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Arte y salud mental. Trastocar la vida: “La locura es mi manera, la cordura es tu prisión”

Nahuel Gómez es poeta. Su vida está cargada de experiencias, muchas al borde de la muerte. En el centro de salud mental Basaglia de La Plata conoció al acompañante terapéutico y guitarrista Martín Montero. Formaron la banda Avalancha de Rimas. En esta charla hablan de otros “locos” que gobiernan, del Estado, de la precarización de la salud pública y del arte como herramienta para “dar sentido a la vida”.

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Viernes 24 de noviembre de 2023 22:22

Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo

Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo

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“Me motiva tanto la música de otros como hacer mi propia música, que se conozca mi punto de vista a través de la música; creo que el arte sirve para darle un sentido a la vida, dice y calla enseguida, como esperando que alguien complete la frase. Es el comienzo de la conversación y la timidez ante la exposición del grabador se irá yendo de a poco.

Es miércoles de tarde. El encuentro se concreta en la sala de ensayos MB, a la vuelta de la Facultad de Bellas Artes de La Plata. Pitu, su dueño, accede sin problemas a que nos quedemos después de hora en la sala para conversar. Mate y bizcochos de por medio, Nahuel Gómez presenta a los integrantes de su banda Avalancha de Rimas . Martín Montero es el guitarrista, su hermano Jerónimo Montero toca la batería y Alexis Pilia, amigo de ambos, se suma con el bajo.

El próximo sábado 16 de diciembre el grupo hará una presentación en el espacio cultural Movida de Locos. Será a las 18 en la calle 10 entre 63 y 64 de de La Plata.

La historia de Avalancha de Rimas puede ser la de cientos de bandas que pueblan los barrios y calles de la Argentina, de cuyo universo sólo un puñado logra el reconocimiento popular que muchas merecen. Pero a su vez, Avalancha es un punto de encuentro y creación poética entre Nahuel, usuario del servicio de salud mental del Hospital Alejandro Korn, y su acompañante terapéutico Martín.

“Estuve cuatro años aproximadamente internado en el hospital. Fue duro, pero también rescaté cosas buenas, por ejemplo a ser más compañero, a no alterarme por cualquier cosa, te das cuenta que a veces no es malo bajar”, dice el poeta y cantor de 38 años que hoy sólo tiene palabras de agradecimiento para las y los trabajadores del Centro de Salud Mental Comunitaria Franco Basaglia, dependiente del Hospital.

En ese centro, punto de apoyo para la externación de los usuarios, hay talleres de huerta, vivero, costura, cocina y servicio de limpieza, entre otros. Allí Nahuel se capacita y desarrolla sus habilidades en la huerta. Además realiza otras tareas comunitarias y, como parte de su proceso, es acompañado por Martín en un proyecto artístico que lo llena de motivación.

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En diversos centros y hospitales del país se hacen este tipo de talleres, sea en instancia de internación como de externación. Las experiencias son diversas, pero el denominador común es que, abordados con profesionalismo, tienen gran potencial para ayudar a las personas a canalizar deseos y realizaciones personales. De allí que quienes se especializan en el tema sugieren que el Estado multiplique los talleres.

Nahuel junto a sus compañeros del taller de huerta en el Centro Basaglia | Foto gentileza AT
Nahuel junto a sus compañeros del taller de huerta en el Centro Basaglia | Foto gentileza AT

Algún lugar encontraré

“Nací en Quilmes, me crié en Berazategui y viví en un montón de lugares. Siempre andando de acá para allá buscando un lugar lindo para vivir. A los 23 me fui de Bera y anduve por Entre Ríos, Río Negro, Mendoza, San Juan, Córdoba y hace ya varios años que vivo en La Plata, donde también viví cuando tenía veintipico”. Nahuel enumera sitios que escenifican infinidad de vivencias. Muchas de ellas, dice con naturalidad, al borde de la muerte.

Varias veces se quedó, literalmente, sin plata y debió vivir en la calle al no poder alquilar ni una pieza. Pero nunca dejó de trabajar. “Soy panadero, estudié pastelería; trabajé en más de diez panaderías, de ninguna me echaron y sólo de una me fui mal porque no me querían pagar lo que me debían”, recuerda. También trabajó de albañil con su papá. “Ahora en el Basaglia trabajo en todo lo que es huertas, nos dan las herramientas de trabajo”.

