Transcribimos en 3 partes el capítulo 15 del libro Revolución obrera en Bolivia - 1952, escrito por Eduardo Molina y editado por Ediciones IPS Argentina, con prólogo de nuestro compañero Javo Ferreira. A 71 años de la enorme conmoción desatada por la insurrección encabezada por mineros y fabriles, les traemos esta primera parte, donde se detalla el golpe y contragolpe militar urdido en contra del militar autodesignado presidente, Hugo Ballivián.
Domingo 9 de abril de 2023
A fines de marzo proliferan, dentro y fuera del gobierno, en los corrillos militares y civiles, los afanes conspirativos para deshacerse de Ballivián [NdE. Hugo Ballivián, militar y presidente de facto en Bolivia desde la anulación de las elecciones en junio de 1951]. En la cumbre del poder, se perfila el general Torres Ortiz, hombre fuerte del ejército con amplio ascendiente dentro de la oficialidad y que ya ha planteado sus diferencias con Ballivián. También el general Antonio Seleme, ministro de gobierno de la Junta Militar bajo cuya jurisdicción está la fuerza de carabineros.
Ambos coinciden en la necesaria “constitucionalización del país” mediante la convocatoria a elecciones, pero difieren sobre quién deberá dirigirla, manteniendo cada uno sus propias ambiciones. Torres Ortiz, más hostil al MNR [NdE. Movimiento Nacionalista Revolucionario], desarrolla negociaciones con la Falange Socialista Boliviana (FSB), el ultracatólico y fascista grupo de Óscar Únzaga de la Vega. Seleme, por su parte, entra en asiduos contactos con dirigentes políticos, incluidos los opositores; aunque también negocia con la FSB, entabla conversaciones con el MNR a través de Lechín [NdE. Secretario general de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia entre 1944 y 1987; también sería vicepresidente de Bolivia entre 1960-1964], quien es “su paisano” (como se decían entre descendientes de la comunidad árabe), y lo visita para tratar diversos asuntos.
La dirección del MNR en manos de Siles Zuazo, dado el exilio de Paz Estenssoro en Buenos Aires, se encuentra tejiendo un plan conspirativo, cuyos métodos, programa y objetivos son los de un golpe de estado convencional al estilo del protagonizado años atrás por Villarroel [NdE. Referente a Gualberto Villarroel, mayor del ejército que lideró el golpe de estado en 1943, quedando como presidente de Bolivia y siendo derrocado por una revuelta popular en julio de 1946]. En el mismo, el papel reservado al pueblo es de acompañamiento. Se cuenta con Lechín, el también minero Torres, el fabril Butrón y otros dirigentes sindicales movimientistas que asegurarán el apoyo sindical. Asimismo, se excluirá del plan la movilización indígena para no suscitar el terror de la clase media criolla y los propietarios ligados al campo. El programa es sumamente moderado, lo más que se pueda como para no dificultar las negociaciones con aquellos militares dispuestos a arrojar a Ballivián del palacio presidencial.
Para salvar a la nación, el MNR está dispuesto a apoyar la presidencia del ministro de gobierno. Se conforma con tres ministerios en el gabinete que surja del golpe y el llamado a elecciones generales en las que presentarse sin mayores trabas. Sobre esta base, avanza la negociación con Lechín y Siles Zuazo. Se incorpora Torres Ortiz, e incluso la FSB, en un complot que muestra la composición más heterogénea posible.
El general Seleme es un militar tradicional, sin mayor brillo y conservador hasta la médula, por lo que el MNR tiene que encargarse de darle un barniz nacional y popular: lo hará jurar a último momento como miembro del partido. Apoyándose en los movimientistas, Seleme, que no tiene consigo al ejército, cree poder subordinar a Torres Ortiz quien sí cuenta con su apoyo -y sabe que lo tiene-, por lo que está en condiciones de desplegar su propio juego. En cuanto a la Falange, que no por nada eligió ese nombre, es alérgica a los sindicatos tanto como al MNR. Cree poder utilizar a Seleme como vía hacia la cúpula del ejército, ya que el ministro le asegura que podrá atraer a generales como Crespo, jefe de la guarnición de La Paz, o Blacutt, a cargo de Oruro; todos caballeros de muy honorable palabra… como demostrarán el día 9, amaneciendo al otro lado de la barricada.
