El decisivo martes 3 de noviembre está a la vuelta de la esquina, pero nadie puede asegurar que al día siguiente se sepa quién será el próximo presidente de la gran potencia imperialista.
Jueves 29 de octubre de 2020 00:37
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Está llegando a su fin la campaña electoral en Estados Unidos, pero nadie puede asegurar que el 4 de noviembre los norteamericanos y el mundo sabrán si Biden o Trump estará al frente de la (todavía) principal potencia imperialista, y por lo tanto decidirá gran parte del destino del capitalismo mundial por los próximos cuatro años. Esto no solo porque puede haber sorpresas que por definición no registran las encuestas. Sino sobre todo porque, en caso de perder, no está descartado que Donald Trump desconozca el resultado y la definición se traslade de las urnas a la justicia, lo que abriría otra situación con final incierto.
Hasta el momento Biden mantiene una ventaja promedio de unos 8 puntos sobre Trump. Pero en una elección indirecta que se define no por el voto popular sino por la composición del colegio electoral, la llave de la Casa Blanca la tienen cinco estados clave, y aún no está definido a quién se la entregarán. Hagan sus apuestas.
La elección del próximo martes es presentada como la más importante desde la que llevó a la presidencia a Franklin Delano Roosevelt en 1933. La historia dirá si tiene esta trascendencia, pero es un hecho que la crisis sanitaria, la recesión, la polarización y el clima antitrumpista se combinaron para despertar un interés mayor. En principio hay indicios de que subiría la participación electoral. El más fuerte es que una semana antes de las elecciones, ya habían votado de manera anticipada –por correo o de manera presencial- 66,4 millones, 8 millones más que en las elecciones de 2016.
La campaña dejó poco y nada: un debate impresentable; otro debate aburrido; una publicidad negativa inusitadamente agresiva (el spot de Trump “Biden for resident” –literalmente candidato para ingresar a un geriátrico- fue quizás el colmo de la incorrección política). Y la nota de color del Covid positivo del presidente.
En la recta final de la carrera por la Casa Blanca, el coronavirus, y el repudio al racismo y la violencia policial siguen marcando a fuego la coyuntura electoral. Trump no pudo liberarse del “efecto referéndum” sobre su gestión de la pandemia, que aparece como uno de los determinantes de la persistente ventaja que le saca Biden en las encuestas.
La estrategia de Trump de culpar a China por la pandemia y sus efectos económicos y sociales aumentó la hostilidad anti China no solo en Estados Unidos, donde según una encuesta de Pew Research Center un 66% de la población que tiene una visión negativa de China (una suba del 13 puntos durante la presidencia Trump), sino también en otras economías avanzadas, entre ellas el Reino Unido, Francia, Alemania, España y Australia, un aliado militar estrecho de Estados Unidos en el Pacífico, donde el rechazo contra China alcanza un alarmante 81%.
Pero esta histeria anti china no impide que casi con la misma fuerza, una mayoría de 57, 4% de norteamericanos desapruebe el manejo que hizo Trump de la pandemia. Para el día de la votación, las muertes por covid 19 en Estados Unidos estarán rozando el cuarto de millón de personas y la segunda ola de contagios ya casi cómodamente instalada.
También estará fresca la violencia policial y la represión estatal. El gatillo fácil continuó su ritmo macabro “normal”, incluso después de las movilizaciones masivas en repudio por el asesinato de George Floyd. Según el relevamiento de Mapping Police Violence, en lo que va de 2020 la policía ya asesinó a 874 personas (un 28% son afroamericanos, siendo que representan apenas el 13 % de la población del país), por lo que a fin de año estará en su promedio histórico de 1000 asesinatos anuales.
El lunes 26 de octubre la policía volvió a matar, esta vez en Filadelfia, estado de Pensilvania. William Wallace, así se llamaba la víctima, era un joven trabajador afrodescendiente de 27 años, padre de cuatro niños y vecino de un barrio pobre, que tenía diagnóstico de trastorno bipolar. Su familia llamó a una ambulancia porque estaba atravesando un episodio crítico, pero en lugar de los paramédicos llegó un patrullero con dos oficiales que dispararon al menos siete veces y lo ejecutaron. Wallace tenía un cuchillo en la mano, pero estaba a varios metros de distancia y no representaba ningún peligro para ellos. Como ocurrió en el caso de Floyd, un video tomado con un celular muestra a la familia y un grupo de vecinos pidiéndole en vano a la policía que no dispare. La jefatura y el sindicato policial salieron en defensa de los oficiales.