Nahuel recuerda la primera vez que decidió “irse” en busca de mejores horizontes. “Tenía 23 años, laburaba en una panadería en La Plata y no me sentía cómodo en mi entorno, pensaba que era yo el que no se llevaba bien con la gente y decidí buscar un lugar donde me sintiera cómodo”, relata y pasa un mate.

En 1998, cuando él tenía 23 años, el país se sumergía en una prolongada recesión. El dólar valía un peso, pero tener trabajo era un “privilegio” que, en localidades como Berazategui, cotizaba en alza. El conurbano bonaerense era un volcán de pobreza en erupción y ya se empezaba a hablar de los “ni-ni”, cientos de miles de jóvenes de las barriadas populares que ni estudiaban ni trabajaban. Él tenía trabajo, pero su entorno social lo cacheteaba cada vez más.

Recuerda que “en Berazategui la cosa se había puesto picante. Hasta mis 17 el barrio era tranqui, jugábamos al fútbol con mis amigos, íbamos a la cancha. Pero las nuevas generaciones empezaron a juntarse en la esquina a drogarse y salir a robar. Yo también caí y empecé a consumir mucho”.

Eran tiempos, también, de gran deserción escolar. “Yo estudié hasta segundo año de secundaria; es que iba a la nocturna y me costaba mucho, era una época en la que vivía como adormecido”, cuenta Nahuel. Y recuerda, mientras se le dibuja una sonrisa, que viviendo en San Marcos Sierra (Córdoba) un día pasó por la puerta de un colegio y preguntó si podía estudiar. “Me dijeron que sí. El primer día de clases estaba en mi banco y todo lo que decía la profesora me entraba por un oído y me salía por el otro. No entendía nada. Pedí permiso para ir al baño y me fui a mi casa. No volví más”.

Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo
Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo

En algunos sitios Nahuel vivió solo. En otros lo hizo en pareja. Su espíritu nómade alternaba con su necesidad de estrechar vínculos afectivos, no pocas veces esquivos. Pero ni aún en su máxima soledad dejó de convivir con las alucinaciones que, según los diagnósticos médicos, produce su esquizofrenia, patología de base que lo llevó a visitar varios centros de salud mental.

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Vivir al borde

“En todos estos años estuve unas siete veces internado; pero las primeras fueron las peores, porque te asustás”, relata el mismo muchacho que minutos antes reventaba su garganta frente al micrófono. El cronista quiere saber si recuerda la primera vez. “Fue en Córdoba”, responde sin dudarlo. “Iba caminando por una calle de Carlos Paz y en eso empecé a escuchar voces que me decían ‘bajate el pantalón’. Les hice caso. Dos chicas que venían caminando me preguntaron qué me pasaba. Sólo se me ocurrió preguntarles la hora. Me levanté el pantalón y seguí caminando. En la esquina había un patrullero, me agarraron, me ataron las manos con un precinto de plástico, me tiraron contra el capó y me llevaron a la comisaría.

Nahuel agrega que dentro de la sede policial le ordenó a su mente “modificar” el ambiente. “No quería escuchar policías, empecé a escuchar como voces de enfermeros y médicos”. Lo llevaron a un hospital de Santa María de Punilla, donde le dieron el alta al cabo de dos meses.

El relato aporta un dato clave. El primer “contacto” del joven Nahuel con el sistema público de salud pública fue… la Policía. Antes de ser atendido por profesionales médicos, sus muñecas sintieron el rigor de las esposas y su espalda la frialdad de un calabozo. No es casual que entre los usuarios del sistema de salud mental la Policía sea “mala palabra”. Martín escucha lo que cuenta Nahuel y pide la palabra.

“Los usuarios del sistema de salud mental son sujetos de derecho, pero las lógicas manicomiales aún son muy fuertes. A veces al trabajador se le complica romper con las verticalidades y apostar a una horizontalidad en la que, además, el usuario sea protagonista, acceda a toda la información, tome sus decisiones y dé su consentimiento. Muchos tenemos una perspectiva centrada en la premisa de restituir derechos, para que la ‘libertad’ no sea solo discurso, pero en el día a día tenemos que trabajar mucho para romper esas lógicas”, dice el acompañante terapéutico y guitarrista.