Parece una partida de póker entre viejos truhanes, que recurren a todas las triquiñuelas para hacer valer sus propios intereses políticos y personales, porque el único punto de unidad es sacar a Ballivián del medio. Finalmente, a la hora cero del juego saltará por los aires ante la imposibilidad de consensuar esas ambiciones cruzadas. Después de todo, en juego hay una sola presidencia…
Entre tanto los preparativos golpistas han ido tomando cuerpo y ampliando adhesiones. En las direcciones de los rancios periódicos oligárquicos, se destacan dos: El Diario, tradicional vocero del liberalismo y el patiñismo, y La Patria, órgano de las elites mineras de Oruro. Serán el símbolo del grado de aislamiento que tiene el gobierno militar y su descrédito entre las propias clases dominantes. Es inevitable que los rumores sobre el inminente pronunciamiento se difundan. El clima en las alturas políticas es cada vez más enrarecido, y el 8 de abril, el ejército -es decir, el general Torres Ortiz- plantea al presidente Ballivián un ultimátum: debe precisar una salida política. La tumultuosa reunión extraordinaria de gabinete, convocada para discutir el asunto, termina con una crisis ministerial. Al parecer, el coronel “Peroncito” Sánchez, desde el Ministerio del Trabajo, cuyos propios proyectos chocan con los de Seleme y el MNR, denuncia a su colega por conspirador. Al optar Ballivián por la destitución del cuestionado ministro de gobierno junto a otros militares, todo el plan de Seleme, Siles Zuazo y Lechín queda amenazado. Pero el presidente, quizás para ganar tiempo, quizás porque no quiere asistir solo al tradicional Tedeum, posterga el cambio ministerial para después de Semana Santa. En realidad, su gobierno está muerto, pero él no quiere asumirlo.Posiblemente espere que el Sábado de Gloria o el Domingo de Resurrección sean portadores de algún pequeño milagro…
Seleme y el comando movimientista deciden, pese a todo, jugarse al golpe. La fecha, originalmente prevista para el 15 de abril, es adelantada para el miércoles 9, inmediatamente antes de los días feriados y los ritos religiosos que no solo relajarían las actividades gubernamentales, sino que encontrarían a los trabajadores desconcentrados, dispersos junto a sus familias, dato adicional sobre la escasa importancia que el MNR da a la intervención obrera.
La Falange rompe a último momento. Objeta que no se le adjudican los suficientes ministerios, y quizás prevé el fracaso del golpe, dados sus buenos contactos con Torres Ortiz. El comandante del ejército ha empeñado su palabra de honor con su compadre Seleme, dejará correr el golpe de sus aliados en la víspera para que “pisen el palito”; mientras, se alistará para el contragolpe. De este modo, la sociedad conspirativa, que iba a encarrilar de una buena vez la vida política del país por el mejor de los senderos posibles, distribuyendo adecuados nombramientos, no sobrevive entera a la puesta en marcha del complot.
Los generales -Ballivián, para preservarse en el sillón, y Torres Ortiz, que pasa de considerarlo el enemigo principal a aliarse con él para enfrentar a sus socios de la víspera- coinciden en desafiar a Seleme y al MNR. Pero la estrella de Ballivián se apaga, apoyado de manera directa solo por una minoría de los mandos, por lo que sólo Ortiz asume la conducción del contragolpe. Su traslado en la noche del día 8 a la base aérea de El Alto, para montar allí el comando de operaciones y dirigir el grueso de los efectivos convocados desde el interior, es a la vez una buena forma de despegarse del presidente. Podría emerger dueño de la situación y matar dos pájaros de un tiro: al golpe y también a Ballivián, cuyo desalojo de Palacio ya fue decretado por el ultimátum militar y solo faltará finiquitar los detalles. A fin de cuentas, esto es lo que se piensa resolver, con algunos balazos mediante, al despuntar el 9.
