla, como expresa el mismo Trotsky, “son evidentes las dificultades con que tropieza quien quiere estudiar los cambios experimentados por la conciencia de las masas en épocas de revolución. Las clases oprimidas crean la historia en las fábricas, en los cuarteles, en los campos, en las calles de la ciudad. Pero no acostumbran a ponerla por escrito. Los periodos de tensión máxima de las pasiones sociales dejan, en general, poco margen para la contemplación y el relato (…) A pesar de esto, la situación del historiador no es desesperada, ni mucho menos. Los apuntes escritos son incompletos, andan sueltos y desperdigados. Pero, puestos a la luz de los acontecimientos, estos testimonios fragmentarios permiten muchas veces adivinar la dirección y el ritmo del proceso histórico.” [5]
Tales dificultades a la hora de historiar las revoluciones puede superarse con el método utilizado por el historiador; la interpretación de Trotsky se sustenta en una concepción materialista de la historia y la consideración de las leyes internas generales que determinan su curso. La mencionada ley del “desarrollo desigual y combinado” fue el instrumento que le permitió a Trotsky no solo explicar las características de la estructura social de Rusa, sino también el rol de dirección del proletariado en el proceso revolucionario, el papel de las demandas democráticas en el proceso y su resolución a través de la revolución socialista en Rusia, considerando a ésta como parte de la revolución a nivel internacional. Trotsky aclara el carácter de tales leyes que “no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco”, por el contrario, exponen la complejidad del devenir histórico que impone a los países atrasados formas arcaicas y modernas de manera combinada. [6]
El estudio de las condiciones materiales se conjuga con la comprensión de los cambios operados en la psicología de las clases sociales y en la evolución de la conciencia de las clases populares; así factores objetivos y subjetivos se articulan para explicar la dinámica de la revolución: “Cuando en una sociedad estalla la revolución, luchan unas clases contra otras y, sin embargo, es evidente que, para explicar el curso de la propia revolución, que en pocos meses derriba instituciones seculares y crea otras nuevas para volver enseguida a derrumbarlas, no son suficientes los cambios que ocurren en las bases económicas de la sociedad y en el sustrato social de las clases entre su comienzo y su fin. La dinámica de los acontecimientos revolucionarios se halla directamente determinada por los rápidos, tensos y violentos cambios que sufre la psicología de las clases formadas antes de la revolución, “(…) Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas.” [7]
Así, finalmente, entre los factores subjetivos, el rol del Partido Bolchevique se vuelve central; en la medida en que la crisis social había madurado y las condiciones políticas ponían a la orden del día la toma del poder, el sector de vanguardia organizado en partido se tornaba determinante para el éxito de la insurrección y la construcción del nuevo Estado.
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La historia como ciencia y como arma
El estudio de Trotsky es, por supuesto, inseparable de su condición de protagonista central del proceso histórico que aborda; en este sentido, no declara la menor “imparcialidad”. La perspectiva de alcanzar un conocimiento científico nada tiene que ver con la imparcialidad que se le exige al científico social. Como quedó dicho, Trotsky no se propuso tan solo relatar los hechos de los que fue parte sino construir una obra de carácter científico basado en una teoría de la historia y en un método riguroso. En su artículo “¿Qué es la objetividad histórica?”, el propio Trotsky explicó sobre su obra: "Traté de basar mi Historia [de la Revolución rusa], en los cimientos materiales de la sociedad, no en mis simpatías políticas. Enfoqué la revolución como un proceso, condicionado por el pasado, de lucha de las clases por el poder. Mi atención se centró en los cambios provocados en la conciencia de las clases por el ritmo febril de su propia lucha. Observé a los partidos y agentes políticos bajo la exclusiva óptica de los cambios y choques entre las clases. De esa manera, el trasfondo de la narrativa está constituido por cuatro procesos simultáneos, condicionados por la estructura social del país: la evolución de la conciencia del proletariado entre febrero y octubre; los cambios producidos en el estado de ánimo del ejército; el incremento del deseo de venganza campesino; el despertar e insurgencia de las nacionalidades oprimidas. Al revelar la dialéctica de una conciencia de masas que supera su punto de equilibrio, el autor quiso mostrar la clave más inmediata de todos los acontecimientos de la revolución.” [8]