Las lógicas manicomiales, entre otras cosas, hacen que los usuarios le tengan “miedo” a quienes los enfrentan desde lugares de “autoridad”, desde el “saber” y aplicando represalias ante “malos comportamientos”. Por el contrario, Martín afirma que, “sabiendo cuál es su diagnóstico de base, Nahuel fue aprendiendo a manejarse y hoy está en armonía consigo mismo. Desde ahí puede trabajar para salir adelante y depender cada vez menos del sistema de salud”.

Avalancha de Rimas: Martín Montero, Alexis Pilia, Jerónimo Montero y Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo
Avalancha de Rimas: Martín Montero, Alexis Pilia, Jerónimo Montero y Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo

Nahuel se siente bien junto al equipo de acompañantes del centro Basaglia. Con convicción y serenidad, dice que las alucinaciones que antes lo atormentaban ya no lo hacen. Sigue conviviendo con ellas, pero ahora lo hace pacíficamente. Su relación con las consecuencias de la esquizofrenia fue mutando y pelea por llevarla a un buen puerto, construyendo en lugar de destruir.

En su joven vida, varias veces quiso morir. Recuerda que una vez fue hasta un campo y se tiró de cara al cielo, dejó de comer, de tomar agua y se puso a esperar el final. Once días pasó así, hasta que escuchó la voz de una mujer que le decía “Nahuel, levantate, vamos a tener hijos”. Débil, se levantó y logró caminar hasta una casa, donde le dieron de comer. Lógicamente, esa vez también terminó internado.

En medio de la sala de ensayos, Nahuel explica algo de lo que pasa por su cabeza. “Me pasa que veo y escucho a ‘dobles’ nuestros. Hay un ‘doble’ mío, uno tuyo, uno de cada uno. Son como dobles ‘espirituales’, que yo los veo entre nosotros. A algunos los conozco y a otros no. Antes esos dobles me jodían mucho, me puteaban, me transmitían envidia y odio. Me hacían mal. Pero fui aprendiendo con el tiempo a trabajar con ellos, a hablar con ellos y manejarlos”.

Hoy, después de tanto viaje, se lleva bien con sus alucinaciones. “Me hablan todo el tiempo pero ya no para maltratarme. Hasta hay ‘dobles’ que son mis hijos, con los que hablo y juego. No me aportan mucho para mis letras, pero me acompañan”.

Si se le pregunta qué es para él la salud mental, el poeta responde: “No es sólo estar cuerdo, también es saber; el saber es salud, la filosofía es salud, el arte es salud; cuidar el cuerpo de ciertos químicos también es salud”. Cuando dice “químicos” piensa enseguida en la cocaína. Pero hace memoria y recuerda que por su cuerpo pasó de todo. “Lo más jodido que hice fue aspirar gas de una garrafa; estuve toda una noche dormido con el pico de la manguera en la boca. No me morí de pedo”.

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Es posible imaginar cuántas penurias y derivas se habría ahorrado Nahuel si su condición de clase hubiera sido otra. Porque él no sólo es un “producto” de una sociedad empobrecida, que tiene un sistema de salud pública cada vez más desvencijado. Ser víctima de la escasez de recursos y de información también lo dejó a merced de las tradicionales y clasistas políticas de manicomialización.

Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo
Nahuel Gómez | Foto Enfoque Rojo

El arte, también como salida

Pese a haber dejado la escuela de pibe, Nahuel siempre leyó mucho. Especialmente filosofía. “Cuando era chico mi papá tenía muchos libros. Me gusta más leer filosofía que novelas o cuentos, es como que me hace flashear y pensar más. Las preguntas sobre la vida, la muerte, para qué estamos; que si no tienen una respuesta exacta al menos te sirven para arrimarte a la puerta. También leo el diccionario, para encontrar palabras que no conozco o significados. De hecho hace tiempo que quiero tener un diccionario nuevo”.

También la música lo acompañó desde la infancia. “Desde chiquito me gustaron Sumo, Divididos, Las Pelotas, La Renga, Los Piojos, Hermética. Pero nunca había hecho música hasta ahora. A los once tuve una guitarra pero no aprendí a tocar, se la terminé regalando a un amigo ya de grande. A los 17 escribí un par de letras, pero tampoco seguí”. Por más de tres décadas la música fue para Nahuel una buena compañía, pero no una dimensión creativa que lo tuviera como protagonista.

Hasta que en 2021 conoció a Alejo, un acompañante terapéutico del Centro de Salud Mental Comunitaria Pichón Riviere (también dependiente del Hospital Alejandro Korn). “Con él estuvimos un año haciendo música, después me pasé al Basaglia y conocí a Tincho. Hicimos conexión y acá estamos”, resume sobre sobre esta nueva experiencia.