Otras guarniciones militares y destacamentos policiales del interior parecen haber estado al margen de la conspiración. Acaso se guían por la sabia y popular máxima de “desensillar hasta que aclare”, para no jugarse abiertamente durante los acontecimientos. Sin los generales, el plan del MNR, se quedará sin la necesaria pata militar. Antezana, quien procura en su análisis rescatar siempre el papel de los uniformados nacionalistas tanto como ensalzar el rol dirigente del MNR, debe reconocer en un pasaje de su Historia… que salvo el capitán Téllez, convencido en la misma madrugada del 9 de tomar el arsenal en un audaz golpe de mano, “Los únicos militares que colaboraban al MNR eran los jubilados algunos que estaban en retiro, y los ex-combatientes” [1] quienes, en rigor, son civiles desde hace casi 20 años, no forman parte de la oficialidad.
1. El golpe ocupa el centro paceño
Antes del amanecer del 9, los carabineros y los militantes del MNR se despliegan por el centro de La Paz. Según las palabras de Hugo Roberts, uno de los dirigentes emenerristas ligado a la policía,
A horas 3 de la madrugada del día 9, comenzamos a desarrollar el plan operativo que habíamos adoptado [...] Esta maniobra, ejecutada apenas en media hora, con precisión y rapidez matemáticas, tuvo la virtud de dividir la ciudad mediante una línea defensiva de Este a Oeste, [...] En esa hora inolvidable, en la que se había producido el virtual derrumbe de un viejo régimen, el Cuerpo Nacional de Carabineros, acababa de dar un paso vigoroso en la Historia [2].
Muchos efectivos de la policía no sabían qué ocurriría ni que estaban siendo parte del complot urdido por el MNR y Seleme. De hecho, ni siquiera conocían de qué lado estaban. Momentos después de comenzado el despliegue golpista, un jefe policial avisará orgulloso a su supervisor y a Seleme que ha detenido a lo más granado de la fuerza de choque del MNR, para recibir sorprendido como respuesta la orden de liberarlos, devolverles las armas y ponerse con sus carabineros al servicio del golpe que estaban ejecutando sus apresados. El oficial se cuadra y obedece sin más [3]. Pero el protagonismo uniformado no resultará ni tan brillante ni tan preciso ni durará muchas horas, como muy pronto se verá.
El esquema golpista prevé la oposición militar, principalmente del regimiento de Lanza y el Colegio Militar que controlan el sur de la ciudad y cuyos jefes se alinean con el presidente Ballivián. De ahí la extensa línea que comenta Roberts, la cual cortará el centro de La Paz de este a oeste. El regimiento de carabineros Capitán Zeballos tomará posiciones en la zona de Miraflores, mientras que el regimiento 21 de Julio se extenderá hacia San Jorge y Sopocachi Bajo, cerrando los accesos desde la zona sur de la ciudad. Salvo por algunos otros elementos policiales y grupos del MNR, el oeste de la ciudad -las zonas más populares y la subida a El Alto- quedará desguarnecido, puesto que no se prevé la aparición de Torres Ortiz al frente de una gran fuerza militar en el borde mismo de la Ceja [NdE. Área céntrica de El Alto].
Los grupos de choque del MNR se ocupan del centro de la urbe, toman los principales edificios públicos, Radio Illimani, que transmite los primeros comunicados a las 6 de la mañana, y otras instalaciones. Más tarde, el palacio Quemado [NdE. Palacio de Gobierno hasta 2020] será tomado por Juan Lechín al frente de una nutrida manifestación obrera y popular. El dirigente sindical afirma en sus memorias haber acudido muy temprano a recorrer las fábricas y luego marchar con los obreros armados hacia la sede del gobierno al frente de “unas 20.000 personas” [4].
