Mariano Millán es sociólogo, Doctor en Ciencias Sociales, docente e investigador del CONICET. Se especializa en el conflicto social y la violencia política, en especial en el movimiento estudiantil.
Jueves 15 de octubre de 2020 21:04
LID: ¿Qué fue el 17 de Octubre y qué significado tiene hoy?
Mariano Millán: El 17 de octubre lxs trabajadadorxs realizaron una movilización masiva por la liberación de Perón, secretario de Trabajo, vicepresidente y ministro de Guerra de la dictadura impuesta en 1943, días antes desplazado y detenido por disputas dentro del régimen. El acontecimiento fundacional del peronismo constituye un salto cualitativo en la creciente incidencia de corrientes burguesas y de Perón en el movimiento obrero.
El escenario internacional se encontraba signado por el final de la Segunda Guerra Mundial, el ocaso de la hegemonía global de Gran Bretaña, la emergencia de la URSS como superpotencia y del antifascismo como identidad popular. A escala nacional, el movimiento obrero contaba más de medio siglo de experiencias, inscriptas en redes transnacionales fortalecidas por las migraciones. Corrientes de izquierda, libertarias, reformistas o directamente burguesas recreaban una densa vida en común, protagonizando enfrentamientos en lugares de trabajo y en las calles, como en la Semana Trágica (1919) o la Huelga General de 1936.
En contraste, el 17 de octubre no hubo prácticamente choques con la policía. Esto reflejaba la incorporación de lxs trabajadorxs en una alianza burguesa y un proceso de integración a la ciudadanía. Las explicaciones remiten a las transformaciones socioeconómicas y demográficas por la industrialización sustitutiva desde los ’30, al ingente peso de ideas nacionalistas en corrientes proletarias y al encuentro de funcionarios que motorizaron una iniciativa gubernamental orgánica en la política sindical, hasta entonces inédita, con dirigentes gremiales que pugnaban contra las izquierdas.
Se han sostenido las peculiaridades progresivas del peronismo. Desde una perspectiva global, durante la posguerra en Occidente fueron usuales las coaliciones entre corrientes de la burguesía y la dirigencia gremial, promoviendo el pacto en las relaciones industriales y los derechos sociales. El consumo de masas dinamizó la acumulación de capital y aplacó el malestar, quedando los sindicatos como mediadores de la compra-venta de fuerza de trabajo y gendarmes contra fracciones radicalizadas. Respecto del populismo latinoamericano, el justicialismo se impuso sobre un movimiento obrero cualitativamente más grande y poderoso. Asimismo, en contraste con Cárdenas, el ascenso de Perón fue en alianza con la Iglesia Católica.
En cuanto a la actualidad, recordando que los ascensos del radicalismo y del peronismo ocurrieron durante las guerras mundiales, debemos considerar cambios en dos variables. Entre 1900 y 1950 Argentina era un país pujante y su expansión demandaba crecientemente fuerza de trabajo. Hoy lleva más de medio siglo en decadencia, con crisis cada diez años, un tercio de población sobrante y un declive de su posición internacional. Por otra parte, el movimiento obrero y los movimientos sociales ya fueron ciudadanizados y renunciaron a vías autónomas, incluso ocupando despachos. No parece que la burguesía precise realizar concesiones de gran calado. Por eso la discusión enfrenta a quienes proponen avanzar sobre los derechos de las masas con lxs que prometen protegerlos, aunque administran el retroceso.
LID: Se han planteado diferentes interpretaciones respecto al peronismo como fenómeno político, entre otras, su emergencia como expresión de la burguesía nacional ¿Qué opina de esta visión? ¿Y de las lecturas y debates a que dio lugar?
Mariano Millán: Esta visión motivó confluencias entre izquierdas y peronismos sobre la base de un proceso ideológico de largo plazo y de un análisis cuestionable del peronismo original. Las ideas nacionalistas en la izquierda argentina surgieron en tiempos de la Segunda y Tercera Internacional y la Reforma Universitaria, con una crítica del liberalismo y de los vínculos entre las clases dominantes y el imperialismo. Aquellos procesos significaron una transformación, porque la mayoría de lxs trabajadorxs eran extranjerxs y el nacionalismo revestía un signo antiobrero.
Durante los ’30 y ’40, con el ascenso del fascismo muchas críticas burguesas al liberalismo articularon simpatías por el Eje. El surgimiento del peronismo empalmó con este proceso. La conquista del movimiento obrero con una mixtura de concesiones materiales y combate policial y parapolicial, la pretensión de encuadrar estatalmente los sindicatos, su solidaridad con Franco, la centralidad de la seguridad nacional, sus hipótesis de guerra con Brasil y Chile, etc. despertaron el rechazo de las izquierdas.