Ya en la introducción de su Historia… Trotsky insistía en la necesidad de que, del relato de los hechos “se desprenda con claridad por qué las cosas sucedieron de ese modo y no de otro”; advertía contra la consideración de los sucesos históricos como cadenas regidas por el azar o engarzadas por “el hilo de una moral preconcebida”; los acontecimientos deben someterse al criterio de las leyes que los gobiernan, el historiador debe sacar a la luz esas leyes.” [9]
En rigor, la búsqueda de la verdad histórica está estrechamente ligada a la toma de posición del historiador; se trata de la identificación con los intereses de los explotados, las clases que más tienen que ganar del conocimiento de la verdad, del desvelamiento de los hilos de la dominación. Trotsky graficó esta toma de posición en forma brillante:
Uno de los historiadores reaccionarios, y, por tanto, más de moda en la Francia contemporánea, L. Madelein, que ha calumniado con palabras tan elegantes a la Gran Revolución, que vale tanto como decir a la progenitora de la nación francesa, afirma que “el historiador debe colocarse en lo alto de las murallas de la ciudad sitiada, abrazando con su mirada a sitiados y sitiadores”; es, según él, la única manera de conseguir una “justicia conmutativa”. Sin embargo, los trabajos de este historiador demuestran que si él se subió a lo alto de las murallas que separan a los dos bandos, fue, pura y simplemente, para servir de espía a la reacción. Y menos mal que en este caso se trata de batallas pasadas, pues en épocas de revolución es un poco peligroso asomar la cabeza sobre las murallas. Claro está que, en los momentos peligrosos, estos sacerdotes de la “justicia conmutativa” suelen quedarse sentados en casa esperando a ver de qué parte se inclina la victoria”. [10]
La historia puede ser un arma para aportar al desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase obrera, para restablecer la verdad histórica de los hechos, deformada, manipulada por la historia oficial en su pretensión de presentar al orden social vigente como natural, eterno e inmutable. Trotsky utilizaba a la historia como arma de combate político, más eficaz cuanto más científica, cuanto más expresaba la realidad de los procesos históricos investigados. En su caso, su compromiso militante en su rol de historiador revolucionario tuvo, tras la burocratización de la URSS, el objetivo de defender la legitimidad histórica de la Revolución del 17, restablecer la verdad histórica despedazada en manos del estalinismo, incluyendo su verdadero rol y el de sus compañeros de lucha.
Pierre Broué, un gran historiador trotskista que ha contribuido a restablecer parte de la verdad histórica al devolver a miles de trotskistas su lugar en la historia ocultado por décadas, sobre la base material de la persecución y su eliminación física, ha dicho: “Hay mil maneras de luchar por la revolución. Una de ellas es trabajar por acercarse lo mejor posible a la verdad histórica, lo que podríamos llamar, no un combate por una historia revolucionaria, sino un combate revolucionario por la historia. Como todas las tareas revolucionarias, frecuentemente pasa por un trabajo oscuro (…) pero ¡trae tan buenas recompensas! La mejor: encontrar una clave, un arma imparable para denunciar una mentira, desmentir una calumnia, restaurar el verdadero rostro de una militante o de un militante (...) hay que profundizar sin perder de vista que no es “el arte por el arte”, que la verdad es revolucionaria y que es porque uno es revolucionario que se busca la verdad y que se encuentra en ella un fragmento que permite atrapar la punta del ovillo, tirar de él y avanzar en la comprensión de este mundo en marcha que es necesario transformar.” [11]
[1] Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI México 1987, p. 120.
[2] León Trotsky, 1905 (compilación), Ediciones IPS, Bs.As., 2006, p.13.
[3] Al Richardson, Un clásico olvidado: “La historia de la revolución rusa hasta Brest-Litovsk” de León Trotsky, en Cómo hicimos la Revolución rusa, CEIP León Trotsky, Bs. As., 2005.
[4] León Trotsky, Mi vida, intento autobiográfico, Obras escogidas 2, Ceip León Trotsky-Museo Casa León Trotsky, Bs. As., 2012, p. 48 y 49.
[5] León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, Obras escogidas 11, Ceip León Trotsky-Museo Casa León Trotsky, Bs. As., 2017, tomo I, p. 17.
[6] Idem, p. 23
[7] Idem, pp. 15 y 16.
[8] “¿Qué es la objetividad histórica?”, The Militant, 15 de julio de 1933, Escritos, 1933. Pueden consultarse los Escritos de León Trotsky (1932-1940)
[9] Trotsky, Historia… p. 16.
[10] Ibidem.
[11] Pierre Broué, Lucha por la historia, lucha por la revolución, en https://ceip.org.ar/Lucha-por-la-historia-lucha-por-la-revolucion. Ver por ejemplo, Los trotskistas en la URSS (1929-1938) en la página web del CEIP León Trotsky, https://ceip.org.ar/
Alicia Rojo
Historiadora, docente en la Universidad de Buenos Aires. Autora de diversos trabajos sobre los orígenes del trotskismo argentino, de numerosos artículos de historia argentina en La Izquierda Diario y coautora del libro Cien años de historia obrera, de 1870 a 1969. De los orígenes a la Resistencia, de Ediciones IPS-CEIP.