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Red Internacional
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Tribuna abierta. Desigualdad capitalista y escuelas

En un reciente artículo, Daniel Brailovsky debatió sobre las ideas de igualdad y desigualdad en la educación. Las cifras son alarmantes, la desigualdad alcanzó el mayor nivel en 16 años. En un momento de creciente crisis social y económica, donde las escuelas actúan como cajas de resonancia, el debate sobre esta realidad en la educación es más relevante que nunca.

Jueves 4 de julio 14:18

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Partamos por la premisa básica: la escuela no es ajena a la sociedad. Resulta inconcebible pensar que no forman parte de la sociedad, de las relaciones sociales y, por ende, también de las desigualdades. Allí se expresan los padecimientos de la sociedad. Por lo tanto, sería insólito considerar que, cuando nuestros y nuestras estudiantes están en la pobreza, debatiéndose entre salir a trabajar o estudiar, comer o formarse, tales experiencias no repercutan en la propia institución. No obstante, la escuela es pensada como si la realidad no modificara de forma significativa el hecho pedagógico en sí. Ante esto cabe hacer una primera definición importante para educadores y es que las condiciones estructurales de las infancias y adolescencias moldean el proceso educativo. En términos de Vigotski en Lecciones de Paidología , esa relación entre los niños y las niñas, y el medio social se denomina “situación social de desarrollo”: la situación social de desarrollo de una edad dada constituye el punto de partida de todos los cambios dinámicos que se producen en el desarrollo durante ese período.

Aclarado el punto de partida, como docentes creemos que no puede sernos indiferentes los últimos datos sobre la desigualdad y que tienen que servirnos para poder reflexionar, pero también accionar, sobre la realidad que nos toca. En este sentido, Daniel Brailovsky toma el guante sobre las desigualdades en educación y se introduce en un debate importante en donde distingue el concepto de “desigualdad” y el de “diversidad”, que muchas veces se confunden o se solapan en ocasiones, intencionalmente. La posición es clara: la educación como bien social, tiene que ser equitativa para toda la población y debemos defender el derecho a una educación pública, gratuita, laica y científica para todas y todos. Más aún, en tiempos en que el discurso neoliberal acecha.

Sin embargo, defender la educación como un derecho no debe ocultar su verdadero carácter y los aspectos constitutivos de la escuela. Aunque hay elementos que deben ser defendidos, la escuela sigue siendo una institución de clase. A este respecto, siguiendo con aportes de Vigotski, encontramos que: "la educación siempre y en todas partes tuvo un carácter clasista (…) la libertad e independencia del pequeño medio educativo artificial respecto del gran medio social son, en realidad, una libertad y una independencia muy relativas y condicionales, convencionales, dentro de fronteras y límites estrechos" [1]

Es decir, las escuelas son el espacio donde se desarrolla la educación de un Estado que tiene intereses de clase. Desde arriba se busca impartir un sistema de valores y creencias determinados por intereses de la clase dominante y sus gobiernos. Desde el Diseño Curricular, escrito, hasta el Curriculum oculto, de valores, normas y organización escolar que son parte de un sistema verticalista y burocrático. Mientras que, paradójicamente, las grandes mayorías, tanto educadores como estudiantes, son completamente ajenas a la hora de definir qué tipo de educación se necesita.

Como es sabido, la escuela a inicios del siglo XX preparó a la fuerza de trabajo para el ritmo fabril que imperaba en la producción de esa época, con un sistema de timbres, filas y regimentación vertical. Es decir, una “propuesta” pedagógica en la que prevalecía el “método” autoritario y la imposición, en detrimento del desarrollo humano activo y creativo. La lógica del “trabajo del siglo XXI” es la de empujar a las juventudes a la competencia individual, al “sálvese quien pueda”, enmarcado en un discurso en el que abundan eufemismos como “emprendedurismo” o “capacidades”.