Respecto del peronismo como expresión de una burguesía “nacional” existen equívocos. En Argentina la industrialización comenzó bastante antes. Asimismo, Perón pactó con muchas oligarquías provinciales. En tercer lugar, la industrialización exhibió descoordinación entre ramas, importación de capital obsoleto a cuenta del Estado, protecciones bajo presiones específicas, escasa armonía regional, inconvenientes logísticos, etc.
Para principios de los ’50 el crecimiento del mercado interno y de la industria se ralentizó, la reconstrucción europea nubló el horizonte y se debilitó el consenso. El capital y el presidente reclamaron incrementar la productividad del trabajo y creció la conflictividad obrera. El peronismo fue dejando de representar el interés de una burguesía nacional en transformación y defeccionaron oficiales del Ejército, la Iglesia, dirigentes regionales y sindicales. En su declive Perón otorgó enormes concesiones al capital norteamericano.
Las esperanzas de la segunda parte del siglo XX sobre un proceso de liberación nacional encabezado por el peronismo tienen bases discutibles. La cuestión nacional “no resuelta” en un país relativamente desarrollado, entre los de mejor distribución del ingreso y funcionamiento de su Estado; una relectura de los cruces verbales con Gran Bretaña o los EEUU donde un acorralado superviviente de entreguerras se convirtió en líder tercermundista; la sobreestimación de la industrialización peronista y la subestimación de los logros posteriores; el ocultamiento de su alianza con las oligarquías provinciales; la autolocalización como peronistas de numerosxs obrerxs combativos en rebeldía con sus dirigentes; y el vocabulario marxista de grupos juveniles peronistas, aunque privilegiaran la disputa intra-peronista frente a la conformación de un bloque de izquierdas en el país.
LID: ¿Cuál ha sido la relación del peronismo con las clases medias y otros actores sociales?
Mariano Millán: Como he mencionado, el peronismo conquistó al movimiento obrero con dosis de consenso y coerción. Respecto de los pueblos originarios no buscó acercamientos. Su política de argentinización incluyó sucesivos despliegues de las Fuerzas Armadas que produjeron masacres, como la de Rincón Bomba en 1947.
Asimismo, hasta principios de los ’50 Perón fue un estrecho aliado de la Iglesia. Autorizó la educación religiosa, avaló la producción intelectual nacionalista, católica e hispanista y encumbró cuadros clericales en las universidades. Contrario a la tradición de la Reforma del ’18, se suprimieron la autonomía y la participación estudiantil en el cogobierno y se cuestionaron el carácter laico y la libertad de cátedra y se conformaron organismos estudiantiles paralelos, que realizaron varias acciones de violencia policial y parapolicial. El grueso del reformismo caracterizó al peronismo como fascismo, replicando ideas de otros sectores. Esto condujo a la politización, pues la continuidad del régimen resultaba incompatible con la obtención de los reclamos. No obstante, en los años del peronismo se conquistó la gratuidad de los estudios, reclamada largamente, y las dedicaciones exclusivas para docencia e investigación, casi sin implementación en 1955.
En correspondencia con el catolicismo y el autoritarismo de entreguerras, el peronismo promovió valores especialmente conservadores en las relaciones de género. El sufragio femenino, ampliamente demandado y sancionado por unanimidad en el Congreso, convivió con mandatos de heterosexualidad y matrimonio obligatorios, y con la promoción de representaciones de la mujer como “compañera”, encargada del cuidado y festejando las hazañas de los varones de la patria.
El nacionalismo cultural del peronismo rechazó por extranjerizantes muchas ideas de la temprana posguerra potencialmente críticas de la moral: el marxismo, el psicoanálisis, la sociología, las vanguardias literarias, etc. Esto creó malestar en el campo intelectual y en las capas medias (asalariadxs, profesionales u obrerxs), ávidas por miradas descentradas de la figura omnipresente e infalible de Perón. La modernización de los largos años ’60, los tránsitos más fluidos con ideas transnacionales y los ascensos de masas en el país y el mundo motivaron otras discusiones. Parte del peronismo giró a la izquierda y las izquierdas relativizaron la era de Perón. Sin embargo, el peronismo conservó expectativas en el catolicismo; sus referentes intelectuales se esforzaron distanciarse del marxismo, aunque utilizando algunos de sus conceptos. El machismo siguió siendo parte de la doctrina, aunque varias jóvenes lo vivieron con fastidio. En las universidades el peronismo no conquistó la conducción estudiantil hasta 1973 y fundamentalmente en la UBA, donde no habían ocurrido levantamientos de masas, valiéndose de programas que recogían demandas de las décadas previas, motorizadas por los reformismos y las izquierdas.
