El 9 de enero de 1937, tras un largo exilio en distintos países, Trotsky llega a México. Desembarcando del buque petrolero “Ruth” que lo trajo desde Noruega. El gobierno de Cárdenas fue el único que accedió a darle asilo político al revolucionario ruso.
Daniel Lencina @dani.lenci
Sábado 9 de enero de 2021 11:17
Ilustración | Ana Laura Caruso
Durante su exilio noruego, los crímenes de Stalin se sucedían unos tras otro, como una lluvia fría en una noche de invierno que calaba hasta los huesos de la vanguardia del movimiento revolucionario, hasta quebrar esos esqueletos, que habían sabido luchar por un mundo sin explotados ni explotadores. Comenzaban los Juicios de Moscú, que arrancaban “confesiones” a los revolucionarios que habían sido los protagonistas del Octubre rojo de 1917. Todo el Comité Central del Partido bolchevique que había dirigido la revolución acabó fusilado, o en los campos de concentración, para morir allí, enterrados bajo una montaña de cadáveres.
Un atentado fascista en su casa, que se proponía arrancarle la vida y robarle los archivos [1], sumado a la presión de la URSS al gobierno, les indicaron la puerta de salida a León Trotsky y su compañera Natalia Sedova.
Pero ¿A dónde ir, si el mundo ya no tenía lugar para el revolucionario más perseguido de la historia contemporánea? Sorpresivamente, como un rayo en cielo sereno, sus amigos de Norteamérica le avisan por telegrama que México lo esperaba con los brazos abiertos.
El organizador de la campaña para darle asilo a Trotsky fue Octavio Fernández, quien convence al muralista Diego Rivera, para que influyera con su fama al gobierno de Lázaro Cárdenas. La aceptación del presidente fue casi instantánea y los engranajes para traer sano y salvo a Trotsky se pusieron rápidamente en movimiento. Así, luego de algunas semanas de navegar cruzando el Atlántico norte, Trotsky y Natalia desembarcaban en Tampico el 9 de enero de 1937. Allí, eran recibidos calidamente por Frida Khalo (la compañera de Diego Rivera) y los trotskistas norteamericanos Max Shachtman y George Novack.
En las Declaraciones en Tampico, Trotsky señala, entre otras cuestiones: “Estoy sumamente agradecido al gobierno mexicano por concederme el derecho de asilo, tanto más cuanto que la actitud intransigente del noruego me dificultó la obtención de la visa. (…) Tenga el gobierno mexicano la seguridad de que no violaré las condiciones que se me han impuesto y que dichas condiciones coinciden con mis propios deseos: no intervención en la política mexicana y total abstención de todo acto que pudiera perjudicar las relaciones entre México y otros países”. También anuncia la pronta aparición de La revolución traicionada (que escribe durante el exilio en Noruega). Y finalmente anuncia su predisposición a colaborar con la llamada “Comisión Dewey”, presidida por el filósofo liberal norteamericano, encargada de verificar las acusaciones de Stalin contra Trotsky de “agente del fascismo”, “del imperialismo” y demás “crímenes” contra el Estado obrero soviético. Allí sostiene: “Saludo con todas mis fuerzas la iniciativa, asumida por destacados personajes de la política, las ciencias y las artes de muchos países, de crear una comisión internacional para investigar los materiales y testimonios relativos a los procesos de la Unión Soviética. La documentación es oral y documental. Pondré a disposición de la comisión los archivos que abarcan las actividades de los últimos nueve años de mi vida”.
Por razones obvias, Trotsky se ve obligado a decir que “no va a intervenir” en la vida política mexicana, para que ello no sea utilizado en su contra. sin embargo, en su vida “privada” o firmando con seudónimos va a militar sin descanso: recibe a sus compañeros y visitas de todo el mundo que van a verlo, escribe folletos, artículos, estudia la realidad de América Latina, escribe libros y sobre todo se lanza terminar los últimos preparativos en torno a la fundación de la Cuarta Internacional, que tendrá lugar en Paris en septiembre de 1938.
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En sus primeras declaraciones termina con una predicción: anticipa el desastre de la II Guerra Mundial, y en cuanto a América Latina, plantea que va a estudiarla profundamente porque conoce muy poco respecto al continente.
Sin embargo al verla con sus propios ojos, dará como fruto una serie de escritos políticos, que superan por lejos a la sociología académica, y que en gran medida conservan actualidad para pensar las contradicciones y potencialidades de nuestra época. Entre ellos, analiza el fenómeno del nacionalismo burgués (en su época expresado en el gobierno de Cárdenas, pero del que es muy similar los dos primeros gobiernos de Perón en Argentina) y elabora la categoría de “bonapartismo sui generis”. Con ella explica que: “En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías petroleras” (ver “La industria nacionalizada y la administración obrera”)
A su vez realiza un seguimiento de los acontecimientos en Europa, que tras la derrota de la guerra civil española, se acerca gran la contienda bélica (ver La Segunda Guerra Mundial y la Revolución).
