Se cumplen 100 años de la muerte Lenin, el gran dirigente de la Revolución rusa. Recomendamos un capítulo clave de uno de sus trabajos más importantes publicado en el libro “El Estado y la revolución”, por Ediciones IPS.
Daniel Lencina @dani.lenci
Sábado 20 de enero 20:46
Ilustración: Ia Ra
¿Cómo sería la transición entre un sistema social basado en la opresión y la explotación y uno donde eso sea reemplazado por la libertad y la abundancia “que brote de los manantiales de la riqueza social”? Es decir ¿cómo sería la transición entre el capitalismo y el comunismo? Tales preguntas serán contestadas por Vladimir Lenin en el capítulo 5 que hoy recomendamos del libro El Estado y la revolución.
Este libro fue redactado entre agosto y septiembre de 1917, luego de la revolución de febrero que derrocó al Zar pero no fue terminado porque el autor estaba dirigiendo el Partido Bolchevique junto a León Trotsky en los preparativos de la Revolución de Octubre. Gran manera de no terminar un libro. Y por si fuera poco, al igual que las dos revoluciones de 1917, el contexto internacional tuvo como telón de fondo a la Primera Guerra Mundial.
Un libro de lucha teórica y política
El objetivo de Lenin en este trabajo tiene dos aspectos a tener en cuenta. Por un lado, ofrece una reflexión teórica y de lucha política contra la socialdemocracia nucleada en la II Internacional, en general, y la alemana y rusa, en particular. El autor critica a la socialdemocracia alemana por deformar las lecciones que Marx y Engels extrajeron de las revoluciones del siglo XIX. Las deformaciones que se dieron en el plano teórico fueron para argumentar que el Estado capitalista podía ser reformado “desde adentro”. A los “socialistas” rusos –mencheviques y socialrevolucionarios– los criticaba porque eran parte de un gobierno de colaboración de clases con la burguesía en oposición a los soviets (consejos) de obreros, soldados y campesinos surgidos al calor de la revolución de febrero. El problema era que estos “socialistas” también eran parte de los soviets, los dirigían, aunque no para que los trabajadores tomen las riendas de los grandes problemas, sino para dar apoyo a la burguesía nativa.
O sea que Lenin reparte para todos lados porque vuelve a los escritos de Marx no solo para pulir su propia concepción acerca del Estado, sino también para dar la lucha política contra dirigentes oportunistas que habían deformado y amputado la teoría de Marx y Engels, los fundadores del socialismo científico, volviéndola inofensiva. Esta pelea teórica y política para Lenin era fundamental porque decía que “sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”.
Antes de avanzar vale aclarar que Lenin vuelve a la definición clásica del marxismo en cuanto a explicar qué es el Estado moderno. En base a una demostración rigurosa de los escritos de Marx y Engels explica que el Estado capitalista es una banda de hombres armados al servicio de mantener la dominación de una clase sobre otra y que, para ello, se sirve de la fuerza como son la policía, el ejército y las cárceles. Una y otra vez vuelve sobre esa definición porque los socialdemócratas alemanes habían difundido su versión reformista sobre el Estado. Su práctica política se basaba en obtener concesiones para el movimiento obrero a condición de evitar lo más posible la lucha de clases. Esa práctica fue acentuando cada vez más la división entre el “programa mínimo” (luchas económicas, por aumento de salario y mejoras materiales) y el “programa máximo” en el cual, la lucha por el comunismo (una sociedad sin clases) iba quedando relegado para las escuelas de formación o para la celebración del 1° de Mayo. Esta práctica reformista trajo consecuencias muy graves porque el 4 de agosto de 1914 la socialdemocracia alemana, el partido que había sido fundado por Federico Engels a finales del siglo XIX, terminó aprobando los créditos de guerra en el parlamento: salvo con el voto en contra del diputado Karl Liebchnecht.