Como muchas cosas en la vida, Nahuel y Martín “conectaron” de causalidad. Antes de ser AT (como se conoce a les acompañantes terapéuticos), Martín era vecino del Basaglia. De entrada le gustó la movida de desmanicomialización que allí se encaraba. Años después terminó integrándose al equipo que trabaja junto a los usuarios. Hoy acompaña en la externación a cinco personas, entre ellas Nahuel.

Las y los AT cumplen un rol fundamental en el largo proceso que va desde el alta médica a la vuelta a la vida en comunidad. “Desde el equipo interdisciplinario nos ofrecieron a ambos encarar el proyecto musical, a él para poder dar cauce a su tránsito de externación y a mí para poder combinar las dos ramas de mis actividades”, dice Martín, quien tiene más años de músico que de AT.

El cronista le pregunta a Nahuel cómo es su proceso creativo. “Es como cuando hacés un dibujo, sabés cómo arrancás pero no sabés cómo vas a terminarlo. Con mis letras pasa que al principio capaz siento que no tienen mucha fuerza, pero cuando se van trabajando con la música y los arreglos que hace Martín, se le va dando buena forma”.

Las letras de Nahuel surgen del pensamiento y la sensorialidad. “Todo el tiempo se me vienen frases a la cabeza, las que me parecen mejores las anoto y las voy trabajando, haciendo rimar, dándole forma”, dice. Cada palabra que hoy puede leerse en su cuaderno de tapas oscuras está más que justificada. “Casi siempre lo que escribo queda, no hay muchas tachaduras en mi cuaderno”, grafica.

Avalancha de Rimas | Foto gentileza AT
Avalancha de Rimas | Foto gentileza AT

Nahuel le acerca una letra a Martín. Él estudia los versos y estrofas, ensaya melodías y tonos, propone cambiar un sustantivo o un adjetivo. En ese trabajo colectivo van dando forma musical a las letras. “A mí me gusta lo que escribe y cómo lo escribe, además de que me identifico mucho con varias de sus vivencias. Cuando me trae sus primeras líneas, sabiendo que habrá que trabajar para cerrar la forma definitiva, yo ya le veo color y puedo imaginarme que va a ser un buen tema, la materia prima es excelente”, dice el guitarrista.

Y agrega otro rasgo distintivo de la “conexión” entre ambos. “Es algo del plano psicomágico, por así decirlo. Cuando él viene y me bate una letra yo agarro la guitarra y salgo tocando la canción que él escribió. No sé cómo explicarlo. Sucede”.

De locos

“La locura es mi manera, la cordura es tu prisión” es uno de los estribillos que canta Nahuel. Una proclama que clama por pensar diferente nuestras ataduras mentales. Él propone “que en los colegios se enseñe que necesitamos una motivación para estar activos y eso significa hacer lo que nos gusta. Si te gusta el deporte, cantar, dibujar o lo que sea, deberías hacerlo y el colegio debería incentivarte. Pero no pasa”.

El poeta y cantante agrega que “el arte es una salida espiritual que le da alegría a la vida, pero el sistema lo único que quiere es explotarnos. A los ricos les conviene que seamos ignorantes, para pagarnos menos en un trabajo y para que no seamos felices”. Martín lo mira, asiente con su cabeza y suma: “Las herramientas tienen dueños y no muchos las quieren compartir. Nuestra forma de combatir por una mejor distribución es a través de estas letras y esta música. Resistimos a este sistema y queremos contagiar otra perspectiva”.

El AT y guitarrista de Avalancha de Rimas se confiesa “flasheado” con lo que están haciendo junto a Nahuel, Jerónimo y Alexis. Y se emociona al expresarlo: “Es que el chabón pasó de no encontrarle sentido a la vida a crear música y, así, canalizar sus sentimientos y pensamientos. Que hayamos conectado y congeniado de esta manera no sólo es para mí una transformación en lo laboral, es muy fuerte a nivel humano. En este mundo, que duele tanto, eso no es poco”.

