A finales de septiembre se llevó adelante el V Congreso del Movimiento de lxs Trabajadores Socialistas. En el punto de discusión internacional discutimos la coyuntura, donde el mundo atraviesa una guerra muy importante, hay una tendencia a la crisis económica y una dinámica en la que hemos atravesado grandes expresiones de lucha de clases. El “equilibrio capitalista” y la tendencia a su “ruptura” fue uno de los conceptos que se discutieron.
Jueves 27 de octubre de 2022
Entramos en la tercera década del siglo XXI en el marco de una crisis importante. Del año 2008 en adelante para el capitalismo ha sido mucho más difícil el mantener condiciones de rentabilidad y de ganancia a la alza, si bien ha habido momentos de relativa contención de la crisis, las contradicciones más estructurales saltan constantemente. Para entender este periodo, hemos retomado, sobre todo luego de los primeros años de la crisis, las discusiones alrededor del “estancamiento secular” que estaría atravesando el capitalismo, encontrando puntos de contacto con la crisis de los años 30 post crack del 29. En aquél momento, la incapacidad del capitalismo de lograr un ciclo al alza, se correspondió un momento de disputa sobre qué imperialismo era el hegemónico. Solamente luego de la IIGM EEUU logra imponerse como potencia vencedora, desplazando a Gran Bretaña y al imperialismo inglés que había sido cuestionado por Alemania y sus aliados.
Entender nuestro tiempo desde el marxismo revolucionario
En la década de 1920, León Trotsky analizaba las perspectivas de la situación internacional en términos de “equilibrio capitalista”, un concepto dinámico que surgía de tomar la situación internacional como una totalidad, una relación dialéctica entre la economía, la geopolítica y la lucha de clases, para comprender las tendencias más profundas que podían quebrar ese equilibrio inestable, en la cual el factor determinante es la lucha de clases.
Tendencias a la ruptura del equilibrio capitalista en la época de crisis, guerras y revoluciones
A partir de esta definición, podemos concluir que las consecuencias estratégicas de la guerra de Ucrania -realineamientos en el terreno geopolítico, como la alianza entre EEUU y los países de la OTAN versus el polo China-Rusia, el fin de la ilusión de una Europa pacífica- señalan que vemos un deterioro importante del “equilibrio capitalista”, lo que significa que se estrechan los márgenes para el desarrollo evolutivo y que la situación actual está signada por las crisis, el creciente militarismo de las grandes potencias, así como las tendencias a la revolución y la contrarrevolución. La relevancia internacional de la guerra en Ucrania tiene que ver con el involucramiento de los gobiernos de las grandes potencias en nombre de la defensa de la “democracia” versus el autoritarismo de Vladimir Putin, una falacia reaccionaria que recrean intelectuales y periodistas al servicio de EEUU y la OTAN y bajo la cual los gobiernos exigen “sacrificios” al pueblo, le ha dado una dimensión internacional superior a todo lo visto las últimas décadas.
Tanto el plano de la crisis económica internacional como el de las crecientes tensiones geopolíticas son los factores que nos llevan a sostener como corriente internacional que se reactualiza la “época de guerras, crisis y revoluciones”, definida por Lenin al inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas de conjunto y las fronteras nacionales
detonó una disputa internacional por los mercados internacionales que pasó del terreno económico-político al militar. En la actualidad, la internacionalización del capital se ha profundizado y la configuración de la clase trabajadora -que aumentó su peso numérico a nivel internacional- se modificó.
También se han dado avances muy notorios en algunas ramas de la economía, como la robótica o las nuevas tecnologías, pero esto coexiste, por ejemplo, con formas tradicionales de explotación agrícola. La industrialización acelerada de China, el sudeste asiático y el desarrollo de la importante cadena de valor entre Estados Unidos, Canadá y México durante el periodo neoliberal llevó a la relocalización de plantas industriales, lo cual acarreó cierres de fábricas y despidos masivos en el “cinturón de óxido” estadounidense mientras la frontera norte de México y el Bajío se convirtieron en el paraíso de las trasnacionales. Como señala Trotsky en el Stalin, el gran organizador de derrotas, “El sistema capitalista mundial está agotado; ya no es capaz de progresar en bloque. Esto no significa que ciertas ramas de la industria y ciertos países no crezcan o no crecerán más. Pero este desarrollo se realiza y se realizará en detrimento de otras ramas y de otros países. Los gastos de producción del sistema capitalista devoran cada vez más sus beneficios.”