LID: Distintos historiadores han definido la existencia de tres y de cuatro peronismos, ¿Cómo plantearía esa posible periodización hasta el presente? ¿Qué es el peronismo en la actualidad?
Mariano Millán: Comparto varias de esas ideas sociológicas. La primera coalición tuvo su apogeo entre 1945 y principios de los ’50: parte de la oficialidad del Ejército, la policía y la burocracia civil, poderes regionales, Iglesia, dirigencia sindical y mayoría de la clase obrera, buena parte de la gran burguesía y capas más débiles de la burguesía urbana.
Hacia 1955 estas fracciones se reposicionaron y Perón quedó aislado, reivindicado exclusivamente por la “resistencia”, desairada por el ex presidente. De allí surgieron sindicalistas de enorme relevancia que negociaban la paz y los salarios, desmovilizaban a la base y reprimían a las fracciones combativas, la “doble proscripción de la clase obrera” (Marín). Gran parte de la dirigencia política se recicló en el funcionariado. Ambas se reencontraron con la Iglesia, los poderes regionales y la gran burguesía en el golpismo de 1966, una contradictoria alianza anticomunista Como vemos a través de los enfrentamientos, el segundo peronismo es un conjunto de actores antagónicos, algo que se agudizó en la era del Cordobazo. La insurgencia obrera, estudiantil y política fue el telón de fondo para el tercer momento: la unidad entre quienes se enrolaban en el peronismo para realizar una revolución social y lxs que lo hacían para evitarla. Perón propuso un pacto social impracticable, tanto por los niveles de movilización como por las condiciones del capitalismo local y global. Para el gran capital, el afán del general por disciplinar la izquierda de su movimiento, cercana a la insurgencia, contrarrestaba la amenaza revolucionaria y desgastaba las defensas del precario Estado de Bienestar.
Surgido en la crisis de fines de los ’80, el menemismo fue el cuarto momento, el peronismo partido de masas conservador. Reformas de mercado, declive de la incidencia gremial y fortalecimiento de una red territorial de gobierno de la pobreza.
Tras el colapso de 2001 y las transformaciones regionales llegó el quinto momento: la reconstrucción Duhaldo-Kirchnerista. Boom de exportaciones primarias, protección para la reapertura industrial, acople con Brasil, superávit comercial y asistencia social. Para 2008/9 la crisis financiera global, la protesta del campo y el límite de la capacidad instalada plantearon dificultades. La coalición transversal de gobernadores peronistas y radicales, la UIA, la Federación Agraria, la CGT y la CTA unificadas, la centroizquierda, los organismos de derechos humanos y las fracciones piqueteras sufrió escisiones. La segunda presidencia de Cristina Fernández fue una coalición de los representantes más débiles de la burguesía y lxs trabajadorxs y una negociación con los más fuertes, incapaces de articular una alternativa. El consenso se subordinó al consumo minorista. Sin embargo, el estancamiento económico y la impericia electoral condujeron a la derrota.
Tras la pésima gestión de Macri fue recreada la alianza de duhualdo-kirchnerista. Fernández personificaba el interés de actores declinantes y amenazados por las reformas que sobrevuelan el horizonte del capitalismo: fracciones de la burguesía que precisan protección de la competencia, las cuales emplean una gran porción de la clase obrera; el sindicalismo empresario, en peligro por una desregulación; redes estatales o confesionales de gobierno de la pobreza que temen un desborde violento; universitarixs advertidxs de su condición de sobrantes por el macrismo y movimientos sociales alarmados por el bolsonarismo. En 2019 parecía imposible satisfacer esos intereses sin crecimiento sostenido de la riqueza, algo incompatible con la supervivencia económica de varias fracciones. La pandemia hirió de muerte al sexto peronismo.
LID: Lectura sugerida
Mariano Millán: Mi sugerencia es leer los clásicos y lo actual, donde se encuentran las principales posturas, debates y hallazgos. Por un lado: Doyon, Matsushita, Torre, Germani, Murmis y Portantiero, Del Campo, James y Marín. Por el otro: Acha, Contreras y Kabat.
En correspondencia con el catolicismo y el autoritarismo de entreguerras, el peronismo promovió valores especialmente conservadores en las relaciones de género. El sufragio femenino, ampliamente demandado y sancionado por unanimidad en el Congreso, convivió con mandatos de heterosexualidad y matrimonio obligatorios, y con la promoción de representaciones de la mujer como “compañera”, encargada del cuidado y festejando las hazañas de los varones de la patria.
Acerca del entrevistado
Mariano Millán es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. Docente de la carrera de Sociología de la UBA e investigador de CONICET, con asiento en el Instituto de Historia Argentina Dr. Emilio Ravignani. Su área de trabajo es el conflicto social y la violencia política, con especial atención en el movimiento estudiantil.