Crónica de una mañana distinta, soleada, pero gris, en Martín Coronado, Tres de Febrero en el primer día de una cuarentena obligatoria.
Sábado 21 de marzo de 2020 19:34
Para todos los trabajadores formales e informales ayer no fue un día como cualquiera. Cómo todos los días nos levantamos, desayunamos y nos dispusimos a realizar nuestras actividades diarias pero en cuarentena nacional; con el miedo que infunden los medios de comunicación masivos ante la posible requisa o detención de las fuerzas de seguridad para amedrentar al pueblo y responsabilizarlo que la culpa de la propagación del virus Covid-19 es del individuo y no de la crisis sanitaria que hace décadas venimos padeciendo miles de familias.
Ayer, para los trabajadores de la educación, no fue un día común. Algunos repartían viandas o bolsones de alimentos en las escuelas para las familias mientras les decían que no les alcanzaba para siete días y esperaban si podían llevarse otro bolsón. Otros docentes mantenían la red virtual con el plan de contingencia. Algunos por ser pacientes de riesgos o tener hijos menores se encontraban en sus casas cuidando a los suyos y a ellos mismos.
Otros pasamos el día yendo a comprar los alimentos para que las familias tengan lo necesario para sostener la cuarentena. Este fue mi caso en el que me dispuse a colaborar con una amiga que es sostén de hogar y tiene un hijo a cargo.
Una sensación horrible que recorre todo el cuerpo y que te hace un nudo en la garganta es la de no poder saludar a tu amiga, a tu vecina, a la cajera del supermercado o al verdulero ni a tú mamá.
La palabra que se repite en forma constante es “cuidate” ¿De qué me tendría que cuidar? ¿De los abrazos, de los besos para no contagiar? ¿No me tendría que cuidar de un Estado que no tiene un plan sanitario integral que garantice atención médica a toda la población y permita orientar la cuarentena de manera precisa? ¿No tendría que exigirle al Estado las tiras de test reactivas en todos los lugares de trabajo para detectar el virus a tiempo para que esté no se lleve la vida de nuestros amigos, familiares y vecinos del barrio?
En el camino me encontré con personas que no podían estar en cuarentena nacional, ni tampoco quedarse en casa y que no tenían garantizadas las condiciones de higiene y prevención para preservarse del Covid-19.
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Ahí estaba una trabajadora de limpieza en un centro de salud, con guantes, gorro y el trapo de piso mientras limpiaba los pasillos -me pregunté- ¿estaba concentrada o preocupada? Me fui con esa inquietud. Ella no puede quedarse en su casa porque tiene que ir a trabajar.
Camine unas cuadras, me encontré con el barrendero del barrio a quién tampoco la cuarentena le había llegado. Con su escobillón en mano limpiaba las calles. Le pregunté si podía sacarle una foto - me dijo que sí- que a él también le hubiese gustado quedarse en casa para cuidar a su familia. Continuó realizando su trabajo. Me aleje pensando ¿Él no está más propenso a contagiarse el virus que yo?
Llegue al súper del barrio. Las cajeras, los repositores, siempre con una sonrisa, conversadoras, muy laburantes y aconsejando cómo prevenirse a los que llegábamos. Estaban saturados de trabajo pero me llamó la atención que tampoco tenían guantes para prevenirse del virus. Le pregunté si podía sacarle una foto y me dijo que sí. Me contó que era madre y que cuando llegaba a su casa también pensaba en no llevar el Covid-19 a sus hijos, a su hogar porque a ella tampoco le toco “quedarse en casa”.
Di vuelta la esquina llegue hasta la casa de mi hermano, para dejarle la mercadería a mi mamá, quién también realiza trabajo informal y alquila. Ella vive con mi hermano porque no tiene casa propia y la mísera jubilación que cobra no le alcanza para pagarse un alquiler - ella es una persona de riesgo. A él también le tocó quedarse en casa porque trabaja por su cuenta.
De lejos observe algo que me llamó la atención. Me acerque. Ahí estaba él durmiendo, tapado, al lado del umbral de la plaza de Martín Coronado debajo de un árbol. A él tampoco le llegó la frase de “Quédate en casa”, más bien la cuarentena la hace todos los días en la calle, frío, calor, lluvia. Porque su casa es la calle. Sin prevención ni higiene, ni cama, ni baño ni casa. El cómo tantos otros, los olvidados del sistema.
Una amiga docente que vive en Pablo Podestá me envía por Whatsapp la triste realidad del Barrio la Esperanza, que está a metros de su casa. Al ver pasar por su casa a los trabajadores informales, los que cartonean y pasan con el carrito, levantando lo que dejan los vecinos para llevar para sus familias, a sus hijos el mango para subsistir un día más. A ellos tampoco les llegó la frase “quédate en casa”, sin guantes, ni barbijos, ni alcohol en gel. Salen por la simple necesidad de alimentar a sus familias ya que en las escuelas donde concurren sus hijos reciben una bolsa que sólo les alcanza para una comida diaria.
Ayer fue una mañana distinta ver estas situaciones de nuestra vida cotidiana que reflejan que lo único que nos ofrece el sistema capitalista es hambre, miseria, enfermedades. Por eso, hoy más que nunca, tenemos que construir esos lazos de unidad entre trabajadores, familias y estudiantes para dar vuelta la historia . Que nos organicemos para pelear por una vida que merezca ser vivida. No dejemos que el virus del capitalismo acabe con nuestras vidas. Estas situaciones de nuestra vida cotidiana reflejan lo que nos ofrece el sistema capitalista: hambre, miseria, enfermedades. Si queremos salvar la salud y la vida de miles, hay que tocar los intereses de los que lucran todo el tiempo con nuestra salud.
Debemos exigir que haya un testeo masivo que debe ser parte de un plan sanitario integral que garantice atención a toda la población. Un plan así debería unificar los sistemas de salud público y privado, además de los laboratorios. En estos últimos, con el control de los trabajadores y las trabajadores, se podría garantizar una producción constante y creciente de alcohol en gel, barbijos, guantes y todos los productos necesarios para una adecuada prevención y cuidado.
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