El trasfondo económico: una crisis con raíces profundas cada vez más manifiesta
La crisis del capitalismo contemporáneo es profunda y se explica dado que la rentabilidad del capital no se logra mantener de forma sostenida, en este fenómeno entran en juego, por un lado, la saturación del mercado (producto de la incapacidad de compra, subconsumo), la disputa geopolítica donde los espacios de acumulación se pelean (pensemos por ejemplo en la penetración china en Latinoamérica en distintas áreas estratégicas) y, algo muy importante, la inexistencia de nuevos espacios de acumulación a gran escala, es decir, de tierras vírgenes que conquistar. Aquí hay que mencionar que, si bien no existe un territorio y una población sobre la cual avanzar como ocurrió al inicio del neoliberalismo donde se pudo salir de la crisis de los 70 en parte gracias a la caída del Muro de Berlín y la apertura a la acumulación de capital en Europa del Este, la URSS y en China, esto no implica que no se busquen nuevas zonas y territorios para la explotación como lo es el sudeste mexicano o el Amazonas, territorios donde el desmonte y la quema de selvas, son acompañadas de la construcción de infraestructura, la instauración de producción agrícola y ganadera a gran escala o el desarrollo de las llamadas Zonas Económicas Especiales que siguen el modelo chino. No obstante, estos nuevos territorios explotables por el capital, no tienen el alcance para generar una contratendencia a la crisis de magnitud tal que permita un nuevo ciclo de ascenso.
Cuando comenzó la pandemia, ya hablábamos como la crisis que vino con esta no era un “cisne negro” en el sentido de que la economía mundial ya atravesaba distintos problemas, sin ir más lejos Alemania (la principal economía en la UE) y Japón anunciaban en previo a la pandemia recesión. Luego de la pandemia, la reapertura se vio afectada por el desabasto de semiconductores y por una inflación galopante. No obstante, no habíamos salido de la pandemia cuando el 24 de febrero de este año comenzó la guerra en Ucrania, a partir de la cual la crisis ha dado un salto.
Los niveles de inflación que atraviesan distintos países y zonas del mundo, los más altos en décadas, han roto el modelo neoliberal de mantener bajas tasas de interés que permitan la proliferación de créditos en familias y empresas para fomentar el funcionamiento del mercado capitalista. Lo anterior convive con niveles de sobreendeudamiento tanto en países centrales como en la periferia producto tanto de programas de estímulos para el capital, como de las medidas tomadas durante la pandemia por parte de distintos gobiernos. Estos niveles de inflación y de endeudamiento, se
enmarcan en un momento de bajo crecimiento en diferentes países. Vemos así una dinámica de recesión, estancamiento y crisis, la cual empuja un fuerte descontento entre la población con los gobiernos en turno y está provocando momentos de desestabilización política más abierta, recientemente tenemos distintos momentos de “estallidos” en países de diferentes continentes, mientras, al mismo tiempo, tensa la relación entre las potencias.
La guerra como tendencia natural de la crisis
Como sabemos, la disputa por Europa del este se ha ido complicando en los últimos años. Diferentes países han buscado salir de la esfera de influencia de Rusia, develando la debilidad económica de este país. Esta dinámica europea, ha generado mayores tensiones entre la OTAN y el gobierno de Putin que busca “revivir el imperio ruso”. Así, la guerra en Ucrania, aunque podría parecer que se mantiene a la distancia sin mayor complicación internacional o mundial, está generando condiciones de mayor convulsión política y de crisis económica que empeoran las condiciones de vida de millones de trabajadores tanto en los países imperialistas, como en países semicoloniales, atrasados y dependientes. Esta guerra, que, a diferencia de otras en las últimas décadas no es asimétrica en el sentido de que sea una potencia atacando un país atrasado (como EEUU vs Irak), sino que confronta a una potencia militar como Rusia con la principal alianza militar imperialista, la OTAN, no solo no parece tener un fin próximo, sino que se sigue complicando y escalando con las recientes anexiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia por parte de Rusia. Este conflicto, ha tenido recientemente un salto con el atentado el puente de Crimea que conecta con Rusia, lo cuál fue respondido por Putin con un bombardeo a infraestructura crítica en buena parte del territorio ucraniano.
Una disputa más abierta por la hegemonía
Al mismo tiempo, la disputa EE UU-China, está entrando en un nuevo momento. Los años previos, sobre todo a partir de la llegada de Donald Trump, el enfrentamiento se hizo más abierto, siendo la disputa entre estos países marcada por la tensión económica, dígase la competencia por mercados, y por la disputa tecnológica. Sin embargo, luego de la guerra en Ucrania la tensión alrededor de Taiwán también ha escalado. Taiwán, es la isla que fabrica el 90% de microchips del mundo y 65% de semiconductores, la misma a la que huyó Chiang Kai-shek ante el avance de la revolución china de 1949 y un lugar desde donde “occidente” es decir, EEUU y sus aliados, intentan mantener injerencia, como lo es también Hong Kong a otro nivel. La tensión generada alrededor de Taiwán, en el marco de la guerra y del crecimiento de posiciones más radicales en el terreno político, son también símbolos del momento que vive el capitalismo y hacia donde apunta.