El recorrido de la movilización por las calles -que aún hoy son un importantísimo eje en el comercio popular, de encuentro entre el mundo urbano y el mundo rural indígena- permitirá arrastrar una amplia masa plebeya. La imagen no puede ser más sugerente: el rol de los obreros y la adhesión de sectores populares amplios.
Entre tanto, la ejecución técnica del golpe -el despliegue de carabineros, la toma de los edificios públicos más importantes, el centro de la ciudad- puede iniciarse más o menos según lo previsto. Sin embargo, sin el ejército y contra él todo el plan original quedará en el aire.
2. El contragolpe militar
Durante la noche anterior al inicio del golpe, el ejército ha iniciado preparativos para enfrentar físicamente a la conspiración. “A las ocho [...] los militares adictos al gobierno, que se habían concentrado sin dificultad. sacaron todas sus tropas a las calles, desde los cuarteles, en son de combate”, relata Juan Valdivia Altamirano quien fuera secretario ejecutivo del MNR [5]. El ejército comienza a desplegarse desde el sur para avanzar hacia el centro de la ciudad.
Desde el Cuartel General de Miraflores -sede del Estado Mayor y principal punto de apoyo de Ballivián- comienzan a avanzar los efectivos del regimiento Lanza. Dos compañías lo hacen hacia el Parque Triangular y el área del Stadium, atacando y obligando a retroceder a los carabineros y los movimientistas; otras dos se despliegan a la derecha, cruzando el río Orkojahuira hacia Villa Armonía, para avanzar por el este amenazando flanquear a los rebeldes.
Al mismo tiempo, distintas secciones de cadetes del Colegio Militar, situado en Irpavi, suben siguiendo el curso del Orkojahuira hacia Miraflores, y por San Jorge hacia el centro, donde una pequeña guarnición protege al Ministerio de Defensa. Amenazan apoderarse del edificio de la universidad y el Montículo de Sopocachi, dos puntos estratégicos desde donde grupos de carabineros, militantes de la juventud movimientista y otros civiles les hacen frente.
Entre tanto, se conoce la noticia de que el general Torres Ortiz, lejos de plegarse al golpe, está instalado en la base aérea de El Alto. Al parecer los jefes de la conspiración dudan todavía de sus propias intenciones. Pero la concentración de unidades del Altiplano, convocadas por el jefe del ejército, tiene por objetivo reunir una fuerza decisiva que descienda sobre la ciudad para retomarla. Es la puesta en marcha de un viejo plan de contingencia para el caso de un levantamiento en La Paz. Un similar dispositivo represivo ya había sido empleado en la sangrienta represión a la huelga insurreccional de los trabajadores paceños en mayo de 1950, terminando en la masacre de Villa Victoria [6].
Las perspectivas de un cambio de gobierno relativamente pacífico apoyado o tolerado por la mayoría del ejército -esto es, la apuesta de Seleme y el MNR- se evaporará a medida que el sol suba la hoyada paceña [NdE. Referencia a depresión geográfica donde se encuentra La Paz]. Está comenzando un enfriamiento armado de la mayor envergadura.
En la primera plana de su edición extraordinaria del 9 de abril, El Diario anuncia el derrocamiento de la Junta Militar y el triunfo de la revolución con una foto de Seleme y las declaraciones del general informando al país su propia asunción [7]. Pero el general se adelanta demasiado. De hecho, el golpe se ha empantanado; que las cosas no marchan del todo bien lo indican ya otras notas del mismo periódico. Una de ellas avisa del llamado al pueblo a través de Radio Illimani para que se congregue en el barrio de Miraflores y forme barricadas en defensa de la revolución, apelando a los civiles para ampararse de la contraofensiva militar en marcha. El ahora golpe cívico-policial con un general al frente cuenta con el aporte del partido “popular”, el MNR, quien a su vez se apoyará en los principales sindicatos. Los movimientistas ante la probable resistencia oficialista necesitan engrosar sus fuerzas y, sobre todo, reunir al pueblo en las plazas para ratificar, en un “baño de multitud”, la legitimidad del golpe. Pero también sus propios derechos a la mejor tajada en el reparto del poder. Ahora deben recurrir a la movilización popular ante el contragolpe en marcha.
