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A 100 AÑOS DE SU VISITA. Postales de Trotsky en España

Se cumplieron cien años de la visita de León Trotsky a España. Si bien fue fugaz, desde septiembre a diciembre de 1916, dejó una marca en el pensamiento y en la obra del dirigente revolucionario.

Claudia Ferri

Claudia Ferri @clau.ferriok

Miércoles 28 de diciembre de 2016 11:18

En tres meses Trotsky pasó por cinco ciudades españolas. Años más tarde compilaría todas sus experiencias e impresiones de su viaje en una serie de escritos publicados 10 años más tarde bajo el título Mis peripecias en España, traducido al español por su entonces amigo Andrés Nin. También dedicaría un capítulo de su autobiografía Mi Vida: “De paso por España”. Esta particular atención sobre el país peninsular nos lleva a preguntarnos ¿cómo fue la estadía de Trotsky en España? Para responder este interrogante primero tenemos que adentrarnos en el momento político y social que atravesaba el continente por aquellos años.

Europa se encontraba atravesada por una guerra imperialista conocida como “guerra total” o la Gran Guerra (la primera de semejante magnitud) y protagonizada por 32 países divididos en dos bandos imperialistas que se disputaban el dominio del territorio mundial con el fin de repartirse las colonias y sus mercados. El continente entero era un hervidero social y político. La carne de cañón la proveían los trabajadores quienes eran reclutados masivamente por sus respectivos gobiernos. El viejo marxismo (II Internacional)se encontraba dividido frente a la contienda bélica entre quienes votaron los créditos de guerra y apoyaron a sus respectivos gobiernos burgueses (sobre todo el Partido Socialdemócrata Alemán, que influenciaba millones de trabajadores) y quienes remaron contra la corriente denunciando el carácter imperialista de la guerra, la terrible carnicería humana en la que se habían convertido los campos de batalla y el rol traidor de los marxistas devenidos en patriotas. Entre estos últimos se encontraban Rosa Luxemburgo, Lenin, Karl Liebknecht, Max Mehring y León Trotsky. Todos ellos perseguidos, encarcelados o exiliados según sea el caso. Para ningún gobierno era negocio tener en sus tierras a marxistas internacionalistas convencidos que agitaban la consigna de Liebknecht “El enemigo principal está en el propio país”, sobre todo desde 1916 cuando el descontento en las trincheras y en las grandes ciudades comenzó a crecer cada vez más. Allí, las ideas revolucionarias calaban más profundamente en el imaginario colectivo. Por eso Trotsky, uno de los grandes agitadores de estas ideas, era una amenaza para las burguesías europeas desde hacía por lo menos una década. El hecho de tener como antecedente haber sido uno de los dirigentes más destacados de la revolución rusa de 1905, con apenas 26 años, le daba renombre internacional y prestigio entre las masas.

Postales previas a 1916

Desde su huida al occidente europeo en 1906, luego de haber sido condenado por el régimen zarista al destierro siberiano, Trotsky acumuló una serie de experiencias que formarán su temple y reafirmarán sus convicciones revolucionarias, claves en su desempeño como dirigente de la revolución rusa de 1917. Pasó por Londres (donde fortaleció la relación política con Rosa Luxemburgo), Berlín y en Viena donde estuvo siete años en los que publicó durante tres un periódico ruso llamado Pravda (una versión anterior a la de Lenin), mantuvo contacto con una organización clandestina de marineros en el Mar Negro, estudió sobre la industria y el comercio para comprender las relaciones de dependencia y mantuvo polémicas con Lenin y los bolcheviques; además de arreglárselas para dar charlas y conferencias a estudiantes y emigrantes rusos.

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En 1912 se convirtió en corresponsal de El pensamiento de Kiev en la guerra de los Balcanes poniéndose en contacto directo con la guerra y con las “cuestiones militares”, conocimientos puestos en práctica, años después, al frente del Ejército Rojo que derrotó a once ejércitos imperialistas y al nefasto régimen del zar. En noviembre de 1914 se trasladó a Francia y desde su nueva prensa Nuestra palabra, contra todas las profecías de aquel entonces, anunciaba que la guerra tendría “una duración desesperante y que de ella saldrían agotados todos los pueblos de Europa” (Mi Vida, pág. 272 ed. CEIP). Su presencia en la Conferencia de Zimmerwald en 1915 donde se impulsó una tribuna contra la guerra, sumado a la presión de la embajada rusa–ahora aliada de la República– agudizó la disconformidad del gobierno francés con la estadía de Trotsky en París. Los espías y movimientos de la policía a su alrededor se multiplicaron en pocos días. Primero cancelaron la publicación de Nuestra Palabra y luego fue deportado con destino a España, un país que se mantenía neutral a la guerra y, hasta ese momento, fue el único que frente a la urgencia de su exilio aceptaba recibirlo.

