El gobierno de Milei, con su ministro estrella menemista, Mariano Cúneo Libarona y la ex JP Patricia Bullrich, impulsan la baja de la edad de imputabilidad para criminalizar a las adolescencias.
Martes 10 de septiembre 08:26
Partiendo de reconocer en esta ley, un intento claramente reaccionario de criminalizar a las y los jóvenes, particularmente de los sectores populares, queremos detenernos en un aspecto del debate, que tiene que ver con la negación de las adolescencias como sujetos interlocutores de su realidad, para convertirlos en meros depositarios de medidas represivas y prácticas punitivas, con el contexto de fondo de una crisis social y económica que se profundiza y en la que saben, no tienen nada que ofrecerle a la juventud.
El gabinete libertario defiende este proyecto sobre la base de sentidos comunes que solo buscan reforzar la estigmatización sobre los más jóvenes: que son “plenamente conscientes”, que “tenemos un número bajo de chicos en prisión”, que “hay un aumento alarmante de la delincuencia juvenil”, aun cuando siquiera, pueden mostrar en cifras concretas, que la participación de las adolescencias en delitos graves, sea realmente significante.
Pero lo central, es que las adolescencias no son más que los convidados de piedra en esta discusión, “son conscientes de sus actos y consecuencias”, pero no son considerados sujetos que deban ser escuchados sobre sus realidades y problemáticas.
Adolescencia o adolescencias:
La concepción sobre bajar la edad de imputabilidad, parte de presentar a La Adolescencia como un todo absoluto, donde no operan las desigualdades sociales, ni las particularidades subjetivas. Es lo mismo tener 13 que 18 años, nacer en un contexto de vulnerabilidad social, o ser parte de una generación que afronta un contexto de crisis, informalidad, incertidumbre sobre el futuro y precarización.
La adolescencia no es un todo homogéneo, las adolescencias caminan, desde el punto de vista subjetivo, por un lugar transicional, están en búsqueda de una identidad, en el paso de la vida infantil a la vida adulta, pero esos cambios subjetivos están dados en un contexto histórico y social que los atraviesa y que habilita o no, espacios de contención y estructuración.
A su vez, desde un punto de vista social, la adolescencia representa ese momento de quiebre, de crisis de una generación con respecto a la generación que la precede, es una edad de cuestionamiento, activo o pasivo, que de alguna manera denuncia las contradicciones de un sistema establecido, y en ello radica también el imaginario de una “peligrosidad” que debe ser contenida, o en este caso, directamente reprimida y encarcelada.
Ser joven no es un delito:
Hoy en la Argentina, según informe de la UCA, un 62% de los niños y adolescentes vive en situación de pobreza y un 16% se encuentra en la indigencia, con problemas de alimentación, acceso a la educación, salud y vivienda. Mañana tendrán que ingresar a un mercado laboral precario, donde el salario no alcanza para cubrir las necesidades mínimas. Es decir, viven un presente continuo, sin derecho a futuro, sin derecho a soñar.
Pero parece que las adolescencias solo existen para el discurso político cuando refieren al problema de la delincuencia y cuando resultan un chivo expiatorio útil para desviar la atención pública.
No hay ninguna medida para dar respuesta a la enorme problemática social que están viviendo los más pibes, por el contrario, se atacan cada vez más sus derechos básicos, y ahora pretenden condenar al eslabón más débil, a los pibes cooptados en la organización del gran delito, del que es parte indiscutible el propio aparato de “seguridad”, con una ley orientada plenamente al castigo, que incluso, cuando habla de “medidas alternativas” como el acceso a un tratamiento psicológico o los plazos para conseguir un trabajo (en los casos que la edad lo permita) so pena de volver a prisión, deja toda la responsabilidad en el adolescente, como si el gobierno no tuviera nada que ver en los recortes a la salud pública, o en la precarización laboral y el desempleo (especialmente bajo el esquema de “libertad para despedir” de Sturzenegger).
No hay ningún lugar de escucha para las adolescencias y sus realidades, en un proyecto represivo que solo busca dictar sentencia de antemano a la juventud de los sectores populares y trabajadores, a los más vulnerables. Esta es la libertad que pregonan los liberales de la desigualdad.
Las niñeces, adolescencias, las y los jóvenes, son interlocutores de una realidad social y sobretodo, son sujetos políticos que tienen que intervenir en la pelea por su presente y su futuro, por recuperar el derecho a tener sueños.
Los mismos que hoy piden mano dura, son responsables de la profundización de la crisis con sus políticas de ajuste, como dijo Christian Castillo, diputado del FITu, “Estamos en un caso típico, donde a un problema social se lo trata como un problema penal (…), quienes mandan a los niños y a las niñas a la pobreza e indigencia no pasa nada. Condenar a un niño a la muerte por hambre no es delito.”
No a la baja de imputabilidad, basta de precarización y ajuste, necesitamos presupuesto para educación, salud y vivienda, y como dicen las banderas en las canchas de fútbol: “para los pibes, la libertad”.