En estos días, Milei volvió a copar los medios con otra de sus provocaciones: “la venta de órganos es un mercado más”, si alguien necesita vender un riñón para poder sostener a su familia y alguien más puede pagarlo, ¿cuál es el problema?
Miércoles 8 de junio de 2022 21:02
Desde ya que, su sencilla ley de oferta y demanda aplica a los 17 millones de argentinos que hoy están en la pobreza, a quienes no les queda más que sus propios cuerpos poder sobrevivir, entonces, la solución de Milei es: ¡por qué no vender un órgano!
No debería ser muy difícil repudiar un programa político donde los dueños del país podrían comprar abiertamente órganos en un mercado de pobres, pero parte del objetivo de instalar a Milei y su campaña reaccionaria, tiene que ver también, con naturalizar que el poder económico y político, ya sostiene un sistema de explotación donde los cuerpos de las y los trabajadores son cosificados y monetizados por el mercado laboral, ¿cuánto vale el pulmón de un minero de San Juan, o el brazo de un obrero del neumático en FATE, las manos de una trabajadora textil de la Provincia de Buenos Aires, o el oído de una joven precarizada de un call center de CABA?, depende de los baremos siempre tendenciosos de la ART, no así en el caso de las y los repartidores de comidas y tantos otros trabajos no registrados, donde el valor del cuerpo y la vida es sencillamente igual a cero.
Empresarios, Estado y burocracia, una tríada necesaria
Milei como buen defensor de la casta empresaria, dice que todo el problema está en el Estado, a quien enfrenta artificialmente con los intereses privados de lo que él llama “libertades”:
“¿Acaso el Estado no dispone de mi cuerpo, cuando en realidad me roba más del 50% de lo que genero?. O sea, hay un doble standard: para que el Estado me esclavice, entonces sí, pero si yo quiero disponer de una parte de mi cuerpo por el motivo que fuera, ¿Cuál es el problema?”.
Lo que no dice Milei (que cobra cómodo 10mil USD por charla) es que la esclavización de los trabajadores y sus cuerpos se produce centralmente en el ciclo productivo, al interior de las fábricas y de los lugares de trabajo a manos de las patronales, no en contraposición con el Estado, sino con su connivencia y con la complicidad de la siempre presente burocracia sindical.
En 2020, diariamente en la Argentina se produjeron cerca de 1000 mal llamados “accidentes” de trabajo en el sector formal, casi 400.000 en un año (La Nación), pero el régimen de la ART, con las modificaciones sucesivas de macristas y peronistas, actúa en favor de reducir al máximo la responsabilidad empresaria. Para las patronales, si un trabajador pierde parte de su cuerpo, de su funcionalidad, de sus capacidades físicas, ve afectado su sistema nervioso o su salud mental, solo cuenta como un gasto más (el menor posible), no deja de ser otra cosa que se rompe y en última instancia se deshecha, aunque para el o la trabajadora, esa pérdida cambie su vida para siempre.
Pero además, con las leyes de flexibilización laboral aprobadas bajo el neoliberalismo, un plan de salvataje de los intereses privados por parte del Estado, que todos los gobiernos mantienen, el 35% de las y los trabajadores está en la informalidad, es decir ni si quiera entran en las estadísticas de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, porque si se rompen o pierden la vida, las empresas no se tienen que hacer cargo.
Hay quienes hoy, se rasgan las vestiduras con las declaraciones de Milei, pero sostienen desde el Estado la ganancia empresaria a costa de los cuerpos de las y los trabajadores, porque a fin de cuentas dicen, “el capitalismo es el sistema más eficiente”. Lo vimos durante la pandemia, cuando se garantizó la productividad de las patronales de servicios no esenciales, exponiendo a miles de trabajadores a contagios innecesarios, inclusive a quienes eran población de riesgo. Según el observatorio, Basta de Accidentes Laborales, la cifra de muertes de trabajadores en 2020 llegó a ser de 1295 (entre contagios por COVID y muertes por “accidentes”).
Con el teletrabajo, aumentó la cantidad de “quemados” por estrés laboral, las patronales tuvieron vía libre para colarse en cada espacio de la vida cotidiana de las y los trabajadores, usar sus recursos, aumentar jornadas de trabajo y presionar constantemente con el temor al despido, otra forma de disciplinamiento más.
“De tanto tragar el humo, tengo humo en el corazón”
¿No hay entonces una apropiación de nuestros cuerpos?, ¿una cosificación constante que nos empuja a sentir temor en función de nuestra utilidad para el sistema productivo?, ¿no piensa hoy un joven de 20 años que pasa si se rompe trabajando, si se enferma, cómo va a conseguir algo después?
Para Marx, “El capital, no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante una jornada. Y, para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de trabajo”. (El Capital T.I, Cap. VIII)
Efectivamente, el capitalismo le ha puesto un precio a nuestro cuerpo, a cada uno de nuestros órganos, de nuestros músculos, no tiene problema en abreviar nuestra vida para garantizar su productividad, por eso limita nuestro tiempo al aire libre, nos confina en espacios funcionales y repetitivos, degrada nuestra salud, e incluso se encarga de mantener a unos miles de nosotros excluidos del sistema laboral, empujados a situaciones desesperantes, donde quizás algunos evaluarían qué más poder vender de sí mismos. Los liberfachos no tendrán ningún empacho en llamar a esto “libertad”, el reformismo, quizás, un error a corregir.
Milei es la cara de un capitalismo explícito
EEUU, el modelo capitalista y neoliberal por excelencia, es uno de los países donde más concretamente puede medirse la mercantilización del cuerpo, basta recordar el documental Sicko del director Michael Moore, donde una persona que pierde dos dedos en un accidente, debe elegir uno solo para el reimplante, porque no puede costear la cirugía completa. Si no tienes un seguro pago, puedes morir sin recibir atención alguna.
La falta de cobertura en salud pública, la precarización y los abusos patronales, son parte de los reclamos que hicieron despertar en el corazón del imperio a un fuerte movimiento juvenil que pelea por el reconocimiento sindical y por derechos laborales, una generación que descree de las promesas de la sociedad meritocrática y el sueño americano, y que empieza a cuestionar al capitalismo y todas sus recetas, como única alternativa posible.
Necesitamos enfrentar verdaderamente al sistema que nos convierte en mercancía, allí donde se ha logrado frenar la prepotencia patronal, es donde las y los trabajadores no se han resignado a ser los números fríos de una contabilidad, allí donde se levantaron en paros, formaron comisiones, se organizaron por sus derechos, pero aun así no alcanza, hay que organizarse y pelear definitivamente contra este sistema, por otra sociedad, una sociedad socialista, por una verdadera liberación de toda explotación y miseria.