Ese apoyo de los “socialistas” alemanes a su propia burguesía en los preparativos para la sangrienta guerra que iba a significar para Europa, a los ojos de los internacionalistas como Lenin, Trotsky, Liebchnecht y Rosa Luxemburgo: fue considerado como una traición muy clara a los principios comunistas. Por eso lxs lectores y lectoras que se encuentren frente a El Estado y la revolución, notarán no solo fundamentos profundos acerca de la deformación del marxismo, sino también un enojo muy grande de parte de Lenin con los dirigentes oportunistas. Incluso llegó a decir que los dirigentes oficiales de la II Internacional se vendieron a la burguesía “por un plato de lentejas”. No era para menos, ya que la socialdemocracia alemana contaba con “¡Un millón de afiliados al Partido Socialdemócrata sobre quince millones de obreros! ¡Tres millones organizados sobre quince millones!”.
Por lo tanto, si todo ese volumen de fuerza se hubiera orientado en la lucha contra su propia burguesía, si como decía Rosa Luxemburgo había que “transformar la guerra en revolución”, otra hubiera sido la historia.
Lenin en la clandestinidad
La Revolución rusa de 1917 tuvo un momento de reflujo después de las jornadas de julio, donde luego de una provocación callejera se acusaba a los bolcheviques, y a Lenin en particular, de ser agentes infiltrados del imperialismo alemán. Esto era importante porque el Imperio ruso fue enemigo de Alemania mientras duró la Primera Guerra Mundial. A Trotsky lo metieron preso bajo la misma calumnia y Lenin se vio obligado a pasar a la clandestinidad. Al poco tiempo la campaña de calumnias se desmoronó como un castillo de naipes y los bolcheviques incrementaron su influencia en los soviets.
Pero ¿adónde fue Lenin? Escapó a Finlandia y se ocultó en casa de un obrero, se afeitó la barba, usó una peluca y así logró evadir a la policía que lo buscaba por todos lados ya que tenía pedido de captura: vivo o muerto. En esas condiciones tan duras escribió el libro que hoy recomendamos. Incluso en una carta a un camarada le pidió que “si algo me pasa” (léase: si “lo matan”), “te pido que publiques el cuaderno de tapa azul”: ese cuaderno tenía el manuscrito de El Estado y la revolución, cuenta Trotsky en Historia de la Revolución rusa.
Lenin en la clandestinidad: con peluca y sin barba
Lenin no dejaba de sacarle filo a las armas de la crítica, es decir, al marxismo revolucionario, incluso en la clandestinidad. Y si bien el libro incluye varias polémicas, no solo las que nombramos más arriba, sino también contra los anarquistas que opinaban que el Estado podía ser abolido de la noche a la mañana y que al día siguiente de la abolición iba a implantarse algo parecido al comunismo que planteaba Marx.
En base al método del materialismo histórico, Marx y Engels pensaban profundamente las transiciones entre un sistema social decadente y otro nuevo, superior. Es decir que el paso del esclavismo al feudalismo y de este último al capitalismo no fueron “de la noche a la mañana”, sino que llevó un largo tiempo donde las clases sociales antagónicas fueron acostumbrándose a los nuevos modos de producción e intercambio. En esas transiciones, el Estado moderno se fue perfeccionando como una gran máquina de dominio del sector minoritario de la población (la burguesía) sobre la mayoría de la población (clase trabajadora, campesinos pobres, mujeres).
Soñar con Robespierre, despertar con Lenin
Incluso habiendo mediado en la historia un gran episodio como la Revolución francesa de 1789 que puso fin a la monarquía y que terminó con el rey decapitado, no sin que antes Robespierre –líder del partido jacobino– dijera “Luis debe morir porque la revolución debe vivir”. Durante la gran revolución cuando la burguesía se hizo atea, lideró a los sans culottes, los pobres del campo y la ciudad contra las oscuras cavernas del feudalismo y abrió una nueva era en el mundo. Los monarcas de Europa que no quisieron correr la misma suerte que Luis dieron concesiones democráticas bajo la presión de los de abajo. Pero, muy lejos de la ingenuidad, Lenin retomando a Marx reflexionaba sobre la democracia burguesa y sostuvo, aun con todos los límites del caso, que “nosotros somos partidarios de la república democrática como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino del pueblo, incluso en la republica burguesa más democrática”.