En ésta línea, el mismo diario reproduce el comunicado de la Unión Sindical de Trabajadores Fabriles Nacionales que cita a los dirigentes de las organizaciones de la localidad a una reunión para organizar las milicias fabriles y sumarse a la revolución.
Cierto es que se ha previsto la participación en las labores conspirativas de algunos núcleos de confianza en los sindicatos; sin embargo, solo en su carácter de “fuerza auxiliar” y no en una apelación general a la resistencia obrera y popular armada, que es por lo que se clama. La dirección aventurera del golpe, gestado a espaldas de las masas, sólo recurrirá a ellas como último recurso.
Pero al percatarse de la desfavorable relación de fuerzas y el poder de fuego -y ante la “traición” de Torres Ortiz, Crespo y otros jefes con los que se ha contado horas antes-, Seleme y Siles comienzan a vacilar. A las 10:30 de la mañana concretan una frágil tregua en La Paz para abrir conversaciones, aunque no se interrumpen los tiroteos ni el movimiento de tropas que siguen presionando en Miraflores. La idea parece ser que las masas ayuden a resistir y que entre tanto se busque negociar con los militares.
Siles Zuazo, acompañado por otros dirigentes, acude a una reunión en el Ministerio de Defensa para discutir los términos de un entendimiento con los oficiales, actuando de intermediario con Torres Ortiz. La oferta de Siles es una solución similar a la de 1930, que el ejército se haga cargo de la situación y convoque a elecciones nacionales en un plazo de noventa días para entregar el gobierno a la lista triunfante, cualquiera que ésta fuese. Son términos para un pacto con el Alto Mando que sacrifican a Seleme y dejan en pie el poder militar. La tregua durará formalmente hasta las primeras horas de la tarde, cuando el comando deje en claro que no admitirá otra cosa que la rendición incondicional de los rebeldes. Pero ¿cuál ha de ser el cuadro de situación cerca ya del mediodía de ese claro y casi invernal día en La Paz?
3. La Paz: escenario principal y fuerzas enfrentadas
La ciudad, que es la sede del gobierno hacia 1952, cuenta con 380.000 habitantes que aún no han ocupado por completo la hoyada, el ancho valle que forman el río Choqueyapu y sus afluentes, junto al borde del Altiplano, en esa área. Se trata del centro neurálgico del país. Concentra el poder político, la administración del Estado y el núcleo principal de las fuerzas armadas. Es la sede de las grandes empresas mineras, las comerciales y las industriales; también, de los bancos. Con cierta industria liviana implantada desde los años 1930, constituye la principal concentración obrera fuera de los distritos mineros. Aún sin ser Bolivia un país centrado en la capital, como Chile o Argentina, el eje La Paz-Oruro es por entonces decisivo en la vida de la nación, en todos los planos, ya que el Oriente se encuentra aún muy lejos del peso que alcanzará Santa Cruz.
Como se verá, la difícil topografía de la hoyada -con sus pendientes, sus lomas, sus quebradas y sus ríos- y la organización territorial -la disposición de puentes, los edificios clave, los puntos estratégicos, la composición social de los barrios- determinarán las acciones de las horas por venir.
El casco histórico central, como dijimos, alberga las sedes del poder político, las finanzas y el comercio. Su corazón es la Plaza Murillo, rodeada por el Palacio Quemado, el edificio del Congreso, otras dependencias gubernamentales y la catedral. En las cercanías están el Banco Central y las sedes de otros bancos; ya nombramos las casas de las grandes empresas mineras que se ubican junto a las casas importadoras y las redacciones y oficinas comerciales de los periódicos. Junto está San Pedro, esa zona antigua donde una población humilde de empleados, pequeños comerciantes, artesanos, entre otros, van reemplazando, en las viejas residencias convertidas en casas de renta, a las clásicas familias ricas. Al sur del centro urbano, con el nevado cerro Illimani de fondo, entre la garganta del Choqueyapu y las lomas de Tembladerani que suben hacia los contrafuertes de la Ceja, se extienden los barrios residenciales de San Jorge y Sopocachi, y desde allí se baja bordeando el río hacia Obrajes, Calacoto e Irpavi, zonas señoriales todavía poco pobladas, entre quintas y haciendas, pero donde ya han comenzado a trasladarse sectores más acomodados. Tal es la fisonomía de La Paz hacia 1952.