Una de las letras de Nahuel se titula “Blues de las ratas”. Dice que se inspiró en una historia un tanto “satánica”. Ríe. En verdad, inmortalizó una anécdota de las tantas vividas en el Hospital de Romero. “Había una ratita caminando por el patio, fue un chabón y la pisó; se escuchó cómo le quebraba las costillitas y el quejido; ella le mordió el pie, él la soltó y la ratita salió corriendo hacia un árbol. Él le tiró una piedra con tanta puntería que le dio. La rata cayó al piso, dio tres pasos y murió al lado de un hormiguero”.

Pateando basura en un callejón sin salida
Muerta la rata, tarea cumplida
Todos festejando y haciendo una fiesta
No hay más ratas que apestan
Pobre rata, agonizó hasta morir, oh no
Es la ley de la selva
En esta selva de cemento
Aplastada quedo la rata sobre el pavimento
Pobre rata, tan bonita y tan fea su muerte
Ojalá que en el cielo de ratas tengas buena suerte
Y que en vano no haya sido tu muerte
Porque eres linda como un cobayo
En tu cuerpo fealdad no hayo
Pobre rata, no sé si eras hembra o macho
Joven o adulta
Te mataron como con catapulta
Caíste del árbol casi difunta
Y al rato quizás te haya comido un gato
Y las hormigas que pasaban de rato en rato

Ensayo de Avalancha de Rimas | Foto Enfoque Rojo
Ensayo de Avalancha de Rimas | Foto Enfoque Rojo

Desde personajes entrañables como Marcelo Bielsa hasta nefastas figuras como el próximo presidente Javier Milei han recibido el apodo de “Loco”. Cada uno con sus atributos, pareció ser merecedor de ese calificativo, usado habitualmente como simplificación de conductas disruptivas, “raras” o “anormales”. A Nahuel muchas veces también lo llamaron así. “Ahora no me afecta que me lo digan, maduré y aprendí a tomarme las cosas de otra manera. Viajé mucho, leí mucho, hice cosas productivas para mi vida. Ahora hago música. Y es muy raro que me enoje”.

A su lado, Martín aporta: “Como mucha gente, yo detesto a Milei, pero no puedo decirle ‘loco’. Ese es un estigma que les sirve a quienes lo usan para negar que el tipo es peligroso, en realidad, por su propio discurso violento, de odio y sus claras convicciones sobre lo que quiere hacer. Eso no compete al plano de la salud mental. No se deberían confundir las cosas. Si queremos a la gente diversa y libre, tenemos que empezar a pensar que, en todo caso, lo ‘loco’ no es lo que está mal”.

La reflexión del AT ayuda a pensar en cierto progresismo que suele blandir, hasta con jactancia, un discurso “comprensivo” hacia quienes el multifacético dispositivo socio-institucional considera “anormales”. Un progresismo que avala con entusiasmo los procesos de desmanicomialización y, a la vez, les llama “locos” a quienes busca identificar con el peligro, el aventurerismo y hasta la criminalidad. Esa aparente contradicción habla de prejuicios y pruritos clasistas, impotentes para enfrentar los discursos estigmatizantes y de odio contra la diversidad que tiñe capilarmente la sociedad.

“La salud mental también es conocimiento, como dice Nahuel, porque es lo que te permite tomar decisiones con autonomía”, agrega Martín, para quien “vivimos en un mundo contaminado y con muchas injusticias; todo eso afecta y daña, mucha gente está irascible. Hay que trabajar el respeto y la tolerancia. Si nos entendiéramos como seres diversos no existirían ni la normalidad ni la locura. La falta de salud mental también es incapacidad de tolerar la diferencia y la diversidad”.

Precariedad que enloquece

Los AT como Martín son considerados “prestadores externos” por el Estado. Sin estabilidad laboral, son monotributistas con contratos semestrales. Obviamente, no gozan de aguinaldo ni de vacaciones pagas. En su caso, quien lo contrata es Incluir Salud, una especie de obra social para usuarios del servicio público de salud mental que se financia con fondos nacionales. A octubre de 2023 las y los AT cobraban $ 919 la hora de trabajo, poco más de la mitad de quienes desarrollan la misma tarea contratados por IOMA (la obra social pública bonaerense).

Según el Indec, en octubre una familia “tipo” necesitó $ 345.295 para no estar bajo la línea de la pobreza. Si un AT es único sostén de hogar, debería trabajar 376 horas mensuales… a razón de 12 horas por día (sin fin de semana, claro).

