A fines de noviembre se cumplieron 16 años de lo que se denominó la “batalla de Seattle”, la primera manifestación internacional convocada por internet, que trajo al presente el recuerdo de la juventud norteamericana del 68. ¿Qué sucedió en Seattle?, ¿cuál fue su importancia? En esta nota hacemos un breve repaso.
Martes 1ro de diciembre de 2015
El 30 de noviembre de 1999, los delegados de la OMC (sigla de la Organización Mundial del Comercio; WTO en inglés) dieron inicio en Seattle una nueva reunión ministerial, la tercera desde 1995, cuando reemplazó al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio). La creación de la OMC, que según sus defensores, surgió de la necesidad de promover el libre comercio frente a los desafíos de la globalización, significó un salto en el control del comercio por parte de los países imperialistas que representan y reguardan los intereses de un puñado de monopolios. La OMC no solo superó al GATT en cantidad de miembros (entre ellos, China), sino que adquirió autoridad para aplicar sanciones y extendió su control sobre el sector de servicios y la propiedad intelectual. Cuatro años después, el resultado de estos cambios quedaba a la vista: las medidas de “apertura comercial” habían recaído exclusivamente sobre los países menos desarrollados. A un mes de la cumbre de Seattle, un periodista describía esta situación: “Los países ricos hicieron un uso excesivo de las medidas antidumping, no liberalizaron el comercio textil y no respetaron plenamente el principio de trato especial y diferencial para los países menos desarrollados (…) Los números de la OMC muestran que aún persisten aranceles elevados en los países industrializados, y altos subsidios” (Clarín, 31/10/99). La reunión en Seattle se llevaría a cabo en un contexto de fuertes pujas comerciales, intensificadas por la delicada situación que atravesaba la economía desde las crisis en el sudeste de Asia y Rusia. La cumbre de Seattle no avanzó en resolverlas, dando así un importante golpe a la idea de una “globalización armónica”.
De la protesta pacífica a la “batalla”
Mientras EE.UU. y Europa se preparaban para dirimir sus disputas, las calles de Seattle serían escenario de otro enfrentamiento. Las manifestaciones comenzaron el 29 y duraron cinco días. El 30, miles de manifestantes se concentraron desde temprano en distintos puntos de la ciudad para marchar hacia el lugar de la Cumbre. El objetivo era romper el cerco policial y bloquear pacíficamente los accesos al centro de convenciones y el hotel Paramount, donde se realizaría la ceremonia inaugural. Hacia el centro de la ciudad marchaban miles de granjeros, ambientalistas, indigenistas, religiosos, feministas, organismos de derechos humanos. Los motivos eran numerosos. Contra la desigualdad económica y la deuda externa; contra “el lucro por encima de la vida”: la OMC había declarado ilegal la prohibición del comercio de bienes por la forma en que se producen; si, por ejemplo, se utiliza trabajo infantil, de prisioneros, como suelen hacer las grandes empresas; también prohibió en África la comercialización de medicamentos genéricos y más baratos que los producidos por los grandes laboratorios, por considerarlo un obstáculo para el libre comercio, al igual que la Ley de Especies en Peligro de EE.UU. Las posiciones sobre la OMC estaban divididas; algunos sectores planteaban su disolución; otros, en cambio, proponían democratizarla.
En este último sector se encontraba la central sindical norteamericana AFL-CIO, que reclamaba la inclusión de las normas laborales de la OIT en los acuerdos de la OMC. Por la mañana, los sindicatos hicieron un acto en el Memorial Stadium y luego marcharon hacia el centro. Desde el estadio salieron decenas de miles de obreros siderúrgicos, camioneros, portuarios, trabajadores del correo, de la construcción, mecánicos. Los acompañaban los Estudiantes Unidos contra la Explotación (USAS, en inglés), entre otras organizaciones. Ese mismo día, los puertos de la costa Oeste, desde Alaska hasta California, amanecieron sin actividades, al igual que el transporte urbano y la fábrica de aviones Boeing de Seattle. Los dirigentes de la AFL-CIO pretendían realizar una demostración pacífica, manteniendo las columnas alejadas de los bloqueos pero, finalmente, los trabajadores del puerto y otros sectores se unieron a los piquetes.