Orden de deportación de Francia

“Sus ideas son muy avanzadas para España”

Dos policías se encargaron de trasladarlo en tren desde París a Irún, zona de frontera entre España y Francia. Desde allí partió en tranvía a San Sebastián, ciudad del norte que costea el Golfo de Vizcaya sobre el Océano Atlántico, desde donde pudo apreciar la belleza del mar. Tomó nuevamente un tren con destino a Madrid. Trotsky que no sabía hablar español se sentía un extraño más entre la multitud. Nadie daba señales de conocerlo y aprovechó para sumergirse en el lenguaje del arte: “Los dos años de guerra me habían hecho casi olvidar que existía arte en el mundo. Me lancé como un hambriento sobre los inapreciables tesoros del Museo del Prado, y volví a sentir como en otros tiempos lo ‘eterno’ que había en este arte. Velázquez, Ribera…Los cuadros (Jeroen van Aeken) de Bosch [El Bosco], genial en su simple goce de vivir” (Mi Vida, pág. 281). Pero España era un lugar de paso, su objetivo era asentarse en Suiza o Italia donde podría entrar en contacto más fácilmente con el movimiento revolucionario europeo. Los primeros días los pasó leyendo los periódicos nacionales con diccionario en mano. Gracias a un contacto francés y socialista instalado en Madrid se enteró que el socialismo español estaba muy influenciado por el socialpatriotismo francés y que sólo en Barcelona había comenzado a organizarse una oposición seria a la guerra dirigida por los sindicalistas.

El 9 de noviembre dos hombres fueron a buscarlo a la pequeña pensión donde residía y se lo llevaron detenido a la Jefatura de Policía. El comisario, por medio de un intérprete, lo invitó a irse de país lo antes posible, “sus ideas son trop avancées (muy avanzadas) para España”. Trotsky fue “hospedado amablemente” en la cárcel modelo de Madrid donde pasó cuatro días. Allí escribió sobre la situación carcelaria y las desiguales condiciones en las que vivían los prisioneros.

El 13 fue trasladado por la fuerza a Cádiz. La Prefectura de París se había encargado de avisar a la Policía española de la llegada del “peligroso anarquista ruso”. En Cádiz le informaron que se embarcaría con destino a La Habana pero la insistente negación de Trotsky convenció a las autoridades para que espere en la cárcel hasta que el próximo barco con destino a Nueva York zarpe. Mientras tanto envió telegramas a amigos, al secretario del Partido Socialista español, al primer ministro y a la prensa liberal, entre otros; con la intención de ponerlos al tanto de su paradero. Durante las semanas que pasó en la ciudad portuaria se dedicó a estudiar la historia de España y prepararse para su llegada a EE.UU. El barco que lo trasladó junto a su familia a territorio americano zarpó finalmente de Barcelona el 25 de diciembre de 1916.

Telegrama de deportación de España

1° de enero de 1917 –dice en su autobiografía- En el barco todo el mundo se saludaba por el Año Nuevo. Dos años nuevos en Francia, el tercero en el océano. ¿Qué nos deparara el año 1917?” Trotsky aún no lo sabía. Varios meses más deberá esperar antes de retornar a Rusia, en mayo de 1917, para organizar y dirigir junto a Lenin la revolución más importante de la historia.

Durante la década del 30 retomó sus estudios sobre España, recordando su fugaz visita, y realizó una serie de escritos sobre la Revolución Española que el CEIP compiló en La Victoria era posible. En estas notas no sólo hizo un balance del proceso revolucionario, reconociéndolo como una escuela superior de estrategia revolucionaria, sino que también esa experiencia había fortalecido su convicción acerca de la necesidad de construir un partido revolucionario.