“La urgencia del trabajo y las necesidades de los propios usuarios lleva a que uno empiece a trabajar mientras hace todo el papeleo, que en general dura un par de meses”, cuenta Martín durante el ensayo de la banda. “A eso sumale que empezás a cobrar recién dos o tres meses después de facturar, es decir que terminás trabajando tres o cuatro meses ‘gratis’ hasta que te pagan la primera factura. Y olvidate de que te paguen con retroactividad, así que cuando recibís esa plata ya te la comió la inflación”.

Nadie puede pensar que, para subsistir, un AT trabaja sólo de eso. Y se sabe que, cuando alguien tiene dos, tres o cuatro trabajos paralelos, la dedicación inevitablemente se complica. Una precarización y flexibilización verdaderamente “planificadas” por el mismo Estado. Se llega al límite de que, muchas veces, son los mismos usuarios o sus familias quienes aportan dinero para que las y los AT no migren en busca de mejores ingresos.

Martín agrega que “es importante que cambie la forma en que el Estado considera al personal del sistema de salud mental. Hoy se agrupa a todos los empleados del Estado en una misma figura, da lo mismo que seas un ñoqui, un acompañante terapéutico, una psicóloga o una trabajadora social. Hay que terminar con tanta precarización que deja a muchas trabajadoras y trabajadores en los bordes del sistema”.

En La Plata los AT vienen parando y movilizándose desde hace meses. Reclaman que el Gobierno bonaerense respete sus tareas y sus derechos como trabajadores que cumplen un rol fundamental en los procesos de externación e inclusión social de las y los usuarios. Además de mejores ingresos, exigen estabilidad laboral, formación y una plena implementación de la Ley de Salud Mental. Cosas elementales que, sin embargo, al Estado pareciera resultarles una locura.

Ninguna ley o política puede hacerse concreta si no hay recursos materiales con los que sostenerla. El caso de la Ley de Salud Mental es un ejemplo claro. Mientras los sectores reaccionarios la denostan por sus avances en términos de derechos y garantías de las y los usuarios, el Estado lleva años desfinanciando el sistema.

En el Hospital Posadas (uno de los más importantes del país) hace algunos meses se quedaron sin el único psiquiatra pediátrico que había en todo el nosocomio. Llegó a haber una lista de espera de 500 pacientes jóvenes para ser atendidos. Hay ejemplos parecidos en todos los hospitales del país. Cuando la prioridad es pagar deudas multimillonarias a los usureros del mundo, como el FMI, y subsidiar las ganancias de las grandes corporaciones, el ajuste en áreas menos “rentables” se hace permanente.

Y allí está el personal de los hospitales y centros de salud mental, redoblando los esfuerzos para atender a quienes buscan un poco de alivio a las dolencias que le generan el propio Estado, los usureros y las corporaciones. Son las y los AT como Martín, Marianela, Alejo y Pamela, las y los psicólogas como Jazmín, las y los psiquiatras como Matías y tantos otros con los que se encontró Nahuel en su largo transitar.

El Centro Basaglia funciona en una casa alquilada. El contrato está vencido y hay posibilidades de desalojo. Es común tener problemas con la electricidad y el gas. Los mismos laburantes muchas veces son quienes ponen de su bolsillo para comprar los víveres. Por eso llevan meses pidiendo una solución urgente.

Nahuel sabe que eso está pasando y se suma al reclamo. “Lugares como el Basaglia son importantes, como lo es un hospital o un colegio; debería ser fácil resolver este problema, que es parecido al que tienen todos los centros como éste”, reflexiona con razón.

La larga charla, entre tema y tema de Avalancha de Rimas , va llegando a su fin. El cronista, antes de que caiga el sol, le pregunta a Nahuel qué sueños tiene. “Hoy mi sueño es ser músico como ellos (señala al resto) y que nuestra banda se haga conocida en todos lados. Y también sueño que algún día seamos todos felices. No quiero vivir en la mediocridad eternamente. Y si no, que no haya vida. Porque ¿qué sentido tiene vivir sufriendo?”, remata con dureza.

Sobre el estribo, dos preguntas más.

  •  ¿Qué es para vos el amor?
  •  El principal amor es el amor propio, quererse uno mismo para que los demás lo acepten. Y le sigue el amor hacia el otro, como amigo, como padre, como hijo, madre, como novia, como lo que sea. Es lo mejor el amor.
  •  ¿Qué diccionario querrías tener?
  •  Uno enciclopédico, de esos grandes.


  • Daniel Satur

    Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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