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Red Internacional
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EE. UU. “Siéntate y sé humilde”, mensajes subversivos y antirracistas en el Súper Bowl LIX

En un histórico espectáculo de medio tiempo, Kendrick Lamar utilizó el rap reivindicativo y el simbolismo para hacer una crítica poderosa a la polarización de EE. UU. y al gobierno racista, xenófobo y bélico de Donald Trump, quien decidió asistir al evento. También se mostró la bandera sudanesa-palestina como símbolo del repudio contra el genocidio en Gaza, mostrando que el arte puede ser un acto subversivo.

Miércoles 12 de febrero

El Súper Bowl LIX no fue sólo el Gran Juego Americano, no fue sólo el espectáculo más visto del planeta, en esta ocasión fue un grito de resistencia, un acto subversivo envuelto en las luces y los colores de un evento donde el poder del arte, en su forma más pura, se alzó sin miedo ante la pantalla global frente a uno de los presidentes de la extrema derecha más reaccionarios de los últimos tiempos, abiertamente racista y xenófobo.

"Saludos, es tu Tío Sam y éste es el Gran Juego Americano," dijo Samuel L. Jackson, con su imponente presencia como el Tío Sam, vestido con los colores y símbolos de la bandera estadounidense, esa misma bandera que, hoy más que nunca, está partida por la mitad. Un símbolo de un país roto, desgarrado por las fuerzas que lo dividen.

Y allí estaba el multipremiado Kendrick Lamar, que arrasó con los Grammy con cinco premios de cinco posibles (canción del año, disco del año, mejor vídeo, mejor canción de rap y mejor interpretación de rap), el hombre del momento, el artista que, con su rap, que transformó el escenario del Súper Bowl en un “campo de batalla” invisible, donde las armas no eran de fuego, sino de palabras, de imágenes, de simbolismo. Con su voz, que vibró en cada rincón del estadio y del pensamiento colectivo que observaba el evento, Lamar nos recordó que el acto para generar consciencia crítica no siempre se grita; a veces se susurra en los gestos más pequeños, en las imágenes más grandes.

Mientras la bandera estadounidense se deslizaba sobre el escenario, partida a la mitad, Lamar cantaba HUMBLE y en su coro resonaba un mandato claro: “set down the humble”, que significa “siéntate y sé humilde”. En un país que se desmorona, que se fragmenta, ese simple mensaje fue más que una letra: fue una demanda de introspección, de humanidad. Porque en un país que se consume en su propio ego de racismo y xenofobia, donde los muros fronterizos también son ideológicos y están en el pensamiento de muchos ciudadanos, este llamado a la humildad se convierte en todo un mensaje subversivo.

Y entonces, sin necesidad de levantar la voz contra la figura de Donald Trump, que se encontraba allí, observando desde las gradas, porque quiso ser televisado como el primer presidente que no hace la llamada telefónica, sino que acude de manera directa al evento intentando robar protagonismo al deporte como todo un prepotente que sí es, gobernando junto a la banda de ultrarricos que lo acompañó en su asunción al poder, desde allí Kendrick lanzó la bomba: “La revolución está a punto de ser televisada, escogieron el momento correcto, pero al hombre incorrecto”. Un misil preciso, lanzado no con rabia, sino con la serenidad de quien sabe que la verdadera resistencia se cuela en los rincones, sin ser vista, pero cambiando todo. Trump, allí presente, no pudo evitar ser el blanco, aunque su nombre nunca fuera pronunciado. La referencia, sutil pero devastadora, fue muy poderosa sin necesidad de gestos ruidosos ni de pancartas o símbolos censurables.

Kendrick Lamar sabía que su arte no necesitaba ser explícito para destrozar las estructuras desde la crítica simbólica. En un país donde la cultura afroamericana ha sido reducida, denigrada, silenciada, Lamar usó el rap, el mismo rap que ha sido históricamente la voz de la resistencia, como un lenguaje de protesta. Porque ese Tío Sam afroamericano no era una broma, sino una crítica profunda, otro acto de subversión: la historia de un pueblo que ha sido rechazado y que, aún en su lucha, es la esencia misma de la América que esos elitistas y racistas que hoy ostentan el poder se niegan a reconocer.

Lo que Lamar hizo fue puro arte, pura inteligencia, no necesitaba gritar o ponerse una camisa de Trump con su rostro tachado, por ejemplo. El arte es un arma mucho más afilada cuando se utiliza con conciencia, con cuidado y en ese escenario, la bandera partida y la ironía del Tío Sam negro se clavaron en los corazones de quienes supieron leer entre líneas el sarcasmo llevado al límite, con gracia, con crítica social y política. En lugar de chocar frontalmente con el poder, Lamar eligió entrar por la puerta grande, frente a millones de espectadores, no en silencio ni en la sombra, sino donde el simbolismo no puede ser censurado, donde las imágenes se clavan en la psique colectiva sin pedir permiso.

El Súper Bowl LIX fue más que un juego, fue un momento histórico donde el rap, un género nacido en la lucha, en la resistencia de los afroamericanos, hizo política e hizo historia una vez más. Lamar, junto con Samuel L. Jackson y Serena Williams, no sólo nos dieron música y bailes subversivos, nos dieron política, sarcasmo, crítica e, incluso, Zül-Qarnain Nantambu, el bailarín que se metió en apuros por ondear la bandera sudanesa-palestina, nos mostraron su solidaridad contra el genocidio, contra la violencia, contra problemas estructurales tan profundos como el racismo y el elitismo, todo envuelto en un espectáculo que, evidentemente, no fue aprobado por las élites, ésas mismas que acompañaron a Trump en la toma del poder.

Por supuesto, la crítica llegó rápidamente: los medios, propiedad de esos ultrarricos que han alineado sus intereses con el presidente, llamaron al show "aburrido", "demasiado político" y, por supuesto, las autoridades de la NFL lo han expulsado y prohibido la entrada de por vida a todos los estadios estadounidenses y a cualquier evento de la liga al bailarín que deslizó la bandera sudanesa-palestina, cuya intención fue enviar un mensaje de solidaridad a las víctimas de los conflictos en Gaza y Sudán.

El mensaje resulta claro, aunque no siempre explícito, vimos una carga de simbolismo importante y donde la resistencia no necesita volumen. La resistencia se filtra, se cuela en la cultura, en los símbolos que permanecen después de que las palabras se desvanecen. Kendrick Lamar, con su actuación en el Súper Bowl LIX rompió moldes como han hecho antes que él otros artistas como . Y mientras Trump miraba, mientras los conservadores y los republicanos se estremecían, el mensaje quedaba flotando en el aire: la revolución, el cambio, la resistencia, están aquí. Están siendo televisados, aunque no todos quieran verlo ni escucharlo.


Diana Palacios

Profesora egresada de la Normal Superior, colaboradora en IdZMx