Al norte y oeste de la Plaza de San Francisco, se sube a la estación ferroviaria central, sobre el barrio Churubamba, que fuera la “ciudad de los indios” durante la Colonia; y a la estación del ferrocarril a Guaqui y el camino a El Alto, hoy avenida 9 de Abril. Más arriba, en la accidentada ladera que sube hacia El Alto, estarán Chijini, Villa Victoria, Munaypata y otros barrios populares. A un costado, junto al río, Pura Pura, con un puñado de fábricas importantes, además de los talleres y otras empresas menores. El centro de gravedad del movimiento obrero lo constituyen Villa Victoria y sus zonas aledañas, en las que se han asentado, desde la posguerra del Chaco, muchos inmigrantes indígenas. En las industrias de la zona norte, la mitad de los operarios vienen de la Villa.
Un poco más abajo y al oeste, desde la Garita de Lima y pasando por el Cementerio General, trepa el principal camino para subir hasta la Ceja de El Alto. Aunque por entonces poco poblado, en El Alto está el Aeropuerto, las vías ferroviarias que comunican con Oruro y el ramal que lleva a Guaqui. También las rutas a la inmensidad del Altiplano: el camino a Viacha y Guaqui -para pasar a Perú-; la carretera a Oruro, de la que se desprenden caminos a Cochabamba y otras zonas del país; el camino al Lago Titicaca, con los nevados de la Cordillera Real como fondo.
Desde un punto de vista militar, el control el centro y la Plaza Murillo son el primer objetivo de cualquier golpe, además de las comunicaciones y el acceso a El Alto, cuyo borde, la Ceja, domina desde la altura a la ciudad. Pero esto pone también en primer plano la necesidad de controlar la zona obrera y popular del Cementerio General y Villa Victoria, por donde se sube a El Alto. El dominio de este territorio proletario es estratégico. Como vimos, la policía y el MNR solo han de controlar el centro, y si bien las zonas populares están de su lado, no tienen allí un dispositivo sólido. El ejército, que domina Miraflores sur y los barrios del sur de la ciudad, también domina El Alto. Este último le da una posición estratégica superior, pues aísla La Paz del resto del país y, desde la altura, le permite avanzar en una maniobra de pinzas sobre el centro. Por otro lado, cuenta con una amplia superioridad militar, técnica, organizativa, en número de tropas y poder de fuego.
Nota: En la siguiente parte continuará con el recuento de las fuerzas enfrentadas, los rebeldes y el ejército particularmente, además del escenario al promediar la jornada.
[1] Luis Antezana Ergueta, Historia secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario, Tomo VII, La Paz, Librería editorial Juventud, 1988, p. 1886.
[2] Hugo Roberts Barragán, La Revolución del 9 de abril, La Paz, Editorial Burillo, 1971, pp. 123-125.
[3] Cfr. Luis Antezana Ergueta, ob. cit., pp. 1848-1849.
[4] Lupe Cajías, Juan Lechín: historia de una leyenda, Los amigos del libro, 1994, p.144.
[5] Entrevista con Juan Valdivia Altamirano, citado por Liborio Justo (Quebracho), Bolivia. La revolución derrotada, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2007, p. 240.
[6] Cfr. James Dunkerley, Rebelión en las venas. La lucha política en Bolivia 1952-1982, La Paz, Plural editores, 2003.
[7] Cfr. El Diario, La Paz, 9/9/1952, citado por S. Sándor John, ob, p. 164.