Publicamos una carta escrita para La voce delle lote por un trabajador de Fiat Chrysler en Pomigliano d’Arco, Nápoles, que describe el nivel de extorsión en las fábricas de la familia Elkann y los aspectos psicológicos de los trabajadores forzados a seguir la cadena de montaje. Para evitar represalias de la patronal mantendremos secreta su identidad.
Miércoles 26 de julio de 2017
Foto: La Voce Delle Lotte
Me levanto a las cinco. En una hora comienza el turno. Tiempo para desayunar, una ducha y a la fábrica.
Un “buenos días” rápido a los compañeros y empieza la cadena: más de 120 coches. Debo estar atento para no equivocarme con nada, si no provoco problemas a mis compañeros y el director está allí dispuesto a llamarme la atención en caso contrario.
Se oyen rumores de despidos estructurales y si me equivoco podría estar entre ellos, o si no estoy entre ellos podría ser obligado a irme a la fábrica de Cassino. La cosa sería peor. Más de 120 coches y la línea se cerrará. En estos diez minutos de descanso espero no necesitar ir al baño, o no podré fumarme un cigarro tranquilamente.
En esos seiscientos segundos de pausa que me esperan muchos compañeros continúan trabajando. Tal vez sea un error parar, seré visto como un vago por los peces gordos que deambulan por los departamentos, así que no hago la pausa.
A las ocho y diez tengo que estar en mi puesto de trabajo. Somos lo que hacemos… Otro coche, más de 120. Fallo técnico. ¡Menos mal” Puedo coger aliento. Justo el tiempo para estirar los huesos. Continúo. Debo poner a punto el puesto. El WCM establece que mi puesto de trabajo esté más ordenado que mi casa. Esperemos que la pausa forzada sea breve, si no voy a tener que renunciar a la pausa del almuerzo al final del turno.
Un cuarto de hora: ¡la línea continua!
Hemos hecho 16 coches menos, muy probablemente no almorzaré – cuando producíamos el Alfa Romeo éramos más operarios y 100 coches menos por turno, el sábado me quedaba en casa. Me río del reposo compensatorio de la semana que viene. Seis días seguidos en cadena de montaje te agotan. Dentro de cinco años seré un cuarentón. No es como hace diez años, pero vivo de esto.
Llega el jefe del equipo para avisarnos de que en los próximos diez minutos de pausa sacarán cinco coches, tantea el terreno para ver quien está dispuesto a quedarse, muchos de mis colegas de esta y de otras líneas suelen trabajar también durante los diez minutos de pausa, yo digo que no quiero quedarme porque tengo necesidades fisiológicas y se encoge de hombros molesto. Entretanto llega la segunda pausa. Salimos fuera cuatro de mis compañeros y yo, los que se quedan trabajando nos miran con sorpresa. Tan solo paramos para recuperar un poco el aliento, ¡ni que fuera una huelga!
Hay cola para el baño; cola para el café; he fumado solo medio cigarro porque no me ha dado tiempo a acabarlo antes de tener que reincorporarme.
Vuelvo al trabajo y se escucha que la media hora del almuerzo servirá para recuperar los coches perdidos.
Pienso que la situación se ha vuelto insostenible. Lo piensan mis compañeros, todos se lamentan, pero ninguno reacciona. Los sindicatos que han firmado son los cómplices complacientes con las decisiones de la empresa, todos les acusan, pocos han roto el carnet, alguno se ha hecho el carnet con la Fiom, el único sindicato en desacuerdo con la empresa, lo haría yo también, pero tengo miedo. Tengo que pagar la hipoteca, mi mujer no trabaja siempre y los niños suben los gastos. A menudo pienso que con este ritmo y este clima de opresión psicológica me voy a dejar la salud. Ya le ha pasado a algún compañero. Trabajar con tanta ansiedad no es bueno para la salud.
Otros 120, o puedo que algún coche más, la línea se cierra y tenemos ocho para descansar, fumo dos cigarros, uno detrás del otro. La línea vuelve a ponerse en marcha: la última hora y media, más bien dos horas.
Estamos en ayuno desde por la mañana, empezamos a sentir el mareo por el hambre, antes de la integración el almuerzo era a las once, esa media hora servía para refrescarse, parar un poco y afrontar el último trabajo con más fuerza, pero alguien ha decidido que no debía ser así. “En Melfi de hace la pausa para almorzar al final del turno de toda la vida, tienen éxito los colegas lucanos, podríamos tenerlo también nosotros” nos dicen. Hace tiempo nos llamábamos Alfa Romeo, Alfasud, ahora somos FCA. El mundo y los mercados han cambiado.
Hace tiempo esta fábrica daba trabajo a otras 15 mil personas, ahora somos en torno al 30 por ciento de aquella fuerza de trabajo, y muchos colegas solo trabajan unos días al mes, porque el Panda por sí solo no satura todas las instalaciones. Por no mencionar que son más los hangares vacíos y abandonados que los activos.
Acabado. Por fin estoy en el aparcamiento. He comprado un aperitivo cerca de la gasolinera para aliviar la sensación de hambre. Mientras arranco el coche una sensación extraña se apodera de mí: solo acabo de llegar al miércoles, quedan tres días para que acabe la semana laboral, la próxima será corta pero por la tarde, salvo sorpresas. Salvo que me llame la dirección de la empresa para mandarme a Cassino.
Somos lo que hacemos.
Traducción: Lucía Nistal
* Publicado originalmente en italiano en La Voce Delle Lotte, diario online de la Frazione Internazionalista Rivoluzionaria (FIR) de Italia.