En este sentido, es interesante el análisis del pedagogo norteamericano Wayne Au: “Es importante entender que las escuelas hacen más que reproducir las desigualdades capitalistas; también hacen un trabajo ideológico para justificar la existencia de esas mismas desigualdades” [2]. La escuela sería el lugar donde de forma igualitaria se educa y se les otorga un “capital” que si se esfuerzan podrá ser el que les permita el “ascenso social”. Como si la posibilidad de igualdad se le presentara a todos, pero hay quienes la toman y quiénes no.

En este marco general, en la Argentina en particular, además hay que recordar que intervienen todas las (contra) reformas educativas de los últimos tiempos. Alcanzando una escuela cada vez más transformada por los organismos de créditos internacionales como el FMI, el banco mundial y la OCDE. Al mismo tiempo que los gobiernos (con matices), ponen énfasis en que las chicas y chicos “estén adentro” de la escuela. La quieren como un mero “depósito” que libere el tiempo de la familia para poder trabajar y para contener socialmente un sector de la población que va aumentando sus niveles de pobreza.

Sin embargo, aunque las escuelas dirigidas desde arriba buscan perpetuar las desigualdades socioeconómicas, su papel contradictorio en la legitimación de las ideologías de igualdad y la relativa autonomía del rol docente, junto con el vínculo con familias y estudiantes que a menudo se rebelan contra lo impuesto, también abren espacio para combatir esta reproducción. Es crucial reconocer este espacio. La igualdad en la desigualdad que la escuela proclama también puede servir como punto de encuentro para los estudiantes y como herramienta para la autoorganización y la presentación de otra perspectiva.

Retomando a Vigotski, que la escuela abra sus puertas a los problemas de la vida:

“La educación es tan inconcebible al margen de la vida como la combustión sin oxígeno o la respiración en el vacío. Por eso, la labor educativa del pedagogo debe estar ineludiblemente vinculada a su trabajo social, creativo y relacionado con la vida. Solo aquél que asume un papel creativo en la vida puede aspirar a la creación en pedagogía (...) todo intento de construir ideales de educación en una sociedad socialmente contradictoria es una utopía, porque, como hemos visto, el único factor educativo que determina las nuevas reacciones del niño es el medio social y mientras éste encierre contradicciones insolubles, estas contradicciones provocarán grietas en la educación mejor pensada y mejor inspirada”.
 [3]

En ese sentido, creemos que es necesario dar la pelea por una escuela en la que se pueda desplegar una pedagogía discutida democráticamente con el conjunto de la comunidad. Que lleve a cuestionar el tipo de educación actual, su organización, la ideología de clase, donde los verdaderos interesados en resolver la crisis educativa discutan un verdadero plan. Educación no en términos de “ganancias” o “gastos”. Si queremos que la escuela sea “igualadora” tenemos que comenzar porque el Estado asegure económicamente que ninguna infancia se quede por fuera de la escuela, que tenga todas las condiciones para poder estudiar, el acceso a bibliotecas, libros, al máximo nivel de tecnología, con internet liberado, bibliotecas en la escuela y en sus barrios, y que tenga una alimentación y vivienda adecuada para garantizar el acceso irrestricto a la escuela pública.

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En perspectiva de cuestionar de raíz la sociedad basada en la desigualdad social, para transformarla y abrir la posibilidad de conquistar una educación realmente liberadora. Una educación al servicio del desarrollo ilimitado de las posibilidades de la creación humana, en un mundo desalienado del trabajo capitalista.


[1Lev Vigotsky. Psicología Pedagógica: Un curso breve. 1924.

[2Au, Wayne (2018), “Capitalist Inequality and Schools: Marxism, Neo-Marxism, and the dialectics of Educational (Re)Production”, A marxist education: learning to change the world, Chicago, Haymarket Books. Traducción propia.

[3Lev Vigotsky. Psicología Pedagógica: Un curso breve. 1924.