Ante este nuevo hecho de violencia y racismo policial estallaron movilizaciones que derivaron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. El gobernador demócrata Tom Wolf autorizó el despliegue de la Guardia Nacional para colaborar en la represión y estableció el toque de queda, que al cierre de este artículo aún estaba vigente.
Como era de esperar hay una fuerte utilización electoral del asesinato de Wallace y las movilizaciones. La estrategia de Trump es presentarse como el garante de la “ley y el orden” y acusar a los demócratas de ser revueltistas y promover los disturbios. La estrategia de Biden es separar las movilizaciones pacíficas de los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, y condenar a los sectores más radicalizados.
En síntesis, un déjà vu del asesinato de Floyd que si bien es local tiene impacto nacional.
Pensilvania ha adquirido una importancia crucial en los últimos días, porque es uno de los swing states que podría definir la elección del próximo martes.
La situación abierta en Filadelfia reactualiza la hipótesis de conflicto con grupos supremacistas y de extrema derecha, como Proud Boys, que colaboran con la policía en la represión contra las movilizaciones de Black Lives Matter. Estas milicias y “vigilantes” armados son los mismos a los que Trump llamó a defender activamente el voto republicano.
Pero incluso si no se desarrollaran estos elementos de violencia tendiente a los extremos, hay un abanico de tácticas para desalentar el voto de los sectores más pobres, en particular de afroamericanos, que harían palidecer a los punteros del conurbano bonaerense. Estos mecanismos van desde la manipulación de los distritos electorales hasta el invento de requisitos para votar o el traslado de estaciones de votación. Y aunque son los republicanos los que más recurren a estos artificios porque las minorías no blancas tienden a votar por los demócratas, este ataque abierto al derecho al voto deja al descubierto el carácter profundamente antidemocrático del régimen bipartidista-imperialista.
A pesar de las subas récord de la bolsa y del recorte de impuestos a las grandes corporaciones de Trump, el voto de Wall Street es para Biden. JP Morgan Chase y Blackstone están en la lista de grandes aportantes a la campaña demócrata, no por un problema ideológico sino porque su olfato les indica que sería más riesgoso otro mandato de Trump que una eventual suba de impuestos.
Pero lo que más preocupa a la clase dominante es que quede un resultado indefinido y termine resolviéndose la elección en la Corte Suprema, lo que quitaría legitimidad al gobierno que surja. En una nota reciente, N. Roubini alerta sobre la posibilidad de que se repita una crisis como la del año 2000, cuando la justicia le dio por ganada la elección a George W. Bush después de un mes de incertidumbre. En un escenario de mayor polarización política y de irrupción de la lucha de clases, esto podría derivar en la vuelta de movilizaciones de masas.
Por esto, la “comunidad de negocios” publicó una declaración con la firma de más de 50 prominentes burgueses, rechazando cualquier alteración de los procedimientos electorales. Un claro mensaje a Trump de que desista de la idea de desconocer el resultado mediante denuncias de fraude y otras maniobras como utilizar la mayoría conservadora recargada en la Corte con la nominación de Amy Barrett, que pongan en riesgo la estabilidad política.
Para la gran burguesía, el recambio electoral aparece como una oportunidad de canalizar hacia la vía institucional la rebelión popular que estalló tras el asesinato de George Floyd. A este desvío contribuye el “progresismo” y la izquierda demócrata, que presenta el voto a Biden como la solución “malmenorista” para sacarse de encima a Trump.
Pero las condiciones que llevaron a Trump a la Casa Blanca no van a desaparecer si gana Biden, porque no son efectos de crisis de coyuntura, sino que surgen de las tendencias más profundas a la crisis orgánica, abiertas como resultado del agotamiento de la hegemonía neoliberal globalizadora. La polarización sigue su curso. Por izquierda, se expresa en que crece la popularidad del “socialismo” entre los jóvenes de 16 a 24 años, pasó de 40 a 49% de aprobación en el último año según una encuesta desarrollada por YouGov. Por derecha, en la existencia de grupos armados protofacistas, aunque hoy son elementos marginales. Estos fenómenos anticipan escenarios de mayor radicalización política y de la lucha de clases.
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Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.