El crecimiento de la polarización política
Una característica de este periodo es el crecimiento de los extremos políticos, la opinión pública que se mantiene en el centro (centro-izquierda o centro-derecha) es más abiertamente disputada por posiciones más radicales en el contexto del empeoramiento de las condiciones de vida de millones. Esta polarización la encontramos en el crecimiento del fenómeno del “socialismo milenial” en EEUU (que con todo los límites que podamos verle, refleja un cuestionamiento al sistema), de la emergencia de movimientos a nivel mundial que tienen alas anticapitalistas como el de mujeres o el ambiental o en el avance del Frente de Izquierda en Argentina. Al tiempo que vemos el crecimiento de posiciones reaccionarias como Trump, Bolsonaro o Vox. La polarización, la radicalización y el descrédito de los partidos y direcciones tradicionales, son aspectos que nos
permiten entender la categoría gramsciana de crisis orgánica, un momento donde se cuestiona el actual estadio de las cosas, siendo que se abren posibilidades de que se planteen salidas revolucionarias o reaccionarias. Vale la pena en este marco mencionar la situación polarizada en Brasil de cara a la segunda vuelta presidencial, donde, el bolsonarismo ha logrado asentarse con un porcentaje importante de la votación y alineando a poderes reaccionarios como las Fuerzas Armadas, mientras, por el otro lado, el anti-bolsonarismo ve a un Lula corrido al centro como mal menor, así, aunque no hablamos en este caso de la emergencia de una izquierda más radical que dispute con la ultra derecha, si vemos una polarización política y social muy marcada donde hay dos polos mutuamente excluyentes que se ven como enemigos irreconciliables.
La vuelta a la lucha de clases
En este contexto, la lucha de clases se hace presente en diferentes países, mostrando una nueva subjetividad en formación. Las revueltas en Sri Lanka, las huelgas en el Reino Unido, Francia u otros países europeos y el incipiente movimiento por la sindicalización que se está dando en EEUU, antecedido por revueltas y rebeliones en distintos países, antes y después de la pandemia. La entrada en escena de sectores de la clase trabajadora en la principal potencia imperialista mundial y en el Reino Unido, es especialmente significativa. Fue justo en estos países donde la derrota de la huelga minera de 1984-1985, infligida por Margaret Thatcher, y la de la huelga de los controladores aéreos (1981), marcaron el inicio del neoliberalismo y un ataque sin tregua a las conquistas de la clase trabajadora a nivel internacional, que llevaron a la creciente precarización laboral y a la gran pérdida de poder adquisitivo de las familias obreras. Que justo en esos países sectores de la clase trabajadora se pongan de pie y digan un hasta aquí ante las políticas antisindicales o ante el deterioro de los salarios por la creciente inflación es un síntoma de un nuevo estado de ánimo en nuestra clase, un síntoma que puede alentar a la clase trabajadoras en otros países a dejar atrás la resignación y enfrentar los ataques del imperialismo, de sus gobiernos, de las trasnacionales y de organismos internacionales como el FMI. Mención especial merece la enorme rebelión en Irán con las mujeres a la cabeza enfrentando el patriarcado teocrático.
Latinoamérica y los nuevos progresismos
Otro fenómeno político importante es la ola de nuevos “progresismos tardíos”, con el gobierno de Gustavo Petro en Colombia, el de José Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, López Obrador en México, o de segunda ola como Alberto Fernández en Argentina y la posibilidad del retorno de Lula en Brasil.
La falta de hegemonía de la derecha continental y el acentuado desgaste de los partidos patronales tradicionales se conjugaron para crear la “tormenta perfecta” y así fue como desde 2012/2013 -fin del ciclo de bonanza de los precios de las materias primas- en distintos países latinoamericanos se expresaron elementos de crisis orgánicas y de crisis de representación. Los regímenes democráticos burgueses enfrentaron distintos niveles de cuestionamiento: en el caso de Chile y Colombia dieron paso a verdaderas revueltas populares, mientras en el extremo opuesto está el caso de México, donde el actual presidente en las elecciones presidenciales de 2018 capitalizó el descontento social que hizo eclosión en procesos como el movimiento democrático por Ayotzinapa en 2014, un proceso al cual contribuyó cualitativamente a pasivizar. En América Latina, en este contexto histórico concreto, en ningún caso, ni siquiera en aquellos donde hubo revueltas con elementos de radicalización, los progresismos de principios de siglo desarrollaron cambios profundos que se acercaran a la resolución de tareas históricas desde arriba, un elemento determinante para
encuadrar a estos países en el concepto de revolución pasiva -creado por el revolucionario italiano Antonio Gramsci- y que podría ser aplicado a la experiencia de fines del siglo XIX en Italia o Alemania, donde la burguesía llevó adelante la unidad nacional. Ninguno de estos gobiernos hoy va más allá de promesas de ayudas a los sectores más empobrecidos, un elemento que les granjea un importante apoyo popular. En aquellos países que fueron escenarios de revueltas y movilizaciones populares, como el caso de Chile, Colombia o Perú, el proceso de desgaste y derechización de los gobiernos es más acelerado, como se vio en el reciente triunfo del Rechazo en la elección de la constitución chilena o en las multitudinarias protestas contra el gobierno de Castillo en Perú.