Desde temprano, los manifestantes resistieron el hostigamiento policial y mantuvieron los bloqueos, logrando la cancelación del acto inaugural. Los grupos que no adherían a la protesta pacífica rompieron las vidrieras de McDonald’s, Starbucks, Nike e incendiaron contenedores de basura. Frente a este panorama, y a pocas horas de la llegada del presidente Clinton a la reunión, se declaró el estado de emergencia y se creó una zona de exclusión de la protesta (a partir de Seattle, todas las reuniones internacionales tendrán una zona de exclusión fuertemente militarizada). La Policía fue asistida por la Guardia Nacional y la Patrulla Estatal. La brigada antidisturbios, equipada con “armaduras de hockey”, escudos, escopetas y máscaras, comenzó a tirar gases lacrimógenos y gas pimienta. Un hombre –poco acostumbrado aún a la aparición de estos “hombres-máquinas”- describía la escena como una mezcla entre la película Star Wars y Plaza Tiananmén (por la represión de 1989 en Pekín). También se lo comparó con la represión del 68, cuando el movimiento contra la guerra de Vietnam ocupó Chicago, donde sesionaba la convención demócrata. La cantidad de gases arrojados obligó a desalojar los primeros pisos de varios edificios. Las detenciones comenzaron por la tarde y se extendieron hasta la madrugada en el barrio bohemio de Capitol Hill. Se calcula que hubo más de 500 detenidos.
El movimiento antimundialización: sus inicios
Seattle fue expresión del despertar político de un nuevo activismo juvenil que puso de manifiesto su rechazo a la política neoliberal y el dominio de las grandes corporaciones. Representó, a la vez, el acto fundacional del movimiento antimundialización, que volvió a aparecer en Davos, Washington, Praga, Génova. Con sus acciones, el movimiento altermundista contribuyó a deslegitimar a las instituciones del capitalismo (FMI, OMC, Banco Mundial, G8), a promover la solidaridad internacional y, en algunos casos, la unidad con los trabajadores. En Seattle, la juventud se unió a una clase obrera que venía dando señales de recuperación, especialmente en Francia, EE.UU., Corea del Sur, aunque sin considerarla un sujeto clave en el desarrollo de la lucha, sino como parte de la "multitud". Imágenes similares se volverán a repetir en Washington y Génova en un contexto de mayor movilización de los trabajadores y la juventud, especialmente en América Latina.
Sin embargo, luego de veinte años sin acciones revolucionarias, el peso de las organizaciones reformistas y autonomistas dentro del movimiento impedirá que desarrolle una estrategia política. En su lugar, fue ganando peso la vaga idea de que “otro mundo es posible”, el principal eslogan del Foro Social Mundial impulsado por ATTAC (Asociación que plantea el cobro de un impuesto mínimo a las transacciones financieras) y otras organizaciones. Estas ideas aglutinaron a sectores reformistas, como las ONG’s y otras organizaciones, que tienen por objetivo "humanizar" al capitalismo, y a un variado colectivo de grupos autonomistas, que forman parte de lo que el intelectual trotskista Daniel Bensaïd llamó la “ilusión social”, y que es propio de los movimientos que se conciben como un fin en sí mismo. A tono con estos planteos, y haciéndose eco del descreimiento en las estructuras partidarias, estas organizaciones hicieron culto de la horizontalidad y la laxitud organizativa.
Poco después de Seattle, lo político volvió a ocupar el centro de la escena con el estallido de la guerra de Irak. La ofensiva de Bush alentó la aparición de un fenómeno masivo contra la guerra. Entre enero y abril de 2003, el rechazo a la guerra movilizó a más de 35 millones de personas a nivel mundial; en Inglaterra, surgieron comités contra la política guerrerista de Blair. El movimiento altermundista tuvo una participación importante en las movilizaciones, pero éstas no fueron más allá del repudio a la orientación belicista de algunos países imperialistas, sin cuestionar a los “menos” agresivos.
Diversas variantes reformistas sacaron rédito político de estas debilidades y de la ausencia de un verdadero movimiento anticapitalista que, retomando lo mejor de las tradiciones revolucionarias del siglo XX, se planteara la lucha contra el imperialismo, la expropiación de los grandes monopolios, mediante la alianza con la clase obrera y su potencial hegemónico.