Sin embargo, Marx reflexionaba sobre la “democracia” y planteó que la Comuna de París de 1871 la superó ampliamente, cuando los obreros tomaron el poder en la capital francesa, durante dos meses y construyeron un nuevo tipo de Estado, en beneficio de la mayoría de la población.
¿Por qué la Comuna de Paris superó ampliamente la democracia burguesa? Porque destruyó a la policía y la reemplazó por toda la población armada, cada parlamentario (comunero) podía ser revocable en cualquier momento y no había que esperar 2 o 4 años para que “haya elecciones”, entre otros grandes avances que ya reseñamos en esta columna. Pero lo más importante a tener en cuenta es que desde el minuto 1 que la clase trabajadora se apodera del poder del Estado mediante la revolución socialista, el Estado comienza a extinguirse. En ese sentido, Lenin entendía que los soviets representaban una continuidad con la experiencia de la Comuna de París. Por lo tanto, la experiencia organizativa –de un nuevo tipo de Estado obrero– en base las dos revoluciones hacían que el modelo de la Comuna y el de los soviets sean complementarios. Dicho esto ¿por qué el Estado se extingue? Porque para saber administrarlo hay que manejar las cuatro operaciones aritméticas básicas y prácticamente todo se reduce a llevar un gran registro contable, donde puede participar cualquier trabajador o ama de casa. Así de sencillo. No se necesitan burócratas especiales de saco y corbata que ganen fortunas y conspiren contra los intereses de la mayoría del pueblo. No.
Del reinado de la necesidad al reinado de la libertad y la abundancia
Si la revolución socialista triunfara a escala mundial, todos los Estados gobernados por los y las trabajadoras y los sectores populares, estarían iniciando la transición a una sociedad sin clases. Luego de la destrucción del Estado burgués, se implanta la dictadura del proletariado. Aunque la palabra dictadura en un país como la Argentina suene muy mal, lo que en verdad significa es que los explotados y oprimidos dictan, escriben y toman en sus propias manos sus propios destinos. La dictadura del capital es destruida por la revolución y reemplazada por la dictadura del proletariado. Ahora bien, entre un Estado y otro hay una transición que para Marx implica la diferencia entre dos fases.
La fase inferior del comunismo, donde todavía rige el derecho burgués e implica que sigue habiendo cierta desigualdad: “El Estado se extingue en la medida en que no existen ya capitalistas, no existen clases y, por consiguiente, no se puede reprimir a ninguna clase. Pero el Estado no se ha extinguido todavía completamente, pues aún subsiste la protección del ‘derecho burgués’, que sanciona la desigualdad real. Para que el Estado se extinga completamente es necesario el comunismo completo”.
Por otra parte, la fase superior del comunismo estará regida por la ausencia de todo tipo de Estado tal como lo conocemos hoy, con sus policías, cárceles e ideología opresiva. Y la sociedad estará organizada según el principio “de cada cual sus capacidades, a cada cual sus necesidades”.
¿Qué quiere decir? Que lejos de toda utopía se reconoce que todas las personas somos diferentes y que no todas pueden producir a la misma velocidad, ni la misma cantidad y calidad. Pero algo es seguro, las necesidades vitales como alimentarse, vestirse, acceder a una vivienda digna y finalmente apoderarse de la cultura, el arte y el esparcimiento serán la norma de una nueva sociedad por venir. “Entonces quedarán abiertas de par en par las puertas para la transición de la primera fase de la sociedad comunista a su fase superior y, con ello, a la extinción completa del Estado”.
Finalmente me permito una dedicatoria. Cuando yo era apenas un estudiante secundario de 16 años, a finales de los 90 del siglo pasado, una compañera llamada Claudia me acercó este libro y dijo algo así como “te lo presto con la condición de que lo leas y me lo devuelvas”. Al principio no tenía idea de qué iba pero este capítulo que hoy recomiendo pero en gran parte fue el determinante clave para que desde aquel entonces dedique mi vida a militar en el PTS, para conquistar una sociedad libre de opresión y explotación: el comunismo. Gracias Claudia.
El Estado y La Revolución - Las Bases Económicas de La Extinción Del Estado by Ediciones IPS on Scribd
Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.