La comisión Dewey
Un acontecimiento importante sucede del 10 al 17 de abril de 1937. Una subcomisión de la Comisión Investigadora (la “Comisión Dewey”) realizó trece sesiones de indagación preliminar de las acusaciones presentadas contra Trotsky. La subcomisión dictaminó que el caso de Trotsky debía ser investigado y volvió a Nueva York para reunir más información y realizar nuevas audiencias públicas (en julio). ¿Quiénes integraban la subcomisión investigadora independiente?: “John Dewey, filósofo y pedagogo, veterano del liberalismo norteamericano, fue su jefe natural. Lo acompañaron Suzanne La Follette, escritora de izquierda, Benjamín Stolberg, periodista de izquierda, Otto Ruehle, veterano marxista de la izquierda alemana, Carlo Tresca, conocido militante anarquista, Edward Alsworth Ross, destacado sociólogo norteamericano, el rabino Edward L. Israel y otros. Se equivoca la prensa de la Comintern cuando afirma, absurdamente, que los miembros de la comisión eran o son mis partidarios políticos. Otto Ruëhle, quien como marxista se encuentra más cercano a mí –desde el punto de vista político- fue un implacable adversario de la Internacional Comunista en la época en que yo era miembro de su dirección”. Poco después pronunció su histórico veredicto: “El señor Trotsky es: inocente”
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Su encuentro con el obrero argentino Mateo Fossa
Otro acontecimiento de particular interés es la entrevista que tiene con el dirigente obrero argentino Mateo Fossa, quien fuera dirigente de la gran huelga de la construcción de 1936.
En las Tres Entrevistas, Mateo Fossa recuerda:
“(…) Trotsky apareció por la puerta de su estudio y me hizo señales para que me acerque. Inmediatamente avancé observándole. Trotsky tenía el aspecto que se popularizó en sus fotografías: esbelto, sólido, con un aire de energía y orgullo que se reflejaba en su mirada penetrante y fuerte, vestía ropa azul de algodón, como la de un mecánico. Me acerqué, extendió los brazos y nos abrazamos durante varios segundos.
En seguida rogó que entrara y me sentara, mientras él se sentaba detrás de su escritorio. Empezó por decirme que conocía la campaña de calumnias lanzada contra mí en México por el estalinismo y todas las maniobras para impedirme participar en el Congreso latinoamericano del cual yo era delegado.
Me alentó a continuar luchando por nuestra clase y decir la verdad: el hombre más perseguido de la Tierra tenía todavía fuerzas para alentar a los otros a soportar las persecuciones, insignificantes en comparación a las que él sufría.
’No hay que perder el coraje frente a las calumnias y las maniobras de los burócratas’, me dijo’”.
Tal vez sin saberlo, Mateo Fossa se impresionaba por lo mismo que cualquiera de nosotros, el revolucionario más perseguido de todos los tiempos aun tenía fuerzas para alentar a los demás. Ejemplar.
El estalinismo logra asesinar a Trotsky
A pesar de los cuidados de sus compañeros, Trotsky bromeaba cada mañana y al despertar decía a Natalia “¡Caramba, hemos sobrevivido un día más!” sabiendo que su propia casa se iba convirtiendo en su prisión. Así, el 20 de agosto de 1940, un asesino a sueldo de Stalin, Ramón Mercader, golpeaba mortalmente en la cabeza a Trotsky quien moriría al día siguiente.
Cerca de 300 mil personas asistieron a su cortejo fúnebre.
Ese mismo año, pero en febrero, el escribía su Testamento:
“Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente. León Trotsky”.
[1] "El 28 de agosto Trotsky fue a Oslo con Erwin Wolf para testimoniar en el juicio contra los nazis noruegos que habían invadido la casa de los Knudsen. Los procesos contra los fascistas se transformaban en una acción contra Trotsky. De testigo se convertía en acusado. A la tarde, en la gran sala de la casa de los Knudsen yo acababa de colgar el teléfono después de hablar con un periodista, cuando dos policías noruegos irrumpieron en la habitación, me agarraron y me llevaron. Un automóvil había traído a Trotsky de Oslo con unos policías. Trotsky descendió del automóvil. No pudimos decirnos nada. Wolf estaba en otro automóvil, al que me hicieron subir. Un policía fue rápidamente a buscar mi valija con mis pocas pertenencias personales y partimos hacia Oslo. Todo eso sin ninguna explicación. Nos llevaron, a Erwin y a mí, al gran edificio central de la policía en Oslo. Allí nos hicieron firmar una declaración en la que decíamos que abandonábamos Noruega por nuestra voluntad. La palabra era freiwillig, pues nos hablaban en alemán. De lo contrario, nos dijeron, los deportaremos a Alemania, a la Alemania de Hitler. Nos negamos". Jean van Heijenooort, Con Trotsky. De Prinkipo a Coyoacán, Noruega.
Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.