Estos gobiernos enfrentan una situación internacional mucho menos favorable que el ciclo de progresismo que inició en la primera década de los 2000: el alza de precios de la energía y de los alimentos golpean también en la región. De la “austeridad republicana” de López Obrador a la firma de acuerdos con el FMI para refinanciar la deuda externa, como el caso de Alberto Fernández en Argentina, el margen del despliegue de planes sociales para contener a los sectores más desposeídos es menor que en las décadas previas. Aun cuando en la superficie parece primar la “paz social” que exigen los negocios capitalistas, un descontento profundo está germinando en distintos sectores de la clase trabajadora y el pueblo en todo el continente. El hartazgo de la precarización laboral, del costo de los acuerdos con el FMI, de los agravios que la burocracia sindical inflige como agente de las trasnacionales y los empresarios de ser soterrado puede empezar a expresarse de manera activa. El movimiento de mujeres y otros movimientos democráticos pueden irrumpir en escena ante las condiciones de vida cada vez más difíciles para un amplio sector de la población.
La lucha por la reconstrucción de la IV Internacional en el siglo XXI
Como decíamos al inicio, se reactualiza la época de guerras, crisis y revoluciones. Las crecientes tensiones geopolíticas y el reanimamiento de la lucha de clases en distintos países, así como la extensión de nuevas formas de pensar y distintos niveles de cuestionamiento al capitalismo, abren nuevas posibilidades para quienes levantamos la bandera de la IV Internacional fundada por Trotsky y sus partidarios en 1938.
Nos guiamos por el marxismo con predominancia estratégica, anclado en la teoría-programa de la Revolución Permanente y el Programa de transición, como guía fundamental para recorrer el camino que nos lleve al triunfo de la clase trabajadora y todos los sectores oprimidos, tanto a nivel nacional como internacional. Por eso buscamos articular cada pelea que damos en el terreno de la lucha de clases, en el ideológico y en el electoral con la perspectiva de la lucha por el comunismo, es decir, la lucha revolucionaria por una sociedad sin clases sociales, sin Estado, sin explotación y sin opresión. Y esto es imposible lograrlo solo en el plano nacional, sino que puede forjarse a partir de la unión y coordinación de toda la fuerza productiva de la humanidad a nivel internacional y en última instancia mundial.
Impulsar la unidad de las filas obreras, recuperar la estrategia del comunismo del lodo en el que la sumergieron el estalinismo, el maoísmo y los engendros del “socialismo real del siglo XXI”, recuperar los sindicatos para la lucha de la clase trabajadora, desarrollar respuestas en clave revolucionaria ante los problemas que enfrenta la humanidad en la actualidad, como la crisis ambiental, el armamentismo cada vez más letal y sofisticados, la opresión a las mujeres, disidencias o el racismo, son algunas de las tareas que encaramos en cada país donde estamos. Y para dar estas peleas una de nuestras principales herramientas es la Red internacional de La Izquierda Diario, con presencia en 15 países, en 7 idiomas.
En el próximo período nos proponemos profundizar nuestra práctica internacionalista en especial con nuestros camaradas de Left Voice en Estados Unidos y de la Organización Socialista Revolucionaria de Costa Rica, ya que nos unen múltiples vasos comunicantes, desde la injerencia del imperialismo estadounidense en la región, acuerdos económicos como el T-MEC hasta la política de seguridad creada en Washington que tiene nefastas repercusiones en toda la región.
Queremos contribuir a un avance de la subjetividad de la clase obrera y que, de la fusión entre los socialistas revolucionarios y la vanguardia obrera y juvenil que se desarrolle en los procesos por venir, pueda surgir un nuevo estado mayor revolucionario de la clase obrera internacional. Ese es el apasionante desafío que tenemos por delante las y los militantes de la Fracción Trotskista- Cuarta Estrategia Internacional.