A continuación invitamos a leer el “Prólogo a mis peripecias en España”*

Junio de 1929

Este libro es fruto de la casualidad. A fines de 1916 yo no había planeado viajar a España, y menos aun hacer un estudio del interior de la cárcel “modelo” de Madrid. El nombre Cádiz sonaba en mis oídos casi como algo exótico. Mi imaginación lo asociaba a los árabes, al mar y a las palmeras. Hasta el otoño de 1916 jamás me había preguntado si la bella ciudad sureña de Cádiz contaría con una fuerza policial. No obstante, debí pasar algunas semanas bajo su custodia. Toda esta experiencia fue para mi fortuita, a veces me parecía estar viviendo un agradable sueño. Pero no fue una fantasía ni un sueño. Los sueños no suelen dejar huellas digitales. A pesar de eso las huellas de todos mis dedos están en la oficina de la cárcel modelo de Madrid. Ningún filósofo podría dar mejor prueba de la veracidad de lo ocurrido.

En la cárcel de Madrid, en el tren, en el hotel de Cádiz, anoté mis impresiones sin ningún propósito ulterior en mente. Mis cuadernos de apuntes hicieron conmigo la travesía del Atlántico; permanecieron en mi equipaje las semanas que gocé de la hospitalidad del rey de Inglaterra, en el campo de concentración en Canadá, y volvieron a atravesar conmigo el océano y la Península Escandinava hasta llegar a Petrogrado. En medio del torbellino de los acontecimientos de la revolución y la Guerra Civil, olvidé su existencia. En 1925, en una conversación con mi amigo Voronski, mencioné al pasar mis impresiones y mis notas de España. En aquella época Voronski editaba la mejor revista literaria mensual de la república soviética, y con su talento de periodista nato aprovechó inmediatamente de mi indiscreción para arrancarme la promesa solemne de buscar mis cuadernos para que él los copiara y ordenara de alguna manera. Así nació este libro. Otro amigo, Andrés Nin (1) resolvió traducirlo al español. Yo tenía grandes dudas de que valiera la pena hacerlo, pero Nin insistió mucho. Él es el principal responsable de la aparición de este libro en español.

Mi conocimiento del idioma español era muy elemental: el gobierno español no me dejó aprender mejor la lengua de Cervantes. Basta esta circunstancia para explicar el carácter superficial y simplista de mis observaciones. Sería inútil buscar en este libro un cuadro más o menos completo de las costumbres o de la vida política y cultural de España, lo que demuestra que su autor no abriga ninguna pretensión. No viví en España como investigador, ni como observador, ni siquiera como turista en libertad. Ingresé en el país expulsado de Francia y viví en él alojado en la cárcel de Madrid y sometido a vigilancia en Cádiz, mientras esperaba una nueva expulsión. Estas circunstancias restringieron el radio de mis observaciones y al mismo tiempo condicionaron de antemano mi reacción ante los aspectos de la vida española con los que entré en contacto. Sin una buena pizca de sal irónica, el libro de mis peripecias en España constituiría, inclusive para mí, un plato imposible de digerir. Su tono general expresa, con toda espontaneidad, mis sentimientos en el viaje desde Irún hasta Cádiz, pasando por San Sebastián y Madrid, y luego desde Cádiz nuevamente a Madrid y Barcelona, hasta abandonar la costa de Europa y desembarcar del otro lado del Atlántico.

Pero si este libro suscita el interés del lector español y lo induce a penetrar en la psicología de la Revolución Rusa, no tendré ocasión de lamentar que mi amigo Nin se haya tomado el trabajo de traducir estas páginas sencillas y carentes de toda pretensión.

* Prólogo a Mis peripecias en España. Traducido [al inglés] para este volumen [de la edición norteamericana] por Fred Buchman. Este librito sobre las experiencias de Trotsky en España en 1916, publicado en Rusia con el titulo Qué sucedió en España, se tradujo al castellano y se publicó en Madrid en 1929.

1. Andrés Nin (1892-1937): ex secretario de la Internacional Sindical Roja, había sido deportado de la URSS por oposicionista de izquierda. Pronto iba a volver a España y convertirse allí en el dirigente más destacado de la oposición. Al profundizarse sus diferencias con Trotsky, descriptas en La Revolución española (1935-1939), rompió con la Oposición y en 1935 estuvo entre los fundadores del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Fue secuestrado y asesinado por los stalinistas en la Guerra Civil española.


Claudia Ferri

Historiadora, UBA. Columnista de la sección Historia de La